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La Amante del CEO Billonario

La Amante del CEO Billonario

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Introducción

El CEO rechazó el amor de Esme, así que ella se fue de Grecia con el corazón herido. Tiempo después apareció en la boda de él con tres meses de embarazo.
¿Puede su relación ser más que algo pasajero, puede surgir el amor en los corazones rotos?

Capítulo 1

Fue moviéndose en silencio hacia la derecha, a un árbol que la ocultaba de los ojos ajenos, solo quería que él lograse verla, darle una buena vista. Nadie se dió cuenta de ella, todos tenían la atención puesta en la atracción principal. Había ruido y eso le jugaba en contra, ¿cómo llamaría su atención? ¿Saltando? ¿Mensajes de humo?

Mensajes...

Segundos después una idea ridícula, descabellada y poco práctica se le ocurrió. Le escribió un texto en su celular, muy sencillo pero claro. Lo vió sacar el móvil justo cuando el juez hacia la pregunta del millón.

—¿Acepta usted por esposa a Sasha Michelakis...?

Alistaír leyó el mensaje: «A tu derecha, agápi mú».

—¡Cállese! —exclamó Alistaír, mirando exactamente a donde estaba Esmeralda.

Ella le dirigió una sonrisa sarcástica, y se abrió el abrigo. Oh, cuánto disfrutó Esme ver los ojos de él salirse de sus órbitas y mirarle el hinchado vientre, que se notaba más con aquél pegadisímo vestido. Su pancita relucía para recordarle ese verano en el cual él había rechazado su amor con soldura.

Entonces ella gritó:

—¡ALISTAÍR STAVRAKIS NO SE VA A CASAR CON ESA ZORRA!

Escuchó el sonido de las cámaras en su dirección, tomando muchas fotos del momento. Todo el mundo se enteraría.

«Está hecho», sentenció.

Ella fue caminando hacia atrás, cuando estaba cerca del pasillo que la llevaba al salón, volteó a mirarlo y le hizo un gesto con el dedo. Luego se volteó de vuelta y comenzó a ir a la otra salida del lugar, el pulso le iba a mil por hora.

Escucho gritos, los de la familia de ellos dos, pero más la voz de ella, Sasha Michelakis sonaba desesperada y dolida a todo pulmón.

—¡ALISTAÍR STAVRAKIS! ¡VEN AHORA MISMO! ¡NO HICIMOS TODO ESTO PARA QUE TE VAYAS, CANALLA, ENGEN...!

Deja de escuchar el tumulto de voces. Se guardo en un hueco en la pared al lado de una puerta, y escucho pasos. Todo su cuerpo tembló, sabía que era él, lo sabía como que necesitaba oxígeno para vivir. Cuando apareció frente a ella, todo se detuvo.


«Porque todas merecemos cumplir nuestros sueños, no importan las críticas: nunca es tarde para hacerlas realidad...»

Esmeralda camino lo que le faltaba para llegar a su asiento en el avión, que era un vuelo directo hacia Atenas, en donde pasaría las últimas semanas vacacionando. Internamente se emocionó al darse cuenta de que no serían muchos los que estaban en el avión, ya que tenía malas experiencias viajando con el lugar abarrotado. Acomodo sus cosas en el asiento sobrante, y se recostó, angustiada por estarse precipitando. Jamás había salido de su país natal, era una chica de casa.

Aunque incansablemente siempre pensó:

«Tienes que conocer, tienes que experimentar...», ciertamente no pudo. A lo largo de sus veintitrés años le fue imposible, sabía que el tiempo se le estaba yendo, que no estaba logrando nada de lo que se prometió de joven. Que de hecho, sus planes eran todos al revés.

Trabajar lo que estudió: Trabajaba en algo que la hacía infeliz.

Tener una relación estable: Estaba amargada y sola.

Tendría un hijo o hija lindísimo: Ni siquiera había tenido su primera vez.

