¡Que nada se te vaya a caer!
Cuando estábamos aproximándonos a la mansión, un temblor invadió mi cuerpo de una forma incontrolable. Tom y Marie tuvieron que ayudarme a seguir caminando. Es que la estructura de la mansión era tan imponente que me sentía terriblemente pequeña. Sumado a que, al estar nerviosa no lograba controlar mis habilidades y estaba percibiendo demasiadas emociones de demasiadas personas a la vez.
Tuve que sentarme unos segundos junto a uno de los árboles.
—Debes recuperarte rápido, no permitirán que lleguemos tarde. —Tom me tendió una botella de agua para que bebiera.
Casi me la termino toda y luego pensé en lo terrible que sería que me aguantara las ganas de orinar en la mansión porque no podría ir a su lavabo.
Cerré mis ojos para suprimir mis habilidades. Cuando respiraba profundo, podía dejar de sentir todas las emociones de los demás, requería de un poco de concentración. Usualmente podía hacerlo y solo activar mis habilidades cuando me era conveniente.
Tengo que sobrevivir. Mis habilidades son mis aliadas. Me repetí como un mantra, en mi cabeza, para concentrarme. Solo usaría mis dones si me resultaban útiles dentro de la mansión. No servía de nada atormentarme con emociones ajenas inútiles ahora.
Limpié el sudor de mi frente y me puse de pie. Marie y Tom suspiraron de alivio y nos apresuramos a unirnos a los demás.
La mansión era todavía más esplendida de lo que alguna vez imaginé. Contaba con mas o menos veinte torres altísimas y el puente para llegar a la entrada era del tamaño de nuestra casa. Estaba impactada al ver todo ese lujo, era un castillo interminable con un jardín majestuoso. Me pregunté como hacía Marie para no hablar de esto todo el día. Quizás no me decía nada para que no me sintiera mal por no poder conocer.
No pude dejar de observarlo todo con la boca abierta hasta que llegamos a la entrada, donde uno de los sirvientes con alto rango nos comenzó a dar las instrucciones. Yo lo conocía solo un poco, nos cruzamos en la casa de sirvientes algunas veces.
Observó con severidad a todos los que estábamos esperando y extrajo de su delantal un cuaderno grueso y un bolígrafo.
—Pasaran uno por uno al frente y yo les diré que trabajo realizaran. —Dijo, con una voz gruesa y ronca. —Les haré unas preguntas para ver para que estén calificados. Sepan que cualquier error les costará la vida. Todos los invitados deben ser tratados con extremo cuidado y perfección. Son aproximadamente cien guerreros y damas que han viajado aquí, sumados a la manada real que cuenta con treinta integrantes. Es de vital importancia que todo salga perfecto. La reina madre les dará un discurso apenas entren a la mansión y no quiero que arruinen nada.
Sus palabras calaron en lo profundo de mi ser. Claro que todos los que estábamos allí sabíamos que cualquier error significaba la muerte o la tortura. Ni siquiera sabíamos si los otros lobos eran igual de crueles que en nuestra manada. Según Marie, en nuestra manada, la del rey, nadie era tan barbárico. Yo no lo creía, para mi todos eran peligrosos.
George, el hombre que nos dio las instrucciones, comenzó a hacer pasar uno por uno a todos los sirvientes. Marie fue asignada a los camareros personales para las habitaciones, debía servir el desayuno, almuerzo y cena a dos damas de la manada Garra negra.
Cuando fue mi turno, rogué en no desmayarme, esto era tan nuevo para mí.
—¿Nombre? —preguntó George, examinándome con la mirada. —No te había visto antes aquí.
—Veyra. —Tuve que decir la verdad, no tenía caso engañarlo. Vi como abrió los ojos por la sorpresa, el tampoco me reconocía sin mis harapos.
—Serás mesera personal. Tienes buena presencia. Atiende a una dama y a un guerrero. No te daré más trabajo porque usualmente hueles a establo y no confío en tus capacidades. —Arrugó la nariz con desconfianza. —No hagas nada estúpido.
Me miró fijamente y agaché la cabeza en señal de aprobación. Me alejé un poco y ahogué un grito de desesperación.
