El heredero de hielo
Camila no se sentía cómoda en ese ambiente lleno de risas falsas, donde todos fingían ser alguien importante, pero ella sabía que la mayoría estaban ahí para besar el suelo donde Ricardo pisaba.
Ricardo, a su lado, hablaba de sus proyectos con entusiasmo, pero sus ojos no se despegaban del escote de Camila. "Qué hembra", pensaba, con lujuria que lo hacía lamerse los labios.
Su mano rozaba el brazo de ella con demasiada familiaridad, su toque le revolvía el estómago a Camila, pero que ella soportaba con una sonrisa falsa. "Sigue soñando, cerdo", se decía ella, conteniendo el impulso de arrancarle la mano. "Te usaré como tú usaste a mi familia."
Un murmullo se escuchó de pronto, hubo susurros, luego risas y miradas que giraban hacia la entrada. Camila odió el sonido al instante; los murmullos siempre traían problemas. "Otro imbécil con complejo de dios", pensó, con desprecio. Pero cuando giró la cabeza, su respiración se detuvo.
Alejandro Montenegro entró en el lugar como si el mundo le perteneciera, era alto, vestía un traje negro que marcaba su figura atlética, su cabello oscuro estaba peinado hacia atrás, y sus ojos grises miraban a todos con desprecio.
Un depredador entre presas, los rumores lo pintaban cruel, sin corazón, y ahora, viéndolo tan arrogante, Camila lo creía, pero algo sucedió al verlo, un calor le subió por el cuerpo y la enfureció. "Maldita sea", pensó, con el pulso acelerado. "Es el hijo del monstruo”.
Alejandro odiaba estas galas, pero su padre lo obligaba a asistir, entonces la vio a ella, junto a Ricardo, y algo se encendió en él. "Es hermosa", admitió, con un deseo que lo tomó por sorpresa. "Seguramente es otra oportunista colgada del brazo de mi padre. No caeré en sus juegos."
Ricardo sonrió al verlo, su lujuria momentáneamente reemplazada por el orgullo de mostrar a su hijo, imaginaba que Alejandro envidiaría su nueva conquista. Agarró a Camila del brazo.
—Ven, Camila, quiero presentarte a alguien.
Camila no necesitaba presentaciones, sabía quién era ese hombre, "otro Montenegro, otro veneno", pensó, pero ese maldito atractivo de Alejandro la traicionaba, haciendo que su corazón latiera más fuerte. "No, no es más que el hijo de un asesino, lo odio."
Ricardo se detuvo frente a Alejandro.
—Alejandro, esta es Camila —dijo, como si ella fuera un premio.
Alejandro la miró, sus ojos grises fríos la evaluaron como si fuera una amenaza. "Demasiado perfecta", pensó. "Nadie aparece así de la nada sin querer algo. Pero, maldita sea, es hermosa." La atracción lo golpeaba, pero su desconfianza era más fuerte.
—Encantado", dijo, con voz cortante.
—Igualmente —respondió, mirándolo fijamente, no iba a dejar que la intimidara, aunque sentía un nudo en el estómago.
Ricardo recibió una llamada y se alejó, murmurando algo, los dejó solos, el aire se puso pesado, Alejandro no se movió, pero sus ojos seguían clavados en ella, la estaba analizando.
—No creo en coincidencias —soltó de repente— ni en mujeres que aparecen de la nada para salvar a alguien.
Camila lo miró fijamente, sin retroceder. Había aprendido hace mucho que en ese mundo, si muestras miedo, mueres.
—No vine a salvar a nadie —dijo, con la voz más firme que pudo, aunque su corazón latía como si quisiera salir de su pecho.
Alejandro dió un paso hacia ella, acercándose demasiado, pudo sentir su calor, el aroma de su colonia, era algo fuerte, masculino, que la hizo sentir un escalofrío.
—Entonces, ¿Qué quieres de mi padre? —preguntó él, con un tono que sonó más a orden que a pregunta.
No quería responderle, su tono de voz me incomodaba.
—Tal vez lo mismo que tú — respondí desafiante —su atención —dijo, levantando la barbilla, no dejaría que la intimidara ese arrogante.
