Capítulo 1 La Petición de su Padre
Alessandro empujó la pesada puerta de roble, un gesto que se había vuelto una costumbre dolorosa. Estaba preparado para lo que encontraría: su padre, Bruno Davenport, postrado en una cama de hospital, era una sombra de lo que fue.
Sus facciones, antes fuertes y definidas, estaban demacradas y pálidas. Sus ojos, un día llenos de brillo y vida, ahora eran pozos sin luz, cada vez más distantes de la recuperación. El diagnóstico era claro y el tiempo se agotaba. Los médicos habían sido honestos, y él, aunque se negaba a aceptarlo por completo, lo sabía en lo más profundo de su ser.
Solo entonces levantó la mirada hacia su madre, Andrea. Ella le devolvió la mirada con los ojos enrojecidos e hinchados de tanto llorar.
—Hijo, estás aquí —emitió con un hilo de voz que intentaba ser aliviador.
—Cariño, déjanos a solas —pidió Bruno en un susurro áspero.
Andrea se giró, echando una última mirada a ambos, una mirada cargada de amor y pena. Cerró la puerta tras de sí, dejando a padre e hijo en la intimidad de su dolor.
Alessandro se acercó a la cama, y su padre lo miró. En un intento por sonreír, solo logró una mueca, una contracción de sus músculos faciales que transmitía un esfuerzo titánico.
—Padre, lo siento si tardé. Tuve que resolver unos asuntos de la compañía.
—No te preocupes, hijo. Sé que debe ser un desafío para ti manejar todo esto solo. Lo estás haciendo bien —agregó, en un gesto genuino.
—Gracias, padre —soltó Alessandro, un nudo en la garganta.
De pronto tomó su mano.
—Mírame, no me queda mucho. Lo sabes. Este maldito cáncer me está consumiendo. Por eso, quiero pedirte algo, algo importante.
—Padre, ¿qué necesitas? Haré lo que sea.
La expresión de Bruno se endureció. El debilitado anciano se transformó por un instante en el Davenport que todos conocían; el empresario implacable, el hombre de acero.
—Tengo información sobre la familia de ese miserable que huyó —reveló con sus ojos fijos en los de su hijo—. Prométeme que te vengarás, que harás justicia por lo que le pasó a tu hermano. Liam… no merecía ese final. Si ese irresponsable no lo hubiera atropellado y dejado tirado como un objeto sin valor, tal vez se habría salvado mi hijo.
Tocar el tema de Liam era como hurgar en una herida que nunca sanaría. La muerte de su hermano, la impunidad del culpable, había sido un tormento constante.
Y, Alessandro sentía una enorme carga por la petición de su padre como una cadena que lo aprisionaba. Amaba a su padre y deseaba la justicia por la muerte de Liam, pero sabía que la sed de venganza podría ser una trampa. Sin embargo, no podía negarse.
A pesar de todo su poder, la familia Davenport no pudo hacer nada. Era como si el culpable, Julian Caldwell, hubiera sido tragado por la tierra. Ese hombre parecía haberse desvanecido en el aire, esquivando cada intento de la justicia.
No se sabía de su escondite.
La muerte de Liam era un dolor que pesaba sobre todos, una herida abierta y dolorosa.
—Padre... ¿qué debo hacer? —la voz de Alessandro se quebró un poco.
Bruno lo miró con la misma expresión, tan implacable y enojado.
—Acaba con ellos. Quiero que sientan lo que hemos sentido. Promételo, Alessandro.
El silencio en la habitación era asfixiante.
—Padre... —suspiró hondo —. Está bien, cumpliré con lo que me pides.
—Tiene una hija, su esposa también vive, pero creo que su condición no es muy buena. Estoy seguro de que a ese infeliz le dolerá que te metas con lo que más aprecia. La hija de un asesino... debe pagar por lo que su padre hizo.
Alessandro asintió, escuchando cada palabra, en su mente ya estaba creando un plan.
—Pagarán, padre. Lo prometo.
Bruno le sonrió con una debilidad que parecía un alivio. Estaba satisfecho. Luego, con un tembloroso gesto, le tendió una foto. Era una joven rubia de unos veintitantos años. Sus facciones eran delicadas, casi etéreas, pero había una tristeza en sus ojos que le llegó al alma. Por alguna razón, se veía apagada, como si la vida le hubiera quitado todo su brillo.
—Ella es...
—Adeline Caldwell. La hija de ese infeliz.
—La hija de un monstruo —farfulló Alessandro, sintiendo que la ira de su padre se le transfería.
—Y, aquí está la información que necesitas —agregó dándole un sobre amarillo repleto de hojas escritas.
Lo tomó y miró a su padre.
Apretó la foto con tanta fuerza que sus nudillos se tornaron blancos. Luego, miró a su padre, con una mirada tan dura como la suya.
—La hierba mala no muere, por eso debe arrancarse de raíz, padre. Te prometo que haré que paguen por lo de mi hermano.
La tos de su padre regresó, más fuerte esta vez. Las enfermeras y un médico entraron de inmediato. Alessandro se retiró, sintiendo el vacío que se avecinaba. Se sentía habitado por el dolor, pero a la vez, una extraña calma se había apoderado de él. Su padre le había dado una misión, un propósito que parecía calmar la tormenta en su alma.
Esa misma noche, su padre falleció. Andrea lloraba desconsoladamente, su dolor era crudo y palpable, él procesaba la noticia.
El funeral fue un mar de caras conocidas, de amigos y socios que le ofrecían sus condolencias. Alessandro, sin embargo, no derramó una sola lágrima. Se mantuvo estoico, "calmado" por fuera, mientras por dentro, todo era un desastre, un vacío infinito y un dolor que lo consumía.
Al regresar a su inmensa y solitaria casa, se desplomó en el sofá. Sacó del bolsillo la foto que su padre le había dado. En la otra mano, sostenía una botella de whisky. El alcohol no era suficiente para apagar el fuego en su interior. Las lágrimas, que había contenido durante horas, rodaron por su rostro, calientes y amargas. Se sintió pequeño otra vez, un niño que lloraba por la pérdida de su padre, un hermano que lamentaba la muerte de Liam hacía ya casi dos años.
—Padre... Liam... —sollozó, su voz quebrada —. Me vengaré, se los prometo.
Se empinó la botella, el líquido quemándole la garganta. Luego, miró la foto una vez más, la apretó con tanta fuerza que el cartón se arrugó, dañando el delicado rostro de la chica. Su rostro, su angelical cara, sus ojos tristes... todo de ella se grabó a fuego en su cabeza.
Adeline Caldwell y su madre debían pagar por los pecados de ese asesino.
Se lo prometió a su padre y lo cumpliría. Entonces, supo qué hacer, y es que no había una destrucción más poderosa, que romper a la persona desde adentro.
Tomaría el corazón de Adeline y lo haría añicos.
Ansiaba hacerlo.
