Capítulo 3 Capítulo II
María Laura
No supe bien por qué, pero me pareció algo desaliñado; ya no era el mismo hombre que había conocido hacía algunos años. Parecía demacrado, su rostro ya no irradiaba felicidad, sus esperanzas eran nulas, y por si fuera poco su matrimonio se derrumbaba.
—Es tarde para leer —dijo sacándome de mis pensamientos—, deberías hacerlo en el estudio, ahí la luz es mejor, así no te dolerán los ojos. —Terminó de cerrar el refrigerador y caminó hacia la puerta.
—¿Está bien, señor? —pregunté tímidamente—. ¿Necesita algo? —Lo vi negar con la cabeza.
—No, solo algo de tiempo. ¿Podrías hacer una maleta para mí, con mis pertenencias personales y más valiosas? —dijo casi en un suspiro.
—Si, no es problemas —respondí, mientras me ponía de pie.
—Estaré en el estudio, ¿tenemos cajas? —volvió a preguntar, esta vez girándose hacia mí.
—Sí —dije mientras las buscaba en uno de los estantes, pero no logré alcanzarlas.
Sin querer di un paso atrás, topándome con el cuerpo del jefe. Un escalofrío recorrió mi espalda ante su suave tacto. Puso su mano en mi cintura, mientras con la otra alcanzaba las cajas. Me quedé inmóvil, pero me obligué a salir del letargo, y traté de hacerme a un lado, sin embargo, él no lo permitió. Me giró en sus brazos y un abrazo nació entre nosotros, un raro pero intenso abrazo. Me pareció extraño, él casi nunca se mostraba cariñoso ante las personas, menos con la servidumbre.
Suspiró pesadamente cerca de mi oído, provocando que se me erizara la piel. Sin medir mis actos, puse una de mis manos en su cabello y lo acaricié descuidadamente, mientras él escondía su rostro en mi cuello. Por un momento no hubo nada más a nuestro alrededor, pero pronto aflojó su agarre. Con los ojos todavía cerrados me soltó, agradeció mi abrazo y salió de la cocina, dejándome sin palabras.
Pero ¿qué había sido todo eso? Aún con el cuerpo sin responderme del todo, comencé a hacer lo que me había pedido. La señora no estaba en la habitación por lo que hice todo sin mayores problemas. Entrando la mañana, le pedí ayuda a Sebas para poder bajar todas las maletas. Para nuestra sorpresa, él solo las quería en la casa de huéspedes, no dudamos y seguimos con nuestra labor.
—Está quedando mal —dijo Sebas al ver el semblante del señor mientras yo asentía—. ¿Y si renunciamos? —Sorprendida lo vi a los ojos—. Tengo un amigo que nos puede prestar un apartamento algo céntrico, mientras tú terminas lo que quieres hacer, y después nos marchamos —dijo fácilmente—. Ninguno de los dos le debe explicaciones a nadie y así hacemos tus trámites juntos y sin apuro. —Me pareció buena idea, aunque me sonaba algo raro… pero me gustaba.
—Creo que deberíamos hacer eso —le contesté mientras él no quitaba esa risa de bobo que se cargaba—. Creo que ya es tiempo. —Él asintió y seguimos con nuestras labores en silencio.
Cuando todo terminó y dejamos la casa impecable para ser habitada, nuestro jefe bajó hasta ella y estacionó el carro que usaría. Nos comentó que estaría por un mes en la ciudad y que después de que la señora y él hablaran, se marcharía. Parecía que esta vez sería en serio, dudé un poco, pero fue en ese momento en que se me ocurrió decirle que queríamos renunciar.
—¿Por qué? —preguntó secamente—. ¿Les molesta algo? ¿Quieren un aumento?
—La verdad es que no —dije seria, me parecía extraño su comportamiento—. Me ofrecieron una beca y la tomé, solo me faltan dos meses para entrar a la universidad y quiero buscar tranquilamente un lugar donde vivir —terminé por decir.
—Creo que es mejor que hablemos con la señora Rosa el lunes —me apoyó Sebastián y vi un cambio en el rostro del señor. Su seriedad helaba, pero no daría marcha atrás, quería salir de ahí, quería sentirme libre y hacer algunas cosas antes de marcharme de esta ciudad.
