Capítulo 2 Un hilo invisible.

Capítulo 2.

Un Hilo Invisible.

Tamara deja una nota doblada sobre la almohada. Una pequeña hoja de papel que contiene el epitafio de su amor. Ella se va en silencio. Cierra la puerta de la habitación, de la casa, y de la ciudad, sin mirar atrás. Se sube a un taxi que la espera en la esquina y se aleja hacia el aeropuerto, hacia una nueva vida. Se convierte en un fantasma, una ausencia repentina.

La Reacción

El sol está alto cuando Domini despierta. La cama está fría a su lado, la almohada solo retiene una leve fragancia a vainilla que pertenece a Tamara. Se estira y siente una sonrisa estúpida en el rostro, recordando la intensidad de la noche. Busca a Tamara con los ojos, esperando verla en el baño o en la cocina. No está.

Entonces, ve la nota.

Toma el papel, su corazón comienza a latir de forma irregular antes de leer la caligrafía perfecta de ella:

“Perdóname, espero encuentres a alguien mejor que yo, que te dé la estabilidad que buscas”.

El mundo de Domini se detiene. Lee la nota una, dos, tres veces. La palabra estabilidad arde en sus ojos. Ella lo considera un juego. Un niño. Un riesgo. Su seguridad se desmorona.

Un grito mudo rasga su garganta. Domini empuña la nota con dolor, arrugando el papel hasta que es una bola diminuta de traición, y la arroja con una furia ciega a un rincón de la habitación. No hay llanto, solo una ira fría y absoluta.

Toma su celular. Marca un número que rara vez usa.

— Soy Domini. Escúchame bien — su voz es un trueno helado —. Tamara Adán. Necesito que la encuentres. Ahora. Usa todos los recursos que tenemos. No me importa el costo. Tráela ante mí. Y si no quiere venir, tráela de todos modos. Ella es mía.

Un año después.

Un año ha pasado, pero para Domini Lombardi, el tiempo es una mentira. La ausencia de Tamara es una herida abierta,

Domini no duerme bien. Contrata a los mejores investigadores privados. Se obsesiona con la idea de que ella lo considera un capricho juvenil. La búsqueda lo desmantela. Descuida sus clases, abandona los proyectos familiares. Bebe solo, en la vasta y silenciosa mansión Lombardi, ahora un mausoleo a su amor perdido.

Finalmente, el informe llega. Ella se ha ido a Estados Unidos, lo que lo enfurece con la idea de la larga extensión del país. La distancia no lo detiene, solo aviva su furia posesiva. Planea el viaje, la estrategia, la reconquista. No se resigna a que esa mujer, que conoce cada rincón de su alma, sea un fantasma. Ella es suya.

La Soledad Cautelosa.

En Brooklyn, Tamara construye su vida sobre una base de cautela y anonimato. Su apartamento es pequeño y ordenado, su rutina es metódica. Da clases de español y francés; es una excelente profesora. Pero su vida social es inexistente. Rechaza invitaciones y mantiene una distancia cortés con todos.

El recuerdo de Domini es su único compañero constante. Se siente culpable por la huida, por la nota fría, pero se repite que fue su única vía de escape. Por eso, se conforma con la paz de la soledad, permitiendo que el recuerdo de Domini sea ese amor platónico e imposible que la acompaña.

El Choque en el Umbral

Un año después, la lluvia cae en Nueva York como una cortina de pena. Tamara corre, el paraguas inútil, el pelo oscuro pegado a su frente. Lleva un vestido color crema. Necesita ese café antes de la clase de las nueve.

Justo cuando empuja la puerta del café, un hombre sale a toda prisa, absorto en su teléfono. Chocan con fuerza. El vaso de cartón que él sostiene en la mano se desliza, y el café hirviendo se derrama sobre el pecho de Tamara. El dolor es inmediato, y la mancha oscura se expande en la tela clara.

— ¡Dios mío, lo siento! ¡Mil disculpas! — Exclama el hombre, dejando caer el teléfono. Limpia sus manos con una servilleta mientras observa el desastre. Es elegante, de unos cincuenta años, bien vestido, con canas nobles y ojos de un azul sorprendentemente intenso.

— No se preocupe… — dice Tamara, respirando hondo para contener el dolor. — Fui yo quien venía corriendo. No lo vi. Necesito irme. Tengo una clase en media hora.

Él la detiene con un gesto en el brazo. Hay una urgencia en su mirada que la desarma. Ve la belleza bajo el pánico, los ojos verdes brillantes bajo el cabello mojado. Siente un déjà vu, una conexión inexplicable, un rasgo en sus facciones que le resulta extrañamente familiar.

— Por favor, permítame enmendar mi error. Mi oficina está a dos cuadras. Necesita secarse, y asumiré los daños. No puede ir así a trabajar.

— No, de verdad, no quiero incomodarlo. Voy a resolverlo… — insiste ella, sintiendo la incomodidad de la dependencia.

— Insisto — dice él, con una voz firme que no admite réplica. Hay una autoridad sutil en él que Tamara encuentra atractiva y ligeramente irritante. — Soy un hombre de negocios. Detesto los cabos sueltos. Por favor, acepte mi ayuda.

La Primera Conversación

Tamara cede ante la insistencia abrumadora. Él la lleva a un loft espectacular, minimalista y lujoso. Él mismo llama a una boutique, compra un vestido de repuesto, y ordena un desayuno completo. Ella se siente como una princesa atrapada en una deuda.

Mientras desayunan en la terraza cubierta, bajo el murmullo de la lluvia, se presentan.

— Con todo este drama, no me presenté. Soy Gustavo Alcázar.

— Tamara Adán.

Estrechan las manos. La piel de él es cálida y áspera. Tamara le dedica una pequeña sonrisa.

— Tamara, ¿Me haría el honor de desayunar conmigo? — Ella asiente con la cabeza, siguiéndolo al escritorio donde los esperan las bandeja s de comida.

La conversación fluye con una facilidad inusual. Tamara siente una confianza extraña con este hombre, seguro de sí mismo. Él es divorciado, tiene una vida de éxito en finanzas, pero irradia una soledad palpable. Le cuenta de su fracaso matrimonial: un camino largo de adicciones que destruyeron su vida familiar. Se sincera sobre el alcoholismo, el abuso de drogas, y cómo eso lo alejó de su hijo, Nikolai, quien ahora usa el apellido de su madre.

— Fui un padre ausente. Un esposo terrible — confiesa Gustavo, sus ojos azules se nublan. — Mi exesposa se casó con mi mejor amigo. Merezco ese golpe. Pero la peor pérdida es mi hijo. Apenas tenemos comunicación. No quiere saber nada de mí. Llevo años limpio… pero es difícil.

Tamara se siente conmovida. Ella también abre su corazón, aunque con más cautela. Le cuenta de su propio divorcio: un esposo que la reemplazó por una veinteañera al cumplir los treinta. Y luego, menciona su amor prohibido.

— Me ilusioné mucho con él — dice ella, la voz baja. — Me hizo vivir de nuevo, sentirme deseada. Era apasionado, intenso. Pero tuve que romper. Eran circunstancias mayores… y yo buscaba paz. Busco estabilidad. Llevo un año soltera, concentrada en mí y creo que él ha iniciado de nuevo. Espero así sea, se lo merece.

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