7. Maldito Encantador.

Paso el resto de la noche dándole vueltas a nuestra conversación. Javier Aranda no quiere jugar. Quiere algo real. Y, por mucho que mi mente grite que debo mantenerme lejos, mi corazón empieza a contar otra historia.

Durante los días siguientes, intento distraerme con el trabajo, con cualquier cosa que evite que piense en Javier. Pero es inútil. Cada vez que me siento a escribir, las palabras que salen no son las que quiero. Están cargadas de tensión, de emociones que intento reprimir, de deseo. Como si mi subconsciente intentara procesar todo esto a través de la página, aunque yo me niegue a admitirlo.

Y, claro, Javier no me deja tranquila. Tres días después de nuestra cena, me llega un mensaje. Simple. Directo. “Cena mañana. Ocho. No acepto excusas.” Sonrío al leerlo. Maldito encantador.

Le respondo con un “Está bien, pero yo elijo el lugar”, cruzando los dedos para que no me lleve a otro restaurante de lujo donde me sienta fuera de lugar. Quiero algo más normal, más real. Un sitio donde pueda relajarme sin sentir que estoy actuando en una película de James Bond.

La noche siguiente, lo cito en un restaurante local que conozco bien. Nada ostentoso: comida casera, luz cálida, ambiente íntimo. Cuando llego, él ya está esperándome en la entrada. Viste más casual que la última vez, pero sigue siendo impecable. Sus ojos brillan al verme, y mi corazón da ese salto ridículo que odio tanto.

—Este lugar tiene estilo —dice con una sonrisa, mirando alrededor—. No es lo que esperaba, pero me gusta.

—¿Qué esperabas? —pregunto con una sonrisa burlona, cruzando los brazos—. ¿Caviar y champán?

—Quizá algo más… elegante. —Se encoge de hombros, pero su mirada se vuelve seria—. Aunque, en realidad, me da igual dónde estemos, mientras esté contigo.

Ruedo los ojos. Pero no puedo evitar que mi corazón se acelere. Siempre tan directo. Siempre haciendo que me tambalee con esas confesiones inesperadas.

Nos sentamos cerca de la ventana. El ambiente es relajado, pero la tensión entre nosotros se palpa. Cada roce accidental, cada cruce de miradas, parece cargado de electricidad.

Pedimos la comida. Y mientras esperamos, él me observa como si pudiera leer cada pensamiento que intento esconder.

—¿Qué pasa por tu cabeza ahora mismo? —pregunta, inclinándose hacia mí.

—Nada —miento, sintiendo cómo me arden las mejillas.

—Mentirosa —susurra, divertido—. Estás pensando en algo. Tal vez en nuestra última conversación.

Me muerdo el labio. No quiero admitirlo, pero sí. Esa conversación me dejó hecha un lío. Y aunque intenté evitarlo, sé que tarde o temprano tengo que enfrentar lo que siento.

—Estoy pensando en ti. En nosotros. —Las palabras salen antes de que pueda detenerlas—. En cómo esto no tiene sentido.

—¿Por qué no tendría sentido? —pregunta, genuinamente sorprendido.

—Porque somos muy diferentes, Javier. Vos vivís en un mundo de lujo, de oportunidades. Y yo… yo ni siquiera sé si voy a poder pagar la renta este mes.

Mi voz tiembla un poco, pero lo digo igual. Él me mira con una mezcla de ternura y desconcierto. Como si no entendiera por qué eso me importa tanto.

—No me importa el dinero, Silvia —dice en voz baja, con firmeza—. Si eso es lo que te asusta, entonces estás mirando esto desde el ángulo equivocado. Me importa lo que sos. No lo que tenés. No lo que puedas ofrecerme en términos materiales. Quiero a la mujer que me desafía. A la que me hace sentir vivo cada vez que la tengo cerca.

Siento un nudo en la garganta. ¿Cómo alguien como él puede hablarme así? Como si viera algo en mí que ni yo misma veo.

—No lo sé, Javier. Es complicado.

—Claro que es complicado. Pero las cosas que valen la pena siempre lo son.

Su mano se desliza sobre la mesa. Toma la mía. Entrelaza nuestros dedos como si no fuera nada. Como si fuera todo.

—No te estoy pidiendo que te enamores de mí esta noche. Solo quiero que me des una oportunidad para demostrarte que esto puede funcionar.

Lo miro. Mi corazón late fuerte. Su mirada, su tono… hacen que el miedo se derrita un poco. Que el mundo deje de pesar tanto.

—Está bien —digo apenas, con un hilo de voz—. Te voy a dar una oportunidad.

Javier sonríe. Es una sonrisa lenta, segura. Como si acabara de ganar algo importante.

—No te vas a arrepentir, Silvia —susurra, apretando suavemente mi mano, y en ese instante, mientras lo miro… empiezo a creer que tal vez tiene razón, que tal vez, es el destino que me lo ha puesto en mi camino, y que puede que sea el amor de mi vida.

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