¿Estaba loca por hacer aquello? Seguía preguntándose. La verdad es que había tomado aquel vuelo por impulso, luego de ponerse a platicar con sus compañeras de trabajo. Aparentemente todas tenían un lugar al que ir en familia, mientras que ella estaba sola. Sus padres se habían divorciado y quién la crió fue su abuela Sadie, que ya estaba muy anciana para viajar. Le entristecía que emprendía aquel viaje sola, que iba a un lugar desconocido sin más conocimiento que saber hablar inglés y tener Google.

De hecho, fue su abuela la que la animó a embarcarse en ese viaje, hastiada de escucharla quejarse todos los días por la vida aburrida que le había tocado. Y ella estaba muy segura de que tenía razón. ¿De qué servía quedarse estancado, infeliz, de estar quejándose todos los días si no estabas haciendo nada por cambiarlo?

Recordó las palabras de su abuela, siempre acertadas:

«¿Entonces por qué no te vas de vacaciones? Así le callas la boca a tus venenosas compañeras, y de paso te diviertes un poco», le había dicho Sadie, acostada tejiendo un gorrito para bebé. Ya hacía días que lo tejia con esmero.

¿Para quién sería? Imposible de saber, prefirió no preguntar porque temía herir sus sentimientos, a pesar de verse fuerte y embravecida, la abuela ya estaba entrada en los setenta y había pasado por muchas cosas a lo largo de su longevo camino. Tuvo dos matrimonios maravillosos, tres hijos y un par de nietos. Todos ellos en otros estados del país y sus esposos muertos hacía años por problemas médicos. Es por eso que nunca le refutaba nada y trataba de ser una nieta dócil y amorosa. Por lo que había hecho caso a su sugerencia.

De modo que ahí estaba, escuchando por los altavoces del avión las instrucciones para el vuelo que despegaría en minutos. Se abrochó el cinturón y abrió su cortina, mientras observaba con excitación como tomaban altura, y luego, divisaba su ciudad en lo alto. Poco a poco fueron pasando las horas, aunque el vuelo era largo de veinte horas, disfruto la maravilla de los cielos, las ciudades, el océano y la tranquilidad. Las pequeñas turbulencias más bien le resultó arrullador. Fue así como se durmió, con la paz que el ambiente le brindaba.

━─━────༺༻────━─━

Lo que la despertó fue el sonido de gente hablando, en realidad ninguna azafata reparo en ella durmiendo todavía. Adormecida, vió como las personas iban bajando del lugar. Se levantó, tomó sus cosas e hizo lo mismo. Al sentir la luz repentina que había, parpadeó y fue a buscar sus pertenencias. Luego, abordo un taxi que la llevaría al embarcadero donde tomaría el ferry rápido hacia Mykonos, las bellas islas griegas que más le llamaron la atención en la agencia de viajes a la que acudió en busca de un lugar en el cuál vacacionar, le pareció que era lo que el doctor le recetó: vida nocturna, vistas maravillosas y ambiente cálido para olvidar lo que te aquejaba.

Fue bastante corto el recorrido pero lo suficiente para poder apreciar la belleza de Atenas, su cultura, la arquitectura y las personas. Al llegar al embarcadero se dió cuenta de que estaba apunto de salir, por lo que corrió rápidamente entre el gentío, por eso mismo no se sorprendió cuando accidentalmente piso el pie de alguien y casi se cae, tuvo suerte de que unas manos grandes y firmes la sostuvieron por la cintura. Asustada, trato de estabilizarse por su cuenta, notando que quien la había sujetado era un hombre alto de traje elegante con lentes oscuros para el sol. Muda de horror, notó que su pulso se había acelerado y se quedaba paralizada, admirando a aquel sujeto salido de la nada.

—Lo siento, señor —se disculpó con rapidez. Le daba tanta pena mirarlo que observó el piso con vergüenza.

Él la puso en el piso, pero sin dejar de sujetarla. No supo porqué, pero de pronto la forma en que la tocaba le erizó la piel, obligándola a levantar la mirada.

Se arrepintió inmediatamente. El aire se le quedó congelado en los pulmones, no pudo decir nada.

Le dedicó a Esme una media sonrisa.

