CAPÍTULO CIENTO OCHENTA

ASHLEY

no podía sentir el mundo.

Ni las sábanas de seda enredadas bajo mi espalda.

Ni el zumbido apagado del tráfico en las calles abajo.

Ni siquiera el dolor sordo que florecía en mi vientre—el tipo delicioso que me recordaba que aún estaba muy viva.

Todo lo que podía sentir era a él.

El calor ...

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