CAPÍTULO 5: INVITADOS A LA BODA

Valeria

Una semana después…

Killian me lleva a elegir un anillo de compromiso, es parte del acuerdo. Si vamos a casarnos, debe parecer real. No le discuto, aunque todo esto sigue pareciéndome una locura.

La joyería es lujosa, con vitrinas llenas de diamantes resplandecientes. Un vendedor nos atiende con una sonrisa profesional, sin cuestionar la presencia del hombre en silla de ruedas a mi lado. Killian observa los anillos con la misma indiferencia con la que miraría una hoja de informes.

—Elige el que quieras.

Justo cuando voy a responderle, una risa burlona llega a mis oídos y me hiela la sangre. No necesito girarme para saber a quién pertenece.

—Vaya, Valeria. No pensé que te vería en un lugar como este. ¿Acaso ahora trabajas cuidando lisiados?

Me doy la vuelta con el corazón latiendo con fuerza. Alejandro me observa con esa expresión cruel que conozco demasiado bien. A su lado, Blake se aferra a su brazo con aire de victoria. Y como si no fuera suficiente, la madre de Alejandro aparece detrás de ellos con su típica mirada de desprecio.

—Oh, pero si es la pequeña Valeria —dice con un tono burlón—. Qué patética te ves. ¿No me digas que, después de que mi hijo te dejara, esto es lo mejor que pudiste conseguir? Claro… con tu aspecto, no podías aspirar a nada mejor.

Siento la sangre hervir en mis venas, pero me obligo a mantenerme firme. No pueden quebrarme otra vez.

—No trabajo para él —respondo con calma—. De hecho… —dudo antes de decirlo, pero veo la aprobación en los ojos de Killian—… es mi prometido, nos vamos a casar.

El silencio que sigue es tan incómodo que incluso los vendedores de la tienda se acercan para escuchar. Mi exsuegra es la primera en reaccionar con una carcajada sarcástica.

—¿Qué? ¿Con este inválido? ¡Dios, Valeria, qué bajo has caído!

Alejandro me mira con incredulidad, como si la idea misma de que otra persona pudiera quererme le resultara absurda.

—¿Me estás diciendo que pasaste de ser mi esposa para convertirte en la niñera de este pobre diablo? —dice con una mueca de burla.

Siento la presión en mi pecho y una rabia que me hierve la sangre.

—¿No te da vergüenza meterte con una persona discapacitada? Déjalo en paz.

Alejandro se ríe.

—¿Vergüenza a mí? La única apenada debes ser tú, que no te queda más que casarte con… la mitad de un hombre.

De pronto Killian toma la palabra.

—Veo que tu exesposo tiene un sentido del humor bastante básico, qué lástima.

Alejandro lo mira con recelo, sin saber cómo reaccionar ante la actitud tranquila de Killian.

—¿Y tú quién demonios eres? —pregunta con burla.

Killian sonríe levemente, con una calma que me pone la piel de gallina.

—Nadie, por ahora. Para ti solo soy el prometido de Valeria. —Su tono es cortés, pero hay algo en su mirada que hace que Alejandro se tense.

Blake suelta una risita falsa y me lanza una mirada desdeñosa.

—Bueno, Valeria, supongo que algo es algo, aunque casarte con un hombre así… Debes estar desesperada.

Killian ignora su comentario y, en cambio, toma una de mis manos con deliberada lentitud y desliza su pulgar sobre mi piel. La sensación es electrizante y me toma por sorpresa.

—No tienes que preocuparte por lo que digan personas irrelevantes —dice mirando directamente a Alejandro—. Después de todo, están invitados a la boda.

La sorpresa es evidente en los rostros de los tres. La madre de Alejandro frunce el ceño.

—¿Y por qué crees que querríamos ir a la boda de esta… mujer?

Killian sonríe con una seguridad perturbadora.

—Oh, vamos, no serán tan rencorosos. Será un placer verlos en nuestra boda. La invitación la envía la corporación Cross.

El rostro de Alejandro se tensa.

—¿Corporación Cross? —pregunta—, ¿acaso tú conoces al CEO de esa compañía? No me hagas reír. El dueño de Corporación Cross es un hombre muy importante y reservado, hace años que nadie lo ha visto, nadie sabe cómo es —afirma Alejandro.

—El CEO me pidió personalmente que te dijera que quiere verte ahí —le dice.

Pero yo no entiendo nada, ¿acaso el apellido de Killian no es… Cross? No digo nada, me quedo callada; todo esto es muy extraño.

Alejandro sonríe con suficiencia al igual que su madre avariciosa.

—Bueno, si él lo pidió, estaremos ahí, aunque no sé qué tendría que hacer un hombre tan importante como él en tu boda, seguramente irá por lástima —espeta con burla.

Killian ya no le presta atención, se gira hacia el vendedor y señala uno de los anillos más caros de la vitrina.

—Ese.

El vendedor asiente con rapidez y saca la sortija. Killian la toma y, sin apartar su mirada de la mía, desliza el anillo en mi dedo con la precisión de alguien que está firmando un contrato irreversible.

—Listo —dice con voz suave—. Ahora eres oficialmente mía.

Las palabras me calan hondo. No sé si suenan a promesa o advertencia, pero algo me dice que, de cualquier forma, ya no hay marcha atrás.

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