—¿Extranjera? —preguntó en español con un lindo acento. Inmediatamente le gustó su voz. Acababa de conocerlo, pero en segundos notó que era el hombre más apuesto que sus ojos habrían tenido la suerte de mirar.

Nerviosamente soltó un risa

—S-sí, es evidente, ¿Verdad? —tartamudeó, insegura.

—No te preocupes, no hay prisa. Generalmente los ferrys esperan unos minutos más de la salida habitual para cualquier persona que venga con retraso —le explicó. Su agarre le embotó los sentidos. Fue muy conciente de sus dedos, y de como no le desagrado que la tocara. Era la primera vez que incluso deseó poder seguir sintiendo esas suaves, grandes y firmes manos, no quería apartarse.

Ella hizo una mueca. Olió su perfume, tan característico de un hombre como él: una fragancia picante de sándalo y manzana. Sus piernas le fallaron.

Dándose cuenta de que faltaba poco para cerrar los ojos y olerlo más de cerca cual sabueso, se apresuró a contestar:

—Gracias por decirme, acabo de llegar.

—¿Dónde piensas quedarte? —le preguntó el hombre. Notaba su mirada intensa, como si estuviese grabando cada parte de su ser en ese instante, no importaba que tuviera lentes, movía la cabeza literalmente al observarla. Por alguna extraña razón, el corazón le latió un poco más rápido.

Titubeó antes de contestar.

—En Mykonos. En un hotel, me recomendaron mucho uno famoso del sitio —respondió, con la lengua fluyendo por si sola—. ¿Vives aquí?

Él asintió.

—Nací en Grecia. Y nunca había visto una belleza tan peculiar como la tuya —susurró lo último, dándole una mirada a todo su cuerpo con descaro.

El corazón se le fue a mil, abrió la boca sorprendida pero no pudo decir nada.

Entonces Esmeralda se dedicó a repasar su rostro, era sin duda un hombre masculino y guapo. Tenía el cabello oscuro un poco largo, usaba un traje de etiqueta que denotaba lo musculoso que era. Quiso pasar las manos encima para verificar aquello. Estaba afeitado, su piel dorada contrastaba con el sol del atardecer. Era bastante más alto que ella y eso la hizo sentirse frágil, algo a lo que no estaba acostumbrada en su país de origen. Lo único que ansiaba era descubrir ese par de ojos ocultos. En pocas palabras, ahora comprendía cuando se usaba el término tan trillado «dios griego», él era un buen ejemplo de aquello, y no le parecía para nada trillado. Le parecía buenísimo.

Dándose cuenta de que él percibió su escrutinio, bajo la mirada y jugo con sus manos.

—Jamás nadie me había dicho algo así —admitió avergonzada.

El extraño negó con la cabeza, sorprendido.

—Imposible, eres exquisita —su voz sonó verdaderamente incrédula.

Esme se encogió de hombros, derrotada y halagada.

—De donde vengo no soy lo que se dice lo que se les viene a la mente al buscar pareja —suspiró—. Yo... creo que será mejor que me vaya, lo siento de nuevo —dijo con rapidez, temiendo haber dicho demasiado.

—No me has dicho tu nombre —murmuró con suavidad. Poco a poco, la fue soltando—. Al menos merezco eso, por salvarte de una caída dura. Y porque tan bonito rostro merece un nombre.

«¿Cómo es posible no haberme dado cuenta que todavía me estaba sujetando? ¡Debo estar loca!», se inquietó. Ese hombre tenía un poder innegable, la ponía nerviosa como una colegiala. Sus palabras acerca de la belleza que no sabía que poseía le daban ganas de cerrar los ojos y suspirar.

En ese momento, sonó una voz por las bocinas del lugar, anunciando que quedaban minutos para abordar al ferry, eso fue lo que le saco de su encanto. Tal vez eso era una advertencia de que debían zanjar la conversación, por lo que casi corrió a la taquilla, mientras lo hacía le gritó:

—¡Me llamo Esmeralda!

El guapo desconocido sonrió e hizo un ademán de despedida, sin perderla de vista. Esmeralda compro el boleto y abordo, preguntándose si alguna vez volvería a ver a aquel hombre. Le rogó a Dios que sí.

