CAPÍTULO 2: LA PIEZA PERFECTA

Killian

Observo la ciudad desde la ventana de mi oficina en el piso más alto del Hotel Royale, con los dedos entrelazados sobre el regazo. Desde aquí, la gente parece insignificante, como peones en un juego que solo unos pocos entienden.

Mi teléfono vibra sobre la mesa.

—¿Lo hiciste? —pregunto sin girarme.

—Sí —responde Marcus, mi hombre de confianza—. Entregué el sobre personalmente, ella lo vio, su reacción fue la esperada.

Una sonrisa casi imperceptible se dibuja en mis labios.

—Bien.

La investigación sobre Valeria de la Vega comenzó por necesidad, no por capricho. Durante un año he buscado una solución al problema que me atormenta. Moví influencias, establecí conexiones en hospitales y laboratorios, y di una orden clara: si aparecía un paciente con ciertas características en sus análisis, quería ser el primero en saberlo.

Entonces, ella apareció. Su nombre llegó a mí en un expediente médico; una mujer con las cualidades exactas que necesitaba.

La estudié, profundicé en su pasado, en su historia, pero no solo descubrí que es útil… también que tenía un motivo para aceptar mi propuesta y además… una coincidencia tan grande, que parece incluso obra del destino. Ella es la mujer indicada, la única que puede —y debe— ayudarme.

La humillación que ha sufrido, la traición, la pérdida… Esas son las herramientas perfectas. Cuando una persona toca fondo, es moldeable, dócil, y Valeria está al borde de aceptar cualquier cosa, incluso lo que yo pienso proponerle.

Marcus se mantiene en silencio, esperando instrucciones.

—¿Estás seguro de que vendrá? —pregunta finalmente.

Deslizo la mirada hacia él con calma.

—Las personas como ella no tienen más opciones.

⋅•⋅⊰⋅•⋅

A las 9:07 a.m., la puerta de la suite presidencial se abre.

No la miro de inmediato, estoy sentado en la gran mesa de reuniones, con la espalda recta y las manos sobre el reposabrazos de la silla de ruedas, pero el hecho de que sea un paralítico es algo para otra historia, ahora lo que importa es ella.

En el aire flota el aroma sutil de su perfume dulce y femenino, pero también hay algo más… nerviosismo, desconfianza. Valeria cierra la puerta con cautela y da un paso adelante.

—¿Es usted el hombre que me citó?

Finalmente, levanto la mirada.

Valeria de la Vega no lo que yo esperaba. En las fotos que vi de ella, su rostro parece siempre apagado, con la postura encorvada, como si intentara ocupar el menor espacio posible. Pero aquí, frente a mí, su presencia es innegable. Su cuerpo es redondeado, con curvas marcadas que la hacen ver imponente a pesar de la vulnerabilidad que aún la rodea. Su piel luce pálida, el hospital no le hace justicia, pero hay algo en la forma en que sus labios tiemblan y sus manos se aferran a la tela de su ropa que la hace ver más real de lo que imaginé.

Con unos ojos grandes y oscuros, labios temblorosos y una postura que intenta mantenerse erguida a pesar de todo. Aún no sabe quién soy yo, aunque yo sí sé todo de ella, incluso cosas que ni siquiera sabe de sí misma, y esa es mi ventaja.

—Siéntese —le indico con voz calmada.

Ella duda, pero obedece. Pasan unos segundos de silencio, la dejo retorcerse en su incomodidad, que su ansiedad crezca. Es un método infalible para medir a las personas, para saber qué tan desesperadas están.

—¿Quién es usted realmente? —pregunta al fin con cautela.

Cruzo los dedos sobre la mesa, observándola con paciencia.

—Solo alguien que tiene lo que necesitas, mi nombre es Killian.

Ella frunce el ceño, claramente insatisfecha con mi respuesta.

—¿Y por qué me llamó? ¿Por qué me envió toda esa información sobre Alejandro? Yo no lo conozco a usted.

Apoyo un codo en el reposabrazos y ladeo la cabeza.

—Porque usted me interesa.

Sus ojos se abren un poco.

—¿Qué?

—No se confunda —continúo con frialdad—. No es en el sentido que cree. Quiero proponerle un trato que le va a convenir, en especial para vengarse de su patético esposo.

—¿Venganza? No entiendo, ¿por qué cree que yo quiero vengarme de mi esposo? ¿Y cómo es que sabe tanto de mí?

La observo en silencio, disfrutando por un instante la incertidumbre reflejada en su rostro. Sabe que no estoy aquí por simple casualidad, que hay algo más profundo detrás de todo esto, y tiene razón.

