Capítulo 2 Capítulo I
Maria Laura
Luego de pasar por la portería nos dirigimos al estacionamiento, bajamos del carro y descargamos algunas compras que se nos habían encargado. Rosa, la administradora del personal, nos esperaba sentada en la isla de la cocina, en donde siempre estaba sacando una que otra cuenta. Nos saludó y nos preguntó cómo nos había ido, por supuesto le dijimos que estaba lleno, que por eso la demora. Ella solo asintió y nos envió a cambiarnos de ropa.
Lo hicimos de inmediato. No tardé mucho en volver a la cocina, y comencé a preparar una sopa para la resaca de la señora, que no demoró en entrar en la cocina. Inmediatamente le ofrecí su taza con café cargado, me comentó que el señor estaría presente para la cena, que preparara un menú especial y que por favor la despertara después de las seis de la tarde. Asentí a sus órdenes y se retiró, dejando un silencio en la cocina mientras Seba se escabullía hasta donde yo estaba, sirviéndose un poco de café.
Era sábado por lo que la mayoría del personal no estaba. Rosa pasó avisándonos que se iba, que nos veríamos el lunes temprano. Seba y yo le pedimos el lunes por la tarde libre y ella accedió de inmediato, ya que ese día era en el que más personal había en la casa. Luego se marchó, deseándonos suerte en el día y medio en que solo estaríamos nosotros.
—¿Estás segura? —preguntó mi amigo de nuevo, observándome fijamente. Yo asentí —. Porque si no lo quieres hacer, es entendible, podemos buscar otra forma …
—Estoy más que segura —lo interrumpí—, es algo que nos conviene, y la verdad, no quiero seguir trabajando aquí. —Suspiré y tomé asiento frente a él—. No me siento cómoda aquí, no es el trabajo o los jefes, es solo que… —Solté el aire y por primera vez en algunos años recordé a mi «familia»—. Quiero cumplir mi sueño, quiero ser algo más que una mandada, quiero conocer, recorrer, educarme —hablé con esperanza—, quiero vivir.
—¿Seguro no te arrepentirás? —volvió a preguntar y yo rodé los ojos, me levanté y seguí con lo mío—. Eres mi mejor amiga en el mundo, no quiero que te hagan daño, entiéndeme —terminó por decir, tomándome de los hombros—. Es como cuando yo le conté a mis padres sobre lo que quería hacer y ellos me dieron la espalda, pero tú, tu querida me acompañaste, me consolaste, estuviste conmigo… —reímos por sus palabras —, todas mis primeras veces.
—La primera vez que te rompieron el corazón —dije dramáticamente—. La primera vez que te enamoraste de alguien prohibido…
—La primera vez que me rompieron el… —reímos con sorna.
—Sucio pervertido —lo interrumpí.
Así seguimos nuestra tarde; antes de despertar a la señora tenía todo listo para su velada, a las seis terminé de poner la mesa y subí hasta la habitación matrimonial. En cuanto entré, comencé a hablarle a la señora, ella no tardó en ponerse de pie y agradecerme por todo. Me pidió que nos tomáramos el resto de la tarde, explicando que le daría una sorpresa al señor. Asentí sin decir mucho y le di indicaciones de lo que había preparado, terminé rápido de ordenar y le envié un mensaje a Sebas, quien enseguida respondió con algunos emoticones.
Cuando llegué a la cocina, fue él quien me recibió; enseguida nos fuimos a mi dormitorio, y me comentó que podíamos salir a algún lado a divertirnos. Le dije que antes de hacer planes esperáramos, sabía cómo era la señora, siempre terminaba cambiando algo, y tenía el presentimiento de que esa noche sería algo movida.
Seba y yo nos entretuvimos viendo una película en Netflix, pedimos algunos bocadillos que no tardaron en llegar, y acomodamos todo para pasar la noche en mi habitación. Estábamos terminando cuando sentimos unos golpes en la sala.
Asustados por la severidad y fuerza de estos, corrimos a ver qué pasaba. Cuando llegamos no dábamos crédito a lo que sucedía: la señora había tirado todo lo que había preparado para la cena, la comida estaba en el suelo, la loza rota, mientras que ella estaba arrodillada. Me acerqué cuando vi sangre en sus manos.
—Venga —le dije llamando su atención—. Vamos, tenemos que curar esa herida —Me observó desconcertada, en el estado en que estaba no había sentido la herida. La ayudé a ponerse de pie—. Ve por el botiquín, por favor —pedí a Sebas, que observaba con cierta duda.
—No vendrá —balbuceó ella—, el maldito, desgraciado no vendrá. —Entendí que se refería a su esposo. En ese momento no supe cómo reaccionar, ella le había sido infiel hasta con muchachos del personal, pero aun así le molestaba no tener el control sobre su esposo. Solo callé y le hice una curación a su mano rota.
—Recogeré todo esto —dije una vez que terminé de limpiar su herida—. En cuanto acabe le subiré un té. —Negó con la cabeza y dirigió su mirada a Sebastián.
—Prepara el carro —ordenó—, saldré esta noche.
Después que se retiró no dijimos nada, y mi amigo me ayudó a levantar y limpiar todo. Cuando la señora regresó a la cocina lucía muy provocativa, se despidió de mí como de costumbre y se subió en el coche.
«Esta será una larga noche», pensé.
Inquieta, sin poder dormir, me fui a la cocina. Ahí comencé a leer, con algo de música suave y en compañía de una taza de café. Había sacado uno de los libros de la biblioteca del señor, por lo que cuidaba mantenerlo sin ninguna mancha. El estruendo en la puerta me sorprendió, luego comenzaron algunos gritos, por el tono y el sonido de la voz, supe que era mis jefes, pero ¿en qué momento había llegado el señor? Sebas entró después de algunos minutos, algo me contó sobre lo ocurrido, mientras los gritos cesaban y los portazos en el segundo nivel se escuchaban.
En la cocina nos quedamos, esperando que alguien apareciera o algo más pasara, pero no fue así. Agotado y casi en los brazos de Morfeo, mi querido amigo me abandonó, se fue a su recámara a dormir. Yo ya no podía hacerlo, así que decidí seguir con mi lectura. No sé muy bien cuánto tiempo pasó, pero unos pasos me sobresaltaron. Vi cómo el señor de la casa entraba a la cocina, me observó y no dijo nada; se acercó al refrigerador y sacó una jarra con té helado, me ofreció un poco y negué con la cabeza.





