Todo el viaje se la pasó observando el mar, enamorada de los paisajes y la tranquilidad que infundía. Reviso sus correos electrónicos en el celular, los mensajes que había recibido mientras estaba en el avión y contestó algunos. En las cuatro horas que duró el recorrido en ferry, no pudo olvidar a ese hombre. Se preguntó si tendría esposa y si sabía lo afortunada que debía de ser… tener un esposo bien masculino, musculoso, guapísimo y que con solo mirar te ponía a temblar.

«¿Qué está mal conmigo?», Esmeralda estaba sorprendida. En sus veintitrés años de vida nunca se había parado a darle tanta vuelta a la mera existencia de un hombre, es más, ni siquiera había tenido su primera vez. Lo cuál le recordaba que no se hacía joven con cada día que pasaba y seguía sola, la familia con la que soñaba de niña poco a poco desaparecía. No tenía ningún interés amoroso con nadie, si Natanael Benson su mejor amigo gay y gringo contaba (lo cual no era así). A duras penas y tenía como amigas a Lisa, una ratoncita de biblioteca y Melina, una chica dulce aficionada a las citas a ciegas. Definitivamente le faltaba algo de sazón a su vida.

Por eso no solía ponerse a pensar tanto, nada más se dañaba así misma. Se cubrió la cara con las manos y suspiro. ¿Algún día se casaría, tendría unos hijos maravillosos y sería feliz? De ser posible, ¿Alguien querría casarse con ella? Vaya tontería.

El resto del viaje siguió lamentándose por su patética vida. Estaba harta de sentirse así con el autoestima, odiaba no poderse aceptar tal cual.

━─━────༺༻────━─━

Al llegar a Mykonos, no pudo evitar admirar la belleza del lugar. Era una de las más famosas islas de las Cícladas en el mar Egeo. Desde donde estaba logro divisar las colinas altas con sus molinos de viento. Respiro el aire puro, y a pesar de solamente ser las nueve de la noche, se dió cuenta que la vida nocturna era muy amena en el lugar. Decidió que recorrería los lugares al día siguiente, en ese instante estaba ya muy cansada para pensar en algo más siquiera. Tomó otro taxi y le pidió la llevase al hotel AS Paradise que es el lugar donde se hospedaría las últimas semanas.

Poco después, entraba a un maravilloso hotel con una arquitectura y diseño impresionantes. Se dió cuenta que el lugar había sido reformado de algo antiguo porque todavía era evidente en su fachada que no era nuevo, pero eso no lo hacía ni por poco feo y aburrido, al contrario. Habían muebles, decoraciones y luces de moda, pero no lo suficiente para alejarse del estilo griego, tonos azules y verdes con blanco lo caracterizaban, con bastantes cerámicas y columnas las cuales gozaban de intrincados agradables a la vista. Feliz como una perdiz, fue a la recepción por su llave. Entonces subió el ascensor, dándose cuenta que habían al menos treinta pisos, seguro que albergaban muchas personas.

Tomo un baño e incluso pidió el servicio a la habitación, para luego acostarse en la cama y pensar cosas tristes, como siempre.

Se revolvió en la cama con frustración. Mañana, mañana estaría todo el día fuera. Visitaría lugares encantadores, bailaría y saldría de la rutina. Aquella era su oportunidad para no ser ordenada e inflexible, aburrida y sosa. Se prometió todo aquello mientras el sueño la dominaba, una suave invitación a soñar con aquel exquisito desconocido del embarcadero... Sus labios eran una invitación a la pasión... Aún estando a punto de dormir, su cuerpo sintió latigazos de placer producto de su acalorada imaginación.

Esmeralda aún no sabía cuánto su vida estaría a punto de cambiar...

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© 2020-2021 Val Sims. Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta novela puede reproducirse, distribuirse o transmitirse de ninguna forma ni por ningún medio, incluidas las fotocopias, la grabación u otros métodos electrónicos o mecánicos, sin el permiso previo por escrito del autor y los editores.
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