—Porque sé de buena fuente que su esposo quiere quitarle todo su dinero, y lo peor, es que ya lo ha hecho. En cuanto a lo que sé de usted… bueno, digamos que lo que quiero, siempre lo obtengo.

Valeria traga saliva y frunce el ceño, evidentemente nerviosa.

—¿Qué dice? No eso no es cierto. Alejandro está un poco estresado por el trabajo, eso es todo, pero él nunca…

—¿Estás segura? —interrumpo—. ¿Acaso no le has firmado documentos cediéndole el control de tus bienes?

Inclino la cabeza apenas un poco, analizándola, y veo la duda en sus ojos, su respiración agitada. Esta mujer es una pobre ingenua enamorada de un bastardo que se aprovechó de ella para quedarse con todo. Aun así, no tengo prisa en darle respuestas, quiero que entienda que, en esta sala, el control lo tengo yo.

—No —niega con la cabeza, su voz se quiebra y aunque intenta evitarlo, las lágrimas se le acumulan en los ojos—. Él no me puede hacer eso, no. Usted no me conoce, ni a mi esposo, está equivocado —asegura, pero no hay confianza en esas palabras.

—En el fondo sabe que digo la verdad, porque a pesar de su negativa, no se pone de pie —le digo enarcando una ceja.

—¿Qué quiere de mí? —cuestiona, y yo sonrío; ya es mía.

—Un trato.

Su respiración se acelera.

—¿Qué clase de trato?

—Uno en el que ambos obtenemos lo que queremos. Usted se vengará de Alejandro Ferrer, lo verá arrastrarse y pagar por lo que le hizo y lo que le hará, y no me lo niegue, está en sus ojos.

Ella traga saliva, pero no responde, no tiene por qué hacerlo; ambos sabemos que es cierto.

—Y yo… —Hago una pausa intencional—. También tengo intereses que requieren de usted.

—¿Intereses? ¿De qué tipo?

—Eso no es relevante en este momento, lo que importa es que puedo brindarle lo que necesita: poder, recursos y la venganza.

Se queda en silencio, no esperaba algo así.

—Si no me dice qué quiere a cambio, me iré ahora mismo. Nadie ofrece algo así por nada.

Me relamo el labio inferior con lentitud.

—Que sea mi esposa.

Valeria parpadea como si no hubiera escuchado bien.

—¿Qué?

—Que se case conmigo. —La confusión en su rostro es casi divertida.

—¿Por qué haría algo así?

Ella cruza una pierna sobre la otra.

—Porque es lo mejor para usted, nadie se atreverá a tocarla si se convierte en mi esposa ni podrá humillarla, y sobre todo… Alejandro Ferrer jamás se lo esperará.

Observo cómo mi propuesta comienza a infiltrarse en su mente, lo está considerando.

—Pero usted… —ella mira la silla de ruedas con cautela, con algo de desconcierto—. No entiendo por qué querría casarse conmigo.

Sonrío, pero no hay calidez en ese gesto.

—Haremos un contrato, en él se estipulará todo lo que espero que haga por mí. Hace algunos años desaparecí del ojo público y necesito volver ahora, para eso y otras cosas más, me será útil.

Miro cómo aprieta los puños sobre su regazo, como si estuviera evaluando todas sus opciones y, poco a poco se da cuenta de que no tiene otra salida.

—Si aceptase —susurra finalmente—, ¿qué garantía tengo de que me ayudará?

—Ya se lo dije, habrá un contrato de por medio, todo será legal. Además, yo siempre cumplo lo que prometo.

—Aún no sé quién es usted, su nombre no me basta.

No es tan tonta como yo pensaba. De todos modos, decirle mi nombre ahora no importa, porque dudo mucho que ella sepa quién soy en realidad.

—Killian Cross —suelto, esperando ver su reacción, pero no hay nada en sus ojos, bien pude haber dicho cualquier otro nombre; ella no me conoce.

Valeria exhala con fuerza y cierra los ojos por un momento, pero cuando los abre de nuevo, hay algo diferente en su mirada.

—Tengo que pensarlo —dice con duda.

Exhalo lentamente apoyándome en el respaldo de mi silla. Esperaba resistencia, pero no importa, sé que va a aceptar, solo necesita procesarlo un poco.

—Tienes veinticuatro horas —declaro con frialdad—. Después de eso, mi oferta desaparece.

Ella traga saliva.

—Si acepto… tendré que divorciarme de Alejandro.

—Te proporcionaré los mejores abogados —respondo sin titubear—. Pero te advierto que cuando se lo digas, va a dejarte sin nada.

—No creo que él…

—Si no me crees, haz la prueba, pero… si dudas tanto, tal vez mereces seguir siendo la esposa humillada de Alejandro Ferrer.

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