El fin de la paz

Punto de vista de Veyra

El sofoco me invadió provocando que el sudor me corriera por el cuerpo. Kyle me tenía acorralada contra la pared de la celda y me sujetaba el rostro para que lo mirara a los ojos.

—¿Qué te sucede, guapa, tienes calor? —preguntó, arqueando las cejas y sonriendo.

Su sonrisa le marcaba unos hoyuelos en sus mejillas. El color gris de sus ojos pareció hacerse más oscuro a medida que me hacía poner más nerviosa. Lo disfrutaba, podía sentirlo, estaba feliz de tenerme en este estado de miedo.

Olfateó mi cuello y sentí sus labios recorriendo mi piel. Me estremecí de pies a cabeza.

—¿Cómo dijiste que te llamabas? ¿Vanya? —preguntó, terminando de desabotonar mi camisa y dejándome desnuda del ombligo para arriba.

El frío del ambiente me hizo endurecer mis pezones. Jamás nadie antes me había visto desnuda en toda mi vida.

—Veyra…— respondí, temblando, el frío me hizo dejar de sudar, pero seguía temblando sin control alguno.

—Ah, es cierto, Veyra. —sonrió, entrecerrando los ojos.

Me soltó por unos segundos y yo caí al suelo por mi debilidad. Estaba tan asustada. Desde el suelo contemplé a mi torturador en todo su esplendor. Su cabello castaño claro iba en contraste con el gris de sus ojos. Yo no había visto a guerreros de elite jamás, ni siquiera de lejos, era la primera vez que comprendía las palabras de mi amiga Marie. Cuando relataba que los hombres eran totalmente diferentes a los de mi cabaña. Este chico era enorme, sus músculos parecían los de una especie de dios y aún así, seguía pareciendo menor en tamaño al príncipe, que se veía todavía más imponente.

Pasé mis ojos por cada parte de su cuerpo a pesar de que tenía miedo, porque la curiosidad también fue grande. Hice un esfuerzo enorme por no verle sus partes privadas, eso era demasiado para mí.

Kyle se acercó nuevamente y me ayudó a levantarme, con un poco más de amabilidad.

—Bueno, supongo que ya es hora de que me digas tu secreto. —dijo él, enfocándome con sus ojos grises profundos. Me sujetó de los hombros y recorrió mis brazos con suavidad.

Al ver que se me erizaba la piel, sonrió.

—No pareces tan tímida, Veyra. Vamos, es hora de que me digas porque dijiste lo que dijiste… —murmuró en mi oído, con una mezcla de seducción y amenaza.

Pasó las yemas de sus dedos por mis pezones hasta que estuvieron duros como rocas. Su tacto bajó por mi vientre. Una sensación similar a la de cosquillas fue la que me invadió esta vez.

—No… —solté, tratando de parar su mano, porque el iba a seguir tocando hasta llegar debajo de mi ombligo para seguir desnudándome. —¿Entonces lo que dije fue verdad? Ibas a traicionar al príncipe… —lo enfrenté con los ojos, aunque podía matarme en cualquier momento.

Una vocecita dentro de mí me dijo que no podía seguir teniendo miedo, porque si quería matarme lo haría de igual manera. De nada servía llorar ni suplicar por piedad.

—Ah, eres valiente para ser una sirvienta virgen. —Kyle volvió a sonreír con malicia y me rodeó con sus enormes brazos. Contemplé que uno de sus tatuajes era el de una moneda de oro pirata y eso llamó mi atención.

—¿Cómo sabes que yo soy virgen? —me adelanté a preguntar, sin medir las consecuencias.

—Estás más caliente que una hoguera, guapa, solo con estar mirándome un rato. No fue difícil adivinarlo. —su tono irónico parecía hacerlo todavía más atractivo. —No me obligues a hacerte daño, quisiera que me dijeras lo que ocultas para que así pueda llevarte a tu nuevo hogar.

Abrí los ojos por el terror que me poseyó de golpe.

—Este es mi hogar, quiero decir… La cabaña de sirvientes. —tartamudeé, los nervios me hacían volver a sudar.

El me presionó contra la pared y sentí algo entre mis piernas, algo tan duro que trataba de romper mi falda. Se acercó más todavía y su boca estuvo pegada a mi oído. Susurró mientras me tocaba el vientre lentamente para ir bajando poco a poco.

—No te quedarás aquí. Me has gustado y te convertirás en una de mis esclavas. Tengo seis esclavas en mi harén y serás mi nueva adquisición. Solo un tonto desaprovecharía tener una belleza como tu sirviendo él té. —seguía susurrando en mi oído, su tacto era cada vez más intenso.

Me dejó desnuda enteramente con dos movimientos rápidos. Su dedo índice se hundió lentamente en mi coño y solté un grito de temor.

—Oh, estás más mojada de lo que pensé. —besó mi cuello, deslizando su lengua hasta que llegó a mis senos y también los recorrió.

—Basta… No tengo ninguna habilidad ni nada que te sirva… Soy solo una lacaya y aquí debo pasar mis últimos días… —traté de apartarlo, empujándolo inútilmente.

Soltó una risita al ver mi intento de defensa. Me arrojo al colchón tan deteriorado y viejo y sujetó mis piernas con sus manos, haciendo que no pudiera cerrarlas. Tenía una vista de todo mi coño y eso pareció encantarle.

—Dime. ¿Por qué dijiste eso de que traicionaría a mi querido amigo? Eso te costará la vida si alguien más lo sabe. —me examinó lentamente con los ojos, como si saboreara cada parte de mi cuerpo.

Traté de cerrar nuevamente mis piernas sin éxito. Su dedo volvió a introducirse y jugó en mi coño presionando una parte que me provocó un gemido extraño. No entendía que me estaba pasando. Esto era nuevo para mí.

Pero de algo estaba segura. No iba a llevarme con él. Aquí tenía a mis amigos, a Susan, que era como una madre para mí. Además logré hacerme un camino de supervivencia aquí y lograba obtener cosas gracias a mis habilidades. Si me llevaba, sería mi final.

—¡No seré una de tus malditas esclavas! —grité por la rabia.

Salté sobre el colchón en otro intento por huir. Esto le pareció divertido y me arrinconó, quedándose sobre mí.

—Tú no volverás a fregar un plato, ya te conocí y no podré olvidarte. —Kyle usó un tono diferente, casi romántico, pero a mi me generó todavía más enojo.

—¡Quiero seguir fregando platos! —chillé, intentando patearlo o defenderme un poco siquiera. —Toda la vida lo he hecho y toda la vida lo haré. ¡Es mi jodido destino!

Las lagrimas me corrían por las mejillas. Escuché los pasos de alguien afuera de la celda. El miedo se hizo más fuerte y mi corazón latía a demasiada velocidad.

—En eso, la lacaya tiene razón.  —la voz de una mujer se impuso.

Mirándome como si fuera basura, una mujer estaba parada delante de nosotros. Kyle se incorporó y trató de ocultar que estaba desnudo.

—Majestad. —agachó la cabeza en una reverencia y se puso visiblemente rojo.

Capítulo anterior
Siguiente capítulo