LA FIESTA

[JULIETA]

El club está repleto de gente. Los vestidos de lentejuelas dominan la pista y por momentos parece un desfile de las mejores casas de moda del mundo. Ahora comprendo por qué Mateo insistió tanto en un vestido de diseñador: no quería que desentonara esta noche.

Los hombres tampoco se quedan atrás. Muchos están acompañados por sus parejas, otros están al acecho de grupos de amigas que llegaron solas. La música suena a tope, cortesía de uno de los DJs más cotizados de Las Vegas, ese que solo llaman para las fiestas más exclusivas. Nadie puede evitar moverse ante su mezcla perfecta de ritmos y clásicos reversionados.

Camino entre la multitud, buscando a Mateo, hasta que lo veo junto a Dante, parados frente a la barra central. Ambos se giran hacia mí con una sonrisa tan sincronizada que no puedo evitar pensar: ¿estaban hablando de mí? Tal vez sí. Tal vez me estoy volviendo paranoica.

—¿Así que hiciste que mi amigo se lanzara de las tirolinas en Fremont Street? —pregunta Dante, alzando la voz por encima de la música. Río.

«Al parecer, sí estaban hablando de mí. No estoy loca.»

—¡Sí! Así como lo ves... y me hizo lanzarme también. Casi muero —respondo, y ahora parece gracioso, aunque esta mañana temblaba de miedo.

—Pues felicidades, rompiste los esquemas de mi amigo —bromea Dante y le da un golpe en la espalda a Mateo, que sigue con su whiskey en la mano.

—Y los seguirá rompiendo —añade Mateo, dejando el vaso sobre la barra. Entonces, me toma de la mano—. Ven, bailemos.

Eso sí no lo vi venir.

Me lleva hasta el centro de la pista, justo bajo la enorme bola de cristal que gira lenta, esparciendo luces por todos lados. Comienza a moverse al ritmo de la música, y por un momento lo observo en silencio.

¿Quién es realmente Mateo Montenegro?

¿Es el hombre frío y estructurado que conocí cuando bajó del avión?

¿Es el caballero que me protegió en el casino?

¿O es este, el que me toma de la cintura con suavidad y me guía con naturalidad sobre la pista?

—Jamás imaginé que te gustara bailar —confieso, acomodando mis manos en sus hombros.

—¿Te molesta bailar conmigo? —pregunta, mirándome con intensidad.

Niego.

—No. Solo... no lo esperaba.

Y debería recordarle que bailar no forma parte de mi trabajo. Pero lo hace tan bien que solo quiero seguirle el ritmo.

—Si algo te molesta, solo dímelo —me dice con calma, sin apartar la vista.

—Lo haré, no te preocupes.

Nuestros cuerpos parecen hablar un idioma silencioso. Se mueven sincronizados, con naturalidad, como si se conocieran de antes. Su perfume me envuelve: sobrio, elegante, embriagador. Sus manos no bajan más allá de la mitad de mi espalda, su cercanía es la justa. Casi como si me estuviera cuidando… y es ahí cuando comprendo que Mateo no solo es un caballero. Es el caballero.

Entre la música, las luces y la gente, empiezo a sentir calor y sed. Me aparto un poco, muevo mi cabello hacia un lado y me acerco a su oído.

—Tengo sed —le digo. Asiente.

—Vamos por un trago.

Me toma nuevamente de la mano y me guía entre la multitud, pero en lugar de llevarme a la barra central, salimos hacia la terraza. El aire fresco me golpea la cara y suspiro aliviada.

—Está más fresco aquí —comento.

—Sí, era un infierno allá adentro —bromea mientras se acerca a la barra exterior.

—¿Qué quieres beber? —me pregunta.

—Champagne bien fría.

Me sonríe y pide al bartender una copa para mí y otro whiskey para él. Se gira hacia mí mientras esperamos las bebidas, y por un momento me mira en silencio. Demasiado silencio.

—¿Qué? —pregunto, alzando una ceja.

—Nada. Solo... te miro.

—¿Y por qué me miras así?

—Nunca conocí a una mujer que despertara tantas preguntas en mí —confiesa.

Me toma por sorpresa.

—¿Qué preguntas tienes sobre mí?

Pero antes de que responda, el bartender nos entrega las bebidas.

—La primera es: ¿qué edad tienes, Julieta Montiel? —me pregunta al pasarme la copa.

Río.

—¿De verdad quieres saber mi edad?

Él solo asiente.

—Treinta. Y si vas a preguntar, yo también puedo. ¿Tú?

—Cuarenta y dos —responde, divertido.

—Joven para ser quién eres…

—¿Y quién soy?

—Para empezar, un empresario exitoso. Y también… alguien que parece tener las cosas muy claras, pero que ha sufrido mucho por la pérdida de su esposa.

Asiente, bajando la mirada un segundo.

—La vida ha sido buena conmigo por un lado… pero por otro, me golpeó muy duro.

—Me imagino…

—No, no puedes imaginarlo. Mi esposa estaba embarazada cuando falleció. Perdí a los dos: a ella y a nuestro hijo.

Mi pecho se encoge. No sé qué decir.

—Lo siento… no tengo palabras —murmuro.

—No tienes que decir nada. La vida no siempre es justa. Pero me enseñó algo: aunque sea a pedazos, hay que levantarse y seguir.

Lo miro en silencio, procesando lo que acaba de decir. Entonces, la pieza encaja.

—Dante te habló de mi pasado, ¿no? —pregunto directamente.

Mateo guarda silencio por un segundo y luego asiente.

—Me dijo que no aceptaste su interés… y después me explicó por qué.

—¿Y por qué te interesa eso? Solo estoy trabajando para ti estos días. No tienes por qué meterte en mi vida privada —le digo, molesta.

—Lo siento, no debí…

—No, no debiste —rebato, dejando la copa sobre la barra. Me doy la vuelta y empiezo a alejarme.

—¡Julieta! ¿Dónde vas? —lo escucho decir mientras se acerca.

—Al hotel. Estoy cansada. Y si quieres quejarte con el señor Castillo, hazlo.

Me toma del brazo con suavidad, apenas un roce, pero me detengo en seco.

—Ey… lo siento, de verdad.

—No indagues en mi vida —le digo, esta vez más fría.

—No lo haré. Te lo prometo —responde, y mira a su alrededor—. Déjame al menos acompañarte. No es seguro que vayas sola a esta hora.

—No te preocupes. El Strip está lleno de policías. Tú quédate aquí y disfruta. Nos vemos mañana —respondo con firmeza.

Finalmente, me suelta.

—Está bien…

Y sin decir nada más, me doy la vuelta y camino hacia la salida.

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