Capítulo 2 Capitulo 2
Los potentes rayos de sol me golpean en el rostro bronceado, y como un niño travieso, mi cabello chocolate se desliza por mi frente, cubriendo mis párpados. Me siento un poco incómoda y, con pereza, abro lentamente mis ojos celestes, encontrándome con el verde y frondoso paisaje del sur.
Por un instante, los problemas se desvanecen: el dolor constante en mi pecho y la incertidumbre de lo que me espera. La belleza natural que me rodea capta por completo mi atención. A donde miro, hay montes verdes, tan vivos y electrizantes que me transmiten un poco de su energía. Me acerco a la ventanilla y me maravillo con los colores vibrantes que pasan volando ante mí.
De repente, mi estómago ruge con fuerza, recordándome que llevo al menos veinticuatro horas sin comer. La fatiga se siente pesada en mi cuerpo. No pasa mucho tiempo antes de que el auxiliar nos avise que estamos a punto de llegar a nuestro destino. Los nervios comienzan a apoderarse de mí. Sin pensar, presiono con fuerza la mochila que tengo entre mis manos, mis nudillos se tornan blancos. Erick Fischer es el nombre de la persona que me recibirá; no sé nada sobre él, ni su apariencia, edad ni nada de su vida. Solo lo que mi padrastro me dijo: es un amigo, alguien importante y poderoso.
Las palabras de mi padrastro resuenan en mi mente: debo comportarme, ayudar a Erick y no causar más problemas. Me advirtió que si estropeaba esta oportunidad, tendría que arreglármelas sola. Esa presión me genera ansiedad, un nudo en el estómago.
El bus se detiene lentamente y los pasajeros descienden apresurados, pero yo salgo de los últimos; nadie me espera. Al poner un pie en el suelo, miro a mi alrededor con desconcierto y doy pasos lentos por el terminal, tratando de memorizar cada detalle. El lugar es moderno, pintoresco y bien mantenido; me siento estúpida por pensar que el sur sería más precario por ser considerado zona rural.
Me detengo frente a un quiosco que vende dulces, cigarrillos y periódicos. Moriría por fumar y comer una barra de chocolate, pero no tengo dinero. Mi padrastro no me dio ni una moneda. "Seguro la gastarás en drogas", me dijo cuando le pedí efectivo para comer. Tendré que esperar hasta llegar a la propiedad de los Fischer. Mi estómago ruge nuevamente y mis mejillas se sonrojan al percibir la mirada del vendedor. Decido girar rápidamente y alejarme.
Al salir al exterior, veo un par de taxis estacionados, esperando pasajeros. Me acerco a uno de los conductores, jugueteando nerviosa con un pequeño trozo de papel en mis delgados dedos. Me avergüenza pedirle a uno de esos hombres que me lleve hasta la dirección que tengo anotada, y aún más avergonzada me siento al pensar en pedirle a Erick que pague mi viaje.
Luego de ponderar unos minutos, decido acercarme; debo dejar mi vergüenza a un lado, porque no tengo más opciones. Sin más rodeos, me subo al primer taxi, saludo al conductor y le entrego el papelito con la dirección. El viaje se me hace eterno, más largo de lo que me gustaría, y fijo mi mirada en el pequeño monitor del auto que marca la tarifa, que aumenta cada vez que avanzamos. Cuando el automóvil se detiene, mi corazón lo hace junto con él. Mis manos comienzan a sudar y el revoltijo en mi estómago me paraliza.
—Aquí es, señorita —dice el hombre al girar su rostro—. Son 25.830 pesos.
—Denme un momento y le pago; no traigo dinero, pero mi tío le pagará —miento rápido, queriendo evitar cualquier confrontación. No quiero armar un escándalo ahora.
Bajo precipitadamente del vehículo y me encuentro frente a una gran casa estilo colonial, rodeada de hectáreas de verde y frondoso campo. Las paredes coloridas de la vivienda le dan un aire pintoresco, a pesar de su antigüedad. Subo unos escalones y toco el timbre, con el corazón latiendo desbocado al escuchar pasos firmes acercarse desde dentro.
La puerta se abre y puedo ver a un joven que aparenta tener más o menos mi edad. Es alto y tiene una contextura fornida, su cabello es más negro que la noche, perfectamente ordenado. Sus ojos de un hermoso color ámbar me penetran, y me siento nerviosa ante su presencia. Es increíblemente atractivo, y me he quedado sin palabras.
—Hola, soy Jill Sandoval, hijastra de Alejo Fernández —produzco con voz temblorosa, tendiendo mi mano en un intento por saludar.
—Pasa. —Su tono es frío y casi despectivo, mientras mantiene la mirada fija en el taxista. —¿Por qué no se ha ido?
Mi mano queda suspendida en el aire, y la retiro lentamente, avergonzada.
—¿Podrías pagarle tú? Mi padrastro no me dio dinero... Hice lo que pude para llegar aquí, así que... —Mis palabras balbucean, jugueteando torpemente con la correa de mi mochila. Su mirada severa me intimida.
