32.

Emma

—Nosotros... Deberíamos... Oh, Dios mío—. No podía ni siquiera terminar una frase coherente en ese momento. Michael levantó la cabeza de sus atenciones para darme una de sus sonrisas engreídas. No es que me quejara, porque el dolor y la extrema excitación de mi calor eran soportables ahora...

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