Algo cambió en su cara, no sonrió, solo hizo una mueca, como si sus palabras le hicieran gracia pero no lo suficiente como para impresionarlo, "Interesante", pensó. "No se achica, eso la hace más peligrosa... y más atractiva”.
—Aquí la atención cuesta caro —dijo, casi en un gruñido— muy pocos la consiguen.
—Y aquí estoy para conseguirla —respondió, sin dudar.
Alejandro negó con la cabeza, lentamente, ella sintió que estaba juzgándola porque no consideraba que estuviera a su altura.
—Peligroso juego para una mujer sola —dijo, su tono estaba cargado de advertencia "Interesante", pensó. "No se achica. Eso la hace más peligrosa... y más atractiva,me encargaré de que no dure” pensó.
—Un juego es peligroso para cualquiera que no esté preparado —replicó Camila, sosteniendo su mirada.
—¿Y tú estás lista? —preguntó, acercándose más.
—Más de lo que imaginas —dijo, con una calma que realmente no sentía.
—Cuidado, Camila —advirtió— no todos sobreviven a este juego.
—Entonces enséñame cómo jugar —respondió, con una seguridad que no sabía de dónde sacaba.
Antes de que pudiera decir algo más, un hombre lo llamó desde el otro lado del salón. Alejandro la miró por un segundo más, y luego se dio la vuelta sin despedirse, se alejó entre la gente, Camila sintió que el aire volvió a sus pulmones.
Se quedó temblando, aunque no quería admitirlo, su mano apretaba la copa con fuerza, Alejandro Montenegro no era un hombre. Era un maldito depredador, y ella no sería su presa.
Ricardo volvió, todavía con el teléfono en la mano, aún hablaba con alguien, en cuanto la vio, colgó y se acercó, sonriendo.
—¿Qué tal Alejandro? —preguntó, como si estuviera presumiendo a su hijo.
—Es un imbécil —dijo, sin dudar, pero si no lo decía sentía que se mordía la lengua.
Ricardo soltó una risa, como si su respuesta fuera la cosa más divertida del mundo.
—Me agrada que seas así de directa —dijo, imaginándola desnuda en su cama. Un socio lo llamó, y se alejó prometiendo volver.
Camila terminó su copa de un trago, la dejó en una mesa y salió al balcón, buscando aire. Se apoyó en la barandilla, Alejandro no salía de su cabeza. Su voz, su mirada, su maldita arrogancia. "Es el hijo de Ricardo", pensó, furiosa consigo misma.
—¿Pensando en tu próxima víctima? —dijo una voz detrás de ella.
Se giró y ahí estaba él. Alejandro, apoyado contra la puerta del balcón, con los brazos cruzados, mirándola.
—Lo que esté haciendo no te importa —contestó ella, cortante.
Alejandro se acercó, deteniéndose cerca.
—Una mujer como tú, siempre está planeando —dijo, desafiante, su cuerpo lo traicionaba, queriendo tocarla, y eso le daba rabia.
—¿Una mujer como yo? ¿A qué te refieres? —replicó ella, levantando la barbilla —no sabes nada de mí, pero me miras como si quisieras devorarme.
Él soltó una risa seca.
—Interesada, oportunista, lo veo en tus ojos —dijo, inclinándose más, y no mides tu lengua, no sé si eres valiente o estúpida.
—Tal vez las dos cosas", respondió ella, sin retroceder.
—Te doy una semana —dijo él, seguro —una semana antes de que te des cuenta de que no estás lista para esto —y ahí estaba de nuevo esa sonrisa arrogante.
—Te doy tres días —replicó ella, acercándose hasta que sus rostros estaban a centímetros —tres días antes de que sepas que subestimarme fue tu primer error —dijo tratando de que no se notara que estaba furiosa.
Alejandro la miró, sus ojos brillaban con furia, en ese momento alguien lo llamó desde dentro, y se apartó, y se fue sin decir nada, dejándola sola en el balcón.



