Recibí las indicaciones por escrito para llegar a la torre en la que tendría que servir como camarera y ya no pude hablar con Marie. Cuando el discurso de la reina madre comenzó, me quedé en un rincón aislada de mis amigos.
Escuché las palabras motivadoras y parecieron bastante amables. No pude evitar mirarla a los ojos para sentir su emoción. Era algo que me gustaba hacer porque nadie se daba cuenta de ello en especial en un sitio lleno de gente.
La reina estaba nerviosa, angustiada. Identifiqué el dolor por la perdida de su esposo. El miedo estaba fuerte en sus emociones, ella tenía miedo y eso me pareció extraño. ¿A que le podría tener miedo la reina madre?
Al concluir me dirigí hacia la torre. En las instrucciones decía que me tenía que presentar con mi nombre ante la dama y el guerrero y decirles que estaba a su servicio hasta que volvieran a su hogar.
Estaba caminando muy rápido. Llamé a la puerta de la dama y ella me miró sin mucho interés.
—Sí, me gusta desayunar solo huevos y café. No me traigas nada más. —Soltó, para luego cerrar la puerta para quedarse a solas en su lujoso cuarto.
Respiré de alivio. Anoté en el cuaderno que venía con el uniforme la preferencia de la dama para el desayuno. Pensé que sería peor, que ella me haría preguntas o que querría algo tan elaborado que se me caería al traerlo. Solo tenía que presentarme con el guerrero y luego buscar ambos desayunos. No era tan complicado. A decir verdad, era mucho menos trabajoso que limpiar y fregar en la casa de sirvientes.
Llamé a la puerta del guerrero. Pasaron unos segundos antes de que abriera la puerta.
El era alto, con el cabello castaño claro casi rubio, rapado a ambos lados y sus ojos eran grises. Tenía una mirada suspicaz y traviesa. Como si planeara algo malo todo el tiempo. Me observó tan fijamente que me ruboricé.
—Vaya, pero miren que bonita chica me han enviado. —dijo él, con una voz tan presumida que me hizo tartamudear al responderle.
—Soy Veyra y estoy a su servicio mi señor… —empecé a decir, tartamudeando por los nervios.
El me sonrió y pude sentir su emoción. Estaba eufórico, su corazón latía rápido.
—Quiero que entres para que conozcas mi cuarto. Vas a tener que atenderme varios días ¿O no? —su tono era tan malicioso y a la vez atrevido que me desconcertaba.
Entré porque no podía negarme. No pude evitar observar el esplendor de aquella habitación para huéspedes. Al mirar el sitio donde estaba la mesa de desayuno, noté que había alguien más en el cuarto. Un joven de nuestra misma edad, pero de pelo negro y ojos miel me miraba sin parpadear siquiera.
Me sentía indefensa ante ambos. Eran sumamente atractivos y se veían fuertes, aunque no pudiera sentir su aura. Eran enormes en su forma humana, no me imaginaba como serían de grandes sus lobos. El de cabello negro era tan lindo que podría mirarlo todo el día. Los dos eran guapos, nunca había visto chicos así antes.
Yo no sabía como comportarme con tantas personas importantes. Me dirigí hacia el guerrero que me habían asignado a servir para escuchar su orden para el desayuno con el cuaderno en mis manos.
El chico soltó una risa burlona mirando a su amigo, que puso una expresión de rabia y sorpresa a la vez.
—Te ha ignorado olímpicamente, amigo. —Soltó el guerrero al que me asignaron, sin contener la risa.
El chico de cabello negro no dijo nada, sino que se limitó a seguir mirándome fijamente. No quise sentir sus emociones porque lo único en lo que estaba concentrándome era en tratar de no hacer nada estúpido. Además de que él era tan imponente que me dejaba sin palabras.
—Lo siento señor. —Me apresuré a disculparme, tratando de no mirar sus ojos color miel tan penetrantes y agaché la cabeza.
—Se hace una reverencia, creo. —Dijo el guerrero de cabello claro, guiñándome un ojo. —Estás hablando con el príncipe.


























