Capítulo 5 Capítulo IV

Ares Rossi

—¿Necesitas algo? —pregunté—. Puedes tomar lo que quieras.

—Pon en venta esta casa. —Suspiramos los dos y luego reímos. Era increíble lo que se podía hacer hablando—. El dinero deposítalo en mi cuenta y ya veré dónde me iré a vivir, con eso tengo.

—¿Solo eso? —Volvimos a reír—. Te dejaré la cuenta abierta, tómate unas vacaciones, te las mereces por soportarme. —Ella se sentó a mi lado en nuestra cama—. Si necesitas algo me llamas, trataré de finiquitar todo lo antes posible. —Asintió con los ojos cristalizados—. No vuelvas con tus padres, solo échame la culpa a mí.

—No es justo, pero lo haré. —Limpió sus mejillas y esa sonrisa volvió a ella, esa era la Karla que yo conocía—. Haz todo y después ve por ella.

Dicho eso, nos despedimos y Karla salió por la parte trasera de la casa. No quería llevarse nada, solo algo de ropa. Nuestro último abrazo no se hizo esperar. Ya más relajado caminé hasta la cocina, allí encontré a María Laura, o Mala, como tantas veces oí que la llamaban. El cabello negro le tapaba rostro y en sus manos estaba uno de los libros que solía robar de la biblioteca. Cuando reaccioné vi que ella también me observaba, por lo que me dirigí al refrigerador para sacar algo de té helado; le ofrecí un poco pero ella no quiso. En pocos segundos devolví todo a su lugar.

Sus ojos se clavaron en mis movimientos, sabía que me observaba así que yo traté de no hacer lo mismo. Estaba algo cambiada, su mirada curiosa estaba llena de brillo, algo la tenía feliz. Guardó silencio mientras yo estaba ahí, comencé a sentirme nervioso y traté de iniciar una conversación.

—Es tarde para leer —dije y ella dio un pequeño respingo—. Deberías hacerlo en el estudio, ahí la luz es mejor, así no te dolerán los ojos—. Terminé de cerrar el refrigerador y caminé hacia la puerta.

—¿Está bien, señor? —preguntó, provocando que detuviera mi paso—. ¿Necesita algo? —Negué con la cabeza. ¿Cómo decirle que la necesitaba a ella?

—No, solo algo de tiempo. ¿Podrías hacer una maleta para mí, con mis pertenencias personales y más valiosas? —pedí suspirando.

—Sí, no hay problemas —respondió animadamente.

—Estaré en el estudio. ¿Tenemos cajas? —Volví a preguntar, esta vez girándome en su dirección.

—Sí —dijo mientras asentía y se ponía de pie para buscar en una de las altas estanterías, aunque con su altura era imposible.

Caminé en su dirección para tratar de ayudarla, pero al parecer ella no sintió mi sigiloso movimiento y cuando dio unos pasos atrás, su cabeza chocó contra mi pecho. Sin querer una de mis manos viajó hasta sujetar su cintura, mi piel se erizó de pies a cabeza, mientras sentía cómo ella tensaba el cuerpo completamente.  Vi que se ponía nerviosa con mi sola presencia. El estar tan cerca me producía ternura y excitación.

Para distraerme, con la otra mano tomé las cajas y fijé mi mirada en ese acto. Ella trató de quitarse, pero no se lo permití, no quería que ese momento terminara. Sin intención, pero con deseo, la giré entre mis brazos y la estreché.

La estreché intensamente.

No solía ser muy expresivo delante de la gente, menos con la servidumbre, pero esa pequeña mujer causaba tanto en mí, tanto que había reprimido por largos años, que lo único que quería en ese momento era a ella.

Escondí mi rostro en su cuello, provocando que mi respiración chocara contra su delicada piel. Suspiré al sentir ese aroma tan dulce que me embriagaba, y sin querer me vi recordando la primera vez que me perdí en esos ojos tan expresivos y llenos de vida; aunque en ese justo momento estaban bloqueados por un rostro de inconformidad, sabía muy bien la oportunidad que esperaba. ¿¡Pero qué habría hecho yo sin verla, sin siquiera verla!? No tenía el valor aún de buscarla como algo más, solo esperaba que esto paso hiciera una diferencia.

Su mano se posó sobre mi cabello, dejando descuidadas caricias sobre este. Me sentí en el cielo, en su cielo, en la cima de toda esa mierda que me rodeaba. Me permití cerrar los ojos y disfrutar de aquellas suaves caricias, pero pronto la dejé ir; aflojé el agarre y despacio, sin abrir mis ojos, dejé su cuerpo; le agradecí el abrazo y me largué de allí. Sentía que si no soltaba en ese momento, ya no sería capaz de dejarla ir. Mi pequeño accidente se notaba por encima de mi pantalón y rogué para que ella no lo hubiera sentido, ¡qué vergüenza!

Una vez en mi despacho y después de una cita entre un video, mi mano y yo, me apresuré a arreglar mis cosas, mis libros, y algunos documentos. Vacíe la caja fuerte y saqué una carpeta, esa pequeña carpeta que nadie podía ver; la puse en mi maletín para evitar problemas. Me sumí en mi burbuja y no me di cuenta cuando el amanecer se hizo presente. María Laura tocó la puerta y mis nervios llegaron de nuevo, ella y el chofer solo venían a explicarme que todo estaba listo. Le pedí que llevara todo a la casa de huéspedes, allí me sentiría más tranquilo.

Solo asintieron y salieron, dejándome de nuevo solo. Siempre me había llamado la atención la relación que ellos mantenían, incluso había sentido celos del muchachito, hasta que me enteré de sus preferencias. Lo que sí me asombraba era la fuerza con que se cuidaban, acompañaban y apoyaban mutuamente, al parecer sus vidas en algún momento fueron una mierda y aquí encontraron paz, o eso era lo que creía yo.

Por el citófono me avisaron que la casa ya se encontraba lista, bajé hasta ella en un coche y les expliqué más o menos lo que sucedía. Mi intención era pedirle a Mala que se fuera conmigo, o sea, a trabajar conmigo. Aún no me atrevía a nada más, no por timidez sino por lo que ella significaba para mí, tampoco quería ser rechazado.

María Laura comenzó a darme las gracias en nombre de los dos, sentí algo extraño en sus palabras. Pregunté por qué lo hacía y entonces esas palabras salieron de su boca.

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