34

—¡Ramos! —gritó Ana, luchando contra las cadenas—. No puedo creer que seas tú, ¿cómo es posible que no... —se interrumpió, sus ojos recorriéndolo, examinándolo en busca de cualquier signo de daño. Pero para su sorpresa, él parecía ileso, sin moretones ni señales de maltrato. Frunció el ceño, un poco...

Inicia sesión y continúa leyendo