Capítulo 02. Ha llegado como anillo al dedo
Mica observaba a su madre, tal vez esperando que hiciera una pregunta o comentario al respecto; sin embargo, parecía que era la única que había escuchado aquel lamento de dolor. Su madre continuaba con la mirada fija en el hombre a su lado, sonriendo con satisfacción.
—¿Es tu hija?
La voz profunda del hombre la distrajo. Prestando atención, Mica lo observó. Ese hombre no tenía nada que ver con su padre; eran dos polos opuestos. No necesitaba que la presentaran, sabía que se trataba del nuevo esposo de su madre. El aroma que compartían, era inconfundible.
—Sí —respondió Zarina, mirándola con advertencia—. Ella es Mica, la he traído pensando en que puede ser de utilidad para ti o para la manada —agregó, acariciando el pecho del hombre.
Mica se mordió la lengua, odiando que su madre se refiriera a ella como un objeto que podía utilizar a su antojo y no como una persona. ¡Su hija!
—Me encanta que pienses en todo, Zarina. Has sido la mejor elección que he hecho en mucho tiempo —respondió Aziel—. Te aseguro que le encontraré un buen uso.
Mica apartó la mirada cuando su madre besó al hombre, olvidándose de su presencia por completo.
El olor de la excitación la abrumó. Las feromonas se esparcieron a diestra y siniestra, provocándole arcadas.
—Me has dicho que en unos días cumple la mayoría de edad, ¿verdad? —preguntó Aziel, rompiendo el beso. Clavando su oscura mirada de nuevo en Mica.
—Sí.
—Infierno, ha llegado como anillo al dedo —respondió.
Haciendo un esfuerzo sobrehumano para no lanzarse al piso y hacerse un ovillo, Mica sonrió. No era complicidad, ni aceptación. Simplemente, era decepción.
—Vamos adentro —dijo, tomando la mano de Zarina, avanzando por el sendero.
Mica se quedó parada, mirando la espalda erguida de su madre. Zarina ni siquiera se molestó en voltear a verla, pero hubo otras miradas que cayeron sobre ella. Podía sentirlo, olerlo en el aire. Había muchos lobos alrededor, por lo que no le quedó de otra que caminar detrás de la desalmada que tenía por madre y su nuevo esposo, que pensaba en ella como un objeto de intercambio al que pensaba sacarle provecho.
—¿Vas a presentarme ante la manada como su nueva luna? —preguntó Zaria, deteniéndose frente a la puerta.
—No será hoy, Zaria. Lo haré el día en que Mica cumpla la mayoría de edad. Mataremos dos pájaros en un zarpazo —respondió.
Mica sintió terror, la única que podía morir allí era ella. Mestiza y con una madre que le daba completamente igual lo que pasaba con ella, ¿qué más podía esperar?
Las puertas de madera cuidadosamente esculpidas se abrieron de par en par. Si el exterior era impresionante, para lo que había dentro, Mica no tengo palabras. Desde los cimientos hasta lo más alto de la construcción, gritan lujo, poder y dominio.
El hombre, sentado en la sala, se puso de pie al verlos entrar. Dedicó una mirada a su líder y hermano antes de fijarse en las mujeres que lo acompañaban.
—Carne fresca —musitó lo suficiente alto como para causar que la piel de Mica se erizara. La mirada del hombre era de un profundo gris como el metal. Su cuerpo bien tonificado, una altura de casi dos metros de altura. Una bestia.
Mica sabía lo que eran, por sus venas corría la sangre de una de ellas, pero ese desconocido, era tan aterrador que su loba interior chilló ante su oscura aura. Podía sentir cómo se hacía un ovillo en lo más profundo de su ser.
Tragó con dificultad.
—Deja de emitir feromonas, Kael—ordenó Aziel—, asustarás a mi nueva hija.
Mica apretó los dientes, guardando silencio ante su burla.
—Lo siento, hermano. Es solo que mi lobo se ha enloquecido que su aroma —respondió el hombre, mirándola fijamente—. Si ya tienes a la madre, ¿puedo quedarme con la hija? —sonrió.
Mica no sabía si era una broma o una petición real. Sus intestinos se revolvieron solo con la idea de tener a ese hombre como esposo.
—Aún no cumple la mayoría de edad, cuando lo haga. Vamos a sentarnos a discutirlo —ofrece Aziel como si hablara de una maldita sandía.
El olor de la excitación de Kael abrió un horrible y nauseabundo vacío en el estómago de Mica. Su aroma era tan amargo como el ajenjo. Kael era un alfa y uno peligroso.
—El viaje ha sido cansado, ¿podemos ir a nuestras habitaciones? —preguntó Zarina. No porque le preocupara que hablaran de su hija como un trozo de carne. Si no porque, deseaba consumar su unión con Aziel y dejar clara su posición en la manada.
—Por supuesto —el líder, demasiado complaciente y sospechoso, las guio por las escaleras que tenían forma de caracol. Dejaron el primer, segundo y tercer piso hasta llegar al quinto. No se detuvieron, giraron hacia la derecha, perdiéndose entre los pasillos que parecían un laberinto.
—Por favor, descansa. En unos días todo estará listo para tu presentación como la luna de la manada y también para celebrar los veintiún años de Mica.
—Bien, como tú digas. —Zarina inclinó la cabeza en señal de sumisión.
Mica se canjeó una mirada severa del alfa, pero agachó la cabeza. No era su padre, y mientras no fuera oficial la unión con Zaria, tampoco era su alfa.
Él sonrió.
Los vellos de la nunca se le erizaron a Mica y, aun así, se obligó a mantener el mentón levantado. Lo que ameritó el gruñido de su madre.
—Buenas noches —dijo, pasando de ella, deteniéndose al darse cuenta de que no sabía hacia dónde dirigirse.
—La habitación del fondo es la tuya, Mica —dijo Aziel—. Ten cuidado, no salgas sola. Aún eres una desconocida para mi gente y odiaría si alguien llega a estropearte.
No respondió, caminó hasta el final del pasillo, giró el pomo y entró. Su corazón se agitó, había sido un esfuerzo titánico mantenerlo quieto mientras apreciaba la habitación que solamente era iluminada por la tenue luz que se filtraba por las ventanas. Era una noche sin luna, la lluvia había cesado, pero el frío que dejó en el ambiente le calaba los huesos.
Con paso lento, avanzó hacia la ventana para cerrarla. Detuvo las manos sobre las manijas cuando otro aullido se escuchó en la distancia. Era un lamento que le erizó los vellos de la nuca y le desgarró el alma.




































