HACIENDO LAS PASES
[MATEO]
(Al día siguiente)
Una hora después de que Julieta se fue anoche del club, yo también regresé al hotel. Durante horas estuve dándole vueltas a mi estúpido comportamiento con ella. Le doy la razón: me metí donde no debía.
El agua caliente cae sobre mi espalda, relajando cada músculo, pero no mi mente. «¿Por qué tuve que meterme en su vida?», me repito una y otra vez.
Quizás mi psicólogo tiene razón. Desde que Gabriel asesinó a mi hermana, me he vuelto obsesivo con el control. Él insiste en que desarrollé un instinto protector con todos los que me rodean, sobre todo con las mujeres. Tal vez es cierto. No soporto ver a un hombre mirar con morbo o tocar a una mujer sin su consentimiento. Me hierve la sangre.
Y no es para menos. Mi hermana murió en manos del hombre que, supuestamente, la amaba.
La única conclusión a la que siempre llego es que no he superado la muerte de Ainhoa. Ella fue mi sostén tras perder a Nadia. Siempre estuvo ahí. Me alentaba. Me acompañaba cuando el dolor me paralizaba. Y yo... sigo reclamándome el no haber visto las señales. Gabriel era controlador, celoso, enfermizo. La asesinó una noche cualquiera, tras una discusión.
Todavía resuena en mi cabeza la voz de mi madre, llorando al decirme que habían matado a mi hermana.
Los fantasmas regresan... y con ellos, las lágrimas.
Un golpe fuerte en la puerta principal me saca de mi trance. Me apresuro a enjuagar los restos de jabón y cerrar el grifo. Me envuelvo una toalla a la cintura y salgo del baño. Al abrir la puerta, ahí está ella. Lleva un short negro, camiseta blanca y una americana ligera haciendo juego. No me mira directamente.
—Quizás deberíamos cambiar el horario... —sugiere.
—No, el horario está bien. El que se demoró fui yo —respondo, abriendo la puerta para que entre—. Ya regreso, reserva donde tú quieras hoy —añado antes de dirigirme a la habitación.
Cierro la puerta tras de mí, dejo la toalla húmeda sobre la cama y tomo otra para secarme el cabello. Me visto: pantalón gris, polo negro, cinturón y zapatos a juego. Me peino, agarro el celular, la billetera y salgo.
—Julieta —digo, llamando su atención. Estaba mirando por el ventanal, ensimismada.
—¿Sí? —pregunta al voltear.
—Antes de salir, quiero pedirte disculpas por lo de anoche —repito. Ella niega suavemente con la cabeza.
—Discúlpame una vez más. No debí entrometerme en tu vida —insisto, sincero.
—Ya está. Ya lo hablamos. No te preocupes. Solo no lo vuelvas a hacer —responde con tono firme, pero sin rencor.
—Lo prometo. Es mi forma de ser la que me llevó a eso. Tengo mis motivos... pero debo entender que solo estás trabajando para mí, y no tengo derecho a invadir tu privacidad.
—Ya está, Mateo. No te preocupes —dice, esta vez más suave—. Viniste aquí para distraerte, así que mejor comencemos el día. ¿Tienes alguna idea o aceptas sugerