Cabeza somnolienta

La mañana en Kioto era lo suficientemente cálida como para dejar las ventanas abiertas sin pensarlo dos veces. La luz del sol se deslizaba por las cortinas delgadas y caía en formas suaves y torcidas sobre el suelo de madera. Alecia estaba sentada acurrucada en el sofá, con las rodillas recogidas y ...

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