Totalmente inapropiado
Bajé las escaleras y me encontré con la mansión repleta de gente. Los amigos de papá, todos hombres de negocios importantes, estaban agrupados cerca del bar. Busqué con la mirada, pero León aún no había llegado. Me sentí algo decepcionada al comprobarlo.
—¡Isabela, cariño! —exclamó mi madre al verme—. Estás preciosa. Ven a saludar a los invitados.
Sonreí con educación y me dejé guiar por el salón. Respondía automáticamente a los cumplidos y felicitaciones por mi cumpleaños, pero mi mente estaba en otro lugar. En él.
Entonces lo vi entrar, y mi corazón empezó a latir como loco.
León Arévalo apareció en la puerta principal con un traje gris oscuro perfectamente ajustado a su cuerpo. Su camisa blanca contrastaba con su piel bronceada y su corbata azul marino resaltaba sus ojos verdes. El reloj de lujo brillaba en su muñeca mientras saludaba a mi padre con un apretón de manos.
—Mierda —susurré para mí misma.
Su barba estaba recortada con precisión, enmarcando esa boca que tantas veces había imaginado sobre mi cuerpo. Su cabello negro con canas en las sienes le daba un aire de autoridad que me mojaba las bragas. Caminaba con confianza, como un depredador seguro de su territorio.
Me disculpé con quienes hablaba y me dirigí hacia él. Mis tacones resonaban contra el mármol del suelo. Sentía las miradas de algunos invitados, pero solo me importaba una.
—León —dije al acercarme, usando una voz más grave y adulta de lo habitual.
Él se giró y sus ojos se fijaron en mí. Por un segundo, vi sorpresa en su mirada antes de que recuperara su habitual compostura.
—Isabela —respondió, inclinándose para darme un beso en la mejilla—. Feliz cumpleaños. Estás preciosa.
Su voz grave me provocó un escalofrío. Su mejilla rozó la mía brevemente, y sentí el calor de su piel y la aspereza de su barba.
—Gracias —respondí, manteniéndome cerca—. Ya soy mayor, puedes decir «sexy» si quieres.
Vi un destello en sus ojos. Una mezcla de sorpresa y de algo más que no pude descifrar.
—Siempre tan directa —dijo con una leve sonrisa—. ¿Cómo se siente tener dieciocho?
—Liberador —respondí, dando un pequeño giro frente a él para que pudiera ver mi vestido completo—. ¿Te gusta cómo me veo?
—Sabes que te ves muy bien —dijo con cautela, pero noté cómo su mirada bajaba por mi cuerpo, deteniéndose un segundo en mi escote.
—¿Quieres una copa? —pregunté, señalando hacia el bar.
—Claro.
Caminamos juntos hacia el bar. Me aseguré de quedarme lo suficientemente cerca para que nuestros brazos se rozaran ocasionalmente. Cada pequeño contacto enviaba descargas eléctricas por mi piel.
—Whisky para mí, por favor —le dijo al barman, y luego me miró—. ¿Y para la cumpleañera?
—Champán —respondí, sosteniendo su mirada—. Ya puedo beber legalmente.
Tomamos nuestras copas y encontramos un lugar menos concurrido para hablar. Me aseguré de sentarme de manera que mi vestido subiera ligeramente, mostrando más de mis muslos. Crucé las piernas lentamente, notando cómo sus ojos seguían el movimiento.
—¿Cómo van los negocios? —pregunté, pasando mi lengua por mis labios después de beber un sorbo de champán.
—Bien —respondió, pero su voz sonó un poco tensa—. Tu padre y yo estamos cerrando un acuerdo importante.
—Bien, en realidad me parece aburrido hablar de negocios en mi cumpleaños —dije, inclinándome hacia él—. Preferiría que me contaras algo más... personal.
Lo vi tragar saliva. Su intento de mantener la compostura profesional se estaba resquebrajando.
—¿Como qué?
—Como si alguna vez pensaste en mí fuera del contexto de «la hija de tu amigo» —dije directamente.
—Isabela... —comenzó, con tono de advertencia.
—Vamos a brindar a la biblioteca —lo interrumpí—. Aquí hay demasiada gente.
No esperé su respuesta. Me levanté y caminé hacia la biblioteca, sabiendo que me seguiría. Podía sentir su mirada en mi espalda descubierta y en mi trasero mientras caminaba delante de él.
La biblioteca estaba vacía y casi a oscuras. Las luces bajas creaban un ambiente íntimo. Cerré la puerta cuando entró tras de mí.
—Isabela, esto no es apropiado —dijo, pero no hizo ademán de irse.
—¿Qué no es apropiado? —pregunté inocentemente—. Solo quiero conversar en un lugar más tranquilo.
Me acerqué a él, levantando mi copa.
—Por los dieciocho —dije—. Y por todas las posibilidades que se abren ahora.
Chocamos copas y bebimos sin apartar la mirada. El deseo en sus ojos era evidente, por mucho que tratara de ocultarlo.
—¿Nunca pensaste que algún día ya no iba a ser una niña? —susurré, acercándome más hasta que nuestros cuerpos casi se tocaban.
Sentí su respiración acelerarse. El olor de su perfume me envolvía, mezclándose con el aroma de los libros y de la madera de los muebles.
—Honestamente, pensé que eso tardaría más en pasar —respondió con voz ronca.
—Pero ya pasó —dije, tomando su mano libre y colocándola en mi cintura—. Y ahora puedo tomar mis propias decisiones.
Su mano estaba caliente contra mi piel. Noté cómo su cuerpo se tensó ante el contacto.
—Y lo que quiero... —continué, llevando su mano lentamente hacia mi muslo—, es que me toques.
Su mano se movió por iniciativa propia, acariciando mi piel por encima del vestido. Vi el deseo en sus ojos, su lucha interna.
—Mierda, Isabela —murmuró—. No tienes idea de lo que estás pidiendo.
—Tengo una idea muy clara —respondí, sintiendo mi coñito palpitar bajo su toque—. He pensado en esto mucho tiempo.
Su mano subió un poco más por mi muslo, rozando el borde de mi vestido. Podía sentir el calor de sus dedos a través de la tela. Mi respiración se aceleró.
Entonces, como si despertara de un trance, León retiró su mano. Su cuerpo se tensó y dio un paso atrás.
—No sigas por ese camino, niña —susurró, con una mezcla de deseo y preocupación en su voz.
La palabra «niña» me excitó aún más porque, por primera vez, su connotación no tenía nada de inocente o de infantil.
Pero antes de que pudiera responder, escuchamos voces acercándose a la biblioteca.