—Ya no me des más explicaciones —suspira, algo molesto, y sin más baja para pagarle al conductor.
La incomodidad me aprieta el pecho. No esperaba un recibimiento con globos y serpentinas, pero un poco de amabilidad no habría estado de más. Después de todo, voy a pasar varios meses con ellos. La imagen que tengo de las personas ricas es que suelen ser groseras y despectivas; no conozco muchas, así que este es mi primer contacto, y con solo cruzar unas palabras, mis instintos parecen estar en lo cierto.
—Ya pagué tu viaje, ahora sígueme. —Dicta el joven con indiferencia.
Me guía por un extenso pasillo; a cada paso, aprecio la lujosa sala y el comedor imponente hasta que nos detenemos frente a una majestuosa puerta de roble con detalles tallados. Golpea suavemente antes de abrirla.
—Erick, llegó tu invitada. —Se hace a un costado, dejándome pasar.
—¡Al fin, pensé que Alejo se arrepentiría! —Erick exclamó con acento marcado, levantándose de su silla, desconozco si aliviado o emocionado.
Con pasos lentos y torpes, entro en la oficina. Al alzar la mirada me encuentro con un hombre joven, no más de treinta años. Es alto, atlético, tiene el cabello castaño oscuro alborotado y unos ojos color caramelo que destacan junto a sus largas pestañas. Es todo lo contrario a lo que imaginé. Tenía la imagen de un hombre mayor, de vientre prominente y rostro enrojecido por el alcohol.
Erick también parece haber tenido una percepción equivocada; según Alejo, esperaba encontrar a una chica rebelde y vulgar. Presumo que mi figura delgada y mi rostro aniñado infunden una cierta inocencia. Mis ojos celestes, mis largas pestañas y mi piel bronceada no gritan "problemática". Tal vez por eso, la sonrisa que se dibuja en su rostro me deja perpleja. Ya no recuerda la última vez que encontró atractiva a una mujer que no fuera su esposa. Se siente como una revelación.
—Jill Sandoval —digo, con voz temblorosa, extendiendo mi mano.
—Erick Fischer —me responde, estrechando mi mano con firmeza. —Él... —indica hacia el hombre que me recibió— es mi hermano, Alex Fischer.
—Alex Fischer —murmura entre dientes, estrechando mi mano con un poco más de fuerza de la necesaria. Su sonrisa oculta una malicia que me hace estremecer. —Un placer contar con tu apoyo para este verano.
—El placer es mío —murmuro, sintiendo el ardor en mi mano cuando finalmente la retiro.
—Te mostraré tu recámara —dice Erick, cambiando rápidamente de tono—. Por hoy, descansa. El viaje desde Valparaíso es largo. Desde mañana, empezaremos con tus labores.
—¿Y en qué consistirán mis labores? Mi padrastro no me explicó los detalles de lo que acordaron, ni siquiera sé cuánto me pagará —mi voz es calmada, aunque tiemblo ligeramente.
—Tu trabajo será sencillo. Necesito a alguien que me ayude a mantener el orden en mi oficina. Alejo mencionó que tienes un técnico en contabilidad, ¿es así? —me observa de reojo mientras subimos.
—Sí, es verdad. Pero solo tengo conocimientos básicos. Sin embargo, soy muy buena redactando documentos y cosas así. Me gradué con excelentes notas —mientras hablo, bajo la mirada, sintiéndome un poco avergonzada.
Una pequeña sonrisa aparece en su rostro y, de reojo, admiro los hoyuelos que se forman en sus mejillas. —Te ayudaré con lo que no sepas. Mi hermano también estará al pendiente. —Finalmente, detiene su marcha, retira su brazo de mis hombros y abre la puerta. —Esta será tu habitación. Siéntete cómoda y luego baja para que comas algo.
—Señor Fischer... —titubeo.
—Dime Erick, por favor. Cuando me llamas "señor Fischer", me haces sentir demasiado viejo. —Su risa es ronca y siento que su eco resuena en mis oídos.
—Está bien, Erick —mi voz sale baja y un tanto insegura—. Pensé que me querrías para el servicio doméstico...
—Oh, eso le dije a Alejo en su momento, pero mi hermano pegó un grito en el cielo. La sirvienta que ya tenemos sabe bien nuestros gustos, así que no es necesario que te ocupes de eso. —Guarda sus manos en los bolsillos.
Asiento, sin saber qué decir. Mi mente queda en blanco. Me siento intimidada por Erick, su acento, su apariencia tan imponente. Sé que debo trabajar en esto, superarlo, porque si no, mi estancia con los Fischer será un verdadero tormento. Sin esperar más, Él se va, cerrando la puerta suavemente tras él.
Erick tiene asuntos importantes que atender. Espero que su hermano sea más amable conmigo. Conozco bien el carácter hosco de Alex y temo que me trate con desdén. Alejo no fue claro al explicarle los motivos por los cuales sacó a Jill del instituto; solo me dijo que andaba en malos pasos y había sido expulsada por uso de drogas. Pero ahora que estoy aquí, frente a ellos, me pregunto si su manera de verme cambiará las cosas.
