91. Hasta que amanezca.

No hay relojes en esta casa, no hay horarios, ni responsabilidades, ni futuro.

Solo hay música suave que sale del parlante portátil, olor a piel y vino tinto derramado en la mesita, y nuestras risas desparramadas como ropa por el piso.

Javier tiene la camisa abierta, desabotonada desde hace horas. L...

Inicia sesión y continúa leyendo