57. Lo que quedó en su casa.

Tres meses.

Noventa días.

Mil cafés instantáneos, cero páginas escritas.

Y una sola laptop, con todo lo que necesito, durmiendo en el departamento de Javier. Como una ironía cruel: todo lo que era mío, sigue allá, pero yo no tengo el valor de cruzar esa puerta.

La editora me escribe con un tono amab...

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