3. Como no pensar en tí, por ejemplo.

—¿No pensar en mí? —dice, soltando una risa baja—. Suena a que te va a costar mucho esfuerzo.

Le lanzo una sonrisa falsa y me giro hacia la puerta. Estoy lista para entrar y terminar con esta conversación de una vez. Pero, justo cuando estoy por meter la llave en la cerradura, su mano roza mi brazo y me detiene. No es brusco, no es posesivo. Es solo un toque suave, apenas un susurro sobre mi piel, pero me recorre entera. Un escalofrío desde los dedos hasta la base del cuello.

Este tipo sabe exactamente lo que hace.

Y lo peor… es que mi cuerpo responde antes de que mi cerebro pueda frenarlo. Como si ese contacto desactivara, uno por uno, todos mis mecanismos de defensa.

—Silvia —susurra. Su voz es una caricia. Una trampa—. ¿Por qué tenés tanto miedo?

Me quedo quieta. Congelada.

Odio cuando los hombres intentan ser profundos. Esto no es una película. No es una novela romántica. Es la vida real. Y en la vida real, los tipos como él no se quedan con chicas como yo.

Pero sus palabras… me desarman.

Hay algo en ese tono bajo, grave, que roza lo prohibido. Algo que me hace querer quedarme ahí, pegada a su pecho, solo para ver qué pasa si dejo de correr.

Solo para sentir, una vez más, ese calor maldito que me deja temblando.

—¿Miedo? —Me río, pero suena forzado—. Por favor, ¿de qué tendría miedo yo? ¿De que un tipo como vos me rompa el corazón? No te des tanta importancia.

—Lo digo en serio —responde en voz baja, sin mover la mano de mi brazo—. No soy el villano de tu historia, Silvia. No te estoy pidiendo que me ames. Solo quiero… que no escapes de esto.

—¿De esto? —Lo miro. El calor me sube por las mejillas. Está demasiado cerca. Tiene esa mirada que me hace sentir expuesta, vulnerable.

Y yo no quiero ser vulnerable.

—De lo que sea que está pasando entre nosotros —dice, y sus ojos se clavan en los míos—. Porque no me digas que no sentís nada. No soy tan idiota.

Suelto un suspiro. Ni siquiera sabía que estaba aguantando la respiración.

Y no puedo evitar mirar sus labios.

Qué tan fácil sería… dar un paso más, solo uno, y besarlo. Tal vez, si lo hago, todo deje de doler un rato. Aunque sea por una noche. Aunque mañana me arrepienta.

—Javier, esto no es… —mi voz tiembla, y tengo la mente en blanco, pero sé que tengo que decir algo—. No soy tu tipo. Esto no va a funcionar. Vos sos… vos. Y yo soy…

—Exactamente lo que quiero —me interrumpe, con firmeza. Y sus ojos lo confirman.

Me quedo sin palabras.

Nadie me dice eso. No en serio. No así.

Claro, he escuchado cumplidos, halagos vacíos, frases de manual.

Pero esto es diferente. Javier no necesita detenerme con las manos. Me retiene con sus palabras.

Y con ese cuerpo…. y con esa voz.

¿Cómo no querer rendirse?

Maldita sea.

—No te estoy pidiendo que me creas ahora mismo. Solo quiero… otra oportunidad para mostrarte que esto vale la pena. ¿Qué dices? —me mira como si de verdad le importara mi respuesta.

Y eso… eso es lo que me descoloca.

Ahí estoy yo, Silvia. La que no cree en el amor. La que no quiere enredos, ni promesas.

Y ahí está él, Javier Aranda. Un multimillonario que podría tener a cualquiera… pero por alguna razón, me quiere a mí.

—No lo sé… —susurro. No es un no. Pero tampoco es un sí. Es mi forma de dejarme una salida por si todo termina mal.

Javier sonríe, como si ese “no lo sé” fuera suficiente. Como si ya hubiera ganado algo.

—Tomate tu tiempo. Yo voy a estar acá, esperándote. —Da un paso atrás, y suelta mi brazo. En cuanto lo hace, siento el frío de su ausencia. Es inmediato. Vacío—. Pero no tardes demasiado, Silvia. Hasta yo tengo un límite.

Su advertencia es suave, pero peligrosa.

Y me enciende de un modo que no sé cómo apagar. Como si hubiera activado una mecha que ni sabía que tenía adentro.

Sonríe otra vez. Esa maldita sonrisa que me derrite y me vuelve loca al mismo tiempo. Luego se da vuelta y se aleja.

Lo veo caminar hacia su auto. Por un segundo, pienso en llamarlo, decirle que vuelva. Pero no lo hago. Me quedo quieta.

Entro a mi departamento, cierro la puerta detrás de mí y me apoyo contra ella.

¿Qué acaba de pasar?

¿Acabo de dar un paso hacia algo?

¿O acabo de firmar mi sentencia de confusión emocional eterna?

Sea lo que sea, hay algo claro:

Javier Aranda se está metiendo bajo mi piel. no sé si eso es lo peor… o lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo.

Capítulo anterior
Siguiente capítulo