Doce

Luca me miró con furia, sus ojos ardían con acusación, pero no retrocedí. Le sostuve la mirada, la mía igual de intensa, desafiándolo. Si pensaba que podía gritarme o intimidarme, estaba equivocado. Ya había tenido suficiente de eso con mi padre—un hombre era suficiente. No iba a tratarme como a una...

Inicia sesión y continúa leyendo