Capítulo 04. Todo quedará en familia
Mica apartó la mano con rapidez, dando un paso atrás cuando el hombre le enseñó los colmillos. Su corazón palpitó en sus oídos. ¿Qué mierda significaba todo esto? ¿Por qué ese hombre estaba encadenado a la pared y siendo torturado? ¿Dónde diablos vino a caer?
Fue inevitable para ella recordar lo que había visto esa mañana. Los hombres de Aziel cargando bultos a la palangana de su todoterreno. ¿Eran muertos? Aziel, ¿los había asesinado a todos?
El miedo atravesó su columna y su loba chilló ante el reconocimiento del peligro en el que estaban. Si no huían de ahí, no quería imaginarse lo que iba a suceder. Mica era consciente de que su madre jamás actuaría a su favor.
Mica dio otro paso atrás al escuchar el gruñido del hombre. Sus ojos pasaron de ónix al oro puro. Era un alfa y parecía que no era uno cualquiera.
—¿Qué pasa? ¿Te ha mordido la lengua el lobo feroz?
La voz profunda del alfa le envió una descarga a su centro; conocía la excitación producto de su único celo. También recordaba la tortura vivida mientras estaba encerrada, evitando que alguien más se diera cuenta de que había alcanzado su edad adulta antes de lo esperado.
—¿Quién eres? —preguntó. Su cuerpo se movió sin su permiso. Se sentía como una polilla, encandilada por la luz de la vela.
—Conozco ese juego, mocosa. ¿Tu alfa te ordenó venir como a las otras? —cuestionó, agitando las manos.
El ruido de las cadenas taladró los oídos de Mica. Apretó los dientes, incapaz de soportarlo.
—No, no sé de lo que hablas. Llegué aquí por accidente —respondió, mordiéndose el labio, abriendo una herida superficial en su carne.
El desconocido levantó la mirada y sus ojos se agrandaron. Olisqueó el ambiente como si estuviera en plena cacería. El almizcle en el ambiente le hizo ponerse duro en contra de su voluntad.
—Soy Mica —se presentó. Estaba loca, esa era la única maldita explicación para no girar sobre sus pies y salir huyendo de allí. Si Aziel o uno de sus hombres la descubría, estaría en grandes problemas y su madre no dudaría un solo jodido minuto en castigarla por buscar lo que no se le había perdido.
Mica esperó un minuto que le pareció eterno; el hombre no respondió.
—¿Tienes sed?
Un gruñido fue todo lo que recibió por respuesta.
—No soy tu enemiga —se aventuró a decir. ¿Por qué simplemente no se largaba? ¿Cuál era la necedad de hacerle conversación a un tipo que no estaba interesado? Mica no lo sabía, quizá porque ella misma se sentía cautiva. Atrapada en un mundo que no la quería, que no la veía más que como una aberración de la naturaleza.
«Una despreciable e indeseada mestiza»
—Yo también estoy aquí, en contra de mi voluntad —susurró lo suficiente bajo, pero la audición de un lobo era muy buena y la de un alfa era triplemente mejor—. En la madrugada vi salir a varios hombres cargando bultos, ¿eran tus hombres?
Él no respondió.
Mica suspiró, hablarle a ese tipo era lo mismo que sentarse en su habitación y hablarle a la pared.
—Está bien, ya que no quieres hablar, me iré —dijo, metiendo la mano en su bolsillo, encontrando un dulce de los que se había robado en la cocina minutos atrás. Lo extrajo y lo miró con sumo interés—. ¿Quieres?
Un nuevo gruñido fue la respuesta.
Mica avanzó sin medir las consecuencias que podía traer su necedad de exponerse a los colmillos del hombre, abrió el dulce y lo colocó en los labios del alfa. El tibio aliento golpeó su dedo, pero no se apartó, ni siquiera cuando sintió la lengua acariciar su piel.
Un cosquilleo le corrió de pies a cabeza. Dio un paso atrás y lo observó.
Él estuvo tentado a lanzarlo al sucio suelo, pero no lo hizo. Tal vez y solo talvez, ese joven fuera su pase a la libertad.
—Atlas —dijo cuando Mica se giró sobre sus pies, haciendo que se detuviera—. Soy Atlas —replicó.
Mica asintió, pero no se giró para verlo. Su corazón se sacudió y corrió por el viejo y oscuro pasillo. Tenía que salir de allí antes de que alguien la descubriera.
Con el corazón martillando en sus oídos, volvió a su habitación. Corrió directamente hacia el baño para darse una rápida ducha. Podía recoger el aroma a madera y tierra mojada sobre ella y eso que Atlas ni siquiera la tocó; sin embargo, sus feromonas impregnaban todo el maldito lugar.
Lo que confirmaba sus sospechas, no se trataba de cualquier alfa. No quería ni pensar en todo lo que Aziel le había hecho para someterlo, porque claramente se trataba de un alfa mucho más fuerte y poderoso.
Cuando estuvo segura de que no había rastro del alfa cautivo sobre su piel, salió del cuarto de baño. Se vistió y se sentó a la orilla del ventanal, desde donde tenía una vista perfecta de la entrada. Sabría de la llegada de Aziel y sus hombres de primera mano.
Sin embargo, esa noche, ninguno de ellos volvió. No sabía si eso era bueno o malo. El caso es que no había dejado de pensar en Atlas. ¿Qué razones tenía Aziel para mantenerlo cautivo? No tenía ni la menor idea, pero esperaba averiguarlo antes de que terminara muerto como el resto.
A la mañana siguiente, bajó al comedor, llevándose una terrible sorpresa. Aziel y Kael estaban de regreso.
—Buenos días, Mica, ¿dormiste bien? —preguntó Kael con esa sonrisa desagradable que le provocaba arcadas.
—Muy bien, gracias —respondió ella, sentándose en la silla junto a su madre.
—Me alegro de que hayas descansado, el viaje desde la ciudad no debió ser nada cómodo —intervino Aziel.
Mica asintió, no dijo nada más, concentrándose en su comida. La carne medio cruda no le dio asco, fue el recuerdo de las marcas en el cuerpo de Atlas que la golpearon tan repentinamente.
—Aziel ha organizado la fiesta de tu cumpleaños —expresó Zarina, ignorando por completo el malestar de Mica, como siempre—. Toda la manada estará reunida, así que, prepárate. No solo seré anunciada como la nueva Luna, sino también será anunciado tu apareamiento con Kael. Y todo quedará en familia.




































