64. El invitado que arde.

Las luces del restaurante son tenues, doradas, como si todo el lugar estuviera filtrado por una copa de vino. O como si alguien supiera que lo que está por pasar necesita ser envuelto en algo suave, casi onírico. Javier me acaricia la mano con los dedos como si tocara un piano invisible, y yo sonrío...

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