Entre dos fuegos

Camila despertó sintiendo un terrible dolor de cabeza, la imagen de Alejandro, y su boca a centímetros de la suya anoche, la tenía descolocada, no importaba cuánto se repitiera que él era solo un obstáculo, un maldito Montenegro. Su respiración contra su piel la había dejado temblando, y eso la enfurecía demasiado.

—Estás aquí por Ricardo, idiota —se dijo, levantándose de la cama —deja de estar perdiendo el tiempo con alguien al que debes odiar tanto como a Ricardo.

Se metió a la ducha, el agua helada le ardió en la piel, despejándola, al salir eligió un vestido blanco, ajustado, el diseño y el color la harían parecer inocente, pero marcaba sus curvas lo necesario para que todos la miraran, se maquilló levemente, decidió dejar su largo cabello suelto, haciendole unas ondas.

—Ahora sí, lista para la guerra, se dijo frente al espejo, satisfecha con su imagen, sabía que era muy bella, y que era irresistible para los hombres.

Bajó al comedor, Ricardo estaba ahí, sentado, con su periódico y una taza de café humeante, sus ojos oscuros la recorrieron, deteniéndose en sus piernas, en sus pechos. Era una mirada que la desnudaba, por completo, Camila sintió asco, pero lo disimuló sonriendo.

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—Buenos días, princesa —dijo él.

—Buenos días —respondió ella, con voz suave, aunque por dentro le fascinaría escupirle a la cara.

—Hoy me acompañaras a la reunión con los directivos de la constructora —dijo Ricardo, doblando el periódico— quiero que vean quién será la señora Montenegro, todos deben conocerte.

Camila tragó la bilis que le subía por la garganta.

—Claro, mi amor —sonrió, el “mi amor” le quemó la lengua como ácido.

En ese momento llegó Alejandro, llevaba una camisa arremangada, con los primeros botones abiertos, permitiendo ver una buena imagen de su musculoso pecho, no la miró a Camila al principio, pero cuando lo hizo, sus ojos grises se clavaron en los de ella como una amenaza.

—¿También vendrás tú a la reunión? —preguntó Ricardo, sin mirarlo.

—No —dijo Alejandro, con voz fría, con los ojos aún fijos en Camila— tengo cosas más importantes que hacer —esto último fue como un siseo.

Camila bajó la mirada, fingiendo indiferencia, pero sentía los ojos de Alejandro taladrandola, "Maldito", pensó, apretando los puños bajo la mesa, la manera que tenía de mirarla la desquiciaba.

Después del desayuno Ricardo y ella se dirigieron hacia la empresa, era un edificio enorme, acristalado, las miradas de los empleados estaban puestas discretamente sobre ella, se dirigieron hasta la sala de reuniones, Ricardo la exponía como si fuera su mayor trofeo, su brazo permanecía alrededor de su cintura, en un gesto posesivo.

—Camila es inteligente, y sabe de negocios —dijo a los directivos, el tono de su voz era de orgullo— tiene una mente brillante y… bueno, ya la ven —comentó refiriéndose a su apariencia.

Camila sonrió, inclinó la cabeza,y sonrió, jugando a ser encantadora.

Entre las pausas, Ricardo se inclinaba hacia ella, susurrándole al oído como si fueran amantes.

—Te ves preciosa hoy… todos me envidian.

Ella sonreía, asentía, pero por dentro quería gritar. "Si supieras lo que me provocas, viejo. Y no es amor", pensó, mientras su corazón latía con rabia.

Alejandro no estaba en la reunión, pero su presencia seguía en su mente, cada palabra de Ricardo, cada roce, le recordaba la noche anterior, la forma en que Alejandro la había mirado, como si quisiera arrancarle la ropa y el alma al mismo tiempo. "No pienses en él", se ordenó, furiosa, apretando los dientes.

De regreso en la mansión, Camila caminaba por el pasillo cuando se encontró con Alejandro, pasó junto a él, su cuerpo rozó el suyo accidentalmente, el calor de su piel fue como una corriente.

—Qué buen papel haces —dijo él en voz baja, sin levantar la vista— en verdad, casi pareces creerlo.

Camila se detuvo, y se giró hacia él.

—Tal vez lo creo —contestó a la defensiva.

Alejandro alzó la mirada, una sonrisa sarcástica apareció en sus labios.

—No, tú no crees en nada.

Él se acercó más, quedando tan cerca que Camila, ella maldijo, ya se le había hecho costumbre hacer eso.

—Pero sí eres una actriz excelente —dijo, mientras la miraba directamente a los ojos— hasta me dan ganas de aplaudirte.

Camila sonrió, contestó con un toque de veneno.

—Entonces hazlo.

Él no se movió, pero sus ojos se oscurecieron, la energía de los dos estaba al límite, amenazando con incendiarlos, pero en ese momento Ricardo apareció al final del pasillo, llamándola.

—Camila, ven aquí.

Ella se apartó de Alejandro como si nada pasara, pero su corazón latía desbocado. Volvió a ser la prometida obediente.

Por la tarde, Ricardo les comunicó su plan.

—Quiero hacer una cena especial mañana —dijo— vamos a celebrar nuestro compromiso oficialmente. Solo vendrá gente cercana.

Camila asintió, tratando de no demostrar lo poco que le importaba.

—Suena perfecto —mintió, aunque su estómago se estaba retorciendo.

Alejandro estaba al otro lado de la mesa, callado, mirándola, Camila sintió un escalofrío ante su intensa mirada.

La noche de la cena, la mansión lucía elegante, las luces eran cálidas, y las mesas estaban cubiertas por manteles blancos, Camila se puso un vestido rojo que la hacía lucir sexy, aunque no quería reconocerlo, quería que Alejandro la viera, que sufriera, sabía que él la deseaba, y eso era un arma que podía usar a su conveniencia.

Ricardo no paraba de presentarla con sus amistades.

—Camila será la señora Montenegro —decía a los invitados, sabía que era la envidia de muchos.

Ella sonreía, aceptaba copas de vino, pero por dentro quería arrancarle la piel. Cada palabra suya era un recordatorio de su odio, de la venganza que la mantenía viva.

Alejandro estaba en un rincón, con un whisky en la mano, sus ojos grises permanecían fijos en ella. No se acercó hasta que Ricardo se distrajo con unos socios. Entonces, se movió como si fuera un depredador.

—Ese color te queda demasiado bien —dijo, sin sonreír, en voz baja, con un tono que le aceleró el pulso.

—¿Demasiado? —Camila alzó una ceja, desafiante.

—Sí —dijo él, inclinándose más cerca— demasiado, para que lo lleves puesto.

Ella quiso responder algo cortante, pero Alejandro estaba más cerca ahora

—¿Te divierte jugar así? —preguntó, su voz más bien fue un gruñido— porque a mí no.

Camila sintió su corazón latir con fuerza, la rabia y el deseo la estaban atormentando.

—¿Y quién dijo que hago esto para divertirme? —respondió, mientras su voz temblaba de furia.

—Entonces, ¿Para qué? —preguntó él, con la mirada clavada sobre sus labios.

Ella abrió la boca para protestar, pero Ricardo apareció, rompiendo el momento.

—Amor, ven, quiero presentarte a alguien.

Camila siguió a Ricardo, pero la mirada de Alejandro la siguió a ella, podía sentirla sobre su espalda.

Cuando los invitados se fueron, Camila subió a su habitación, y salió al balcón, necesitaba aire fresco, despejar su mente, Alejandro estaba en el jardín, apoyado en un pilar, fumando, su mirada se clavó en ella, Camila pudo ver que no había odio en sus ojos, lo que había ahi era más peligroso, era deseo puro.

Ella tragó saliva, y su corazón latió con fuerza. "Si no controlo esto", pensó, "él será mi perdición, mi ruina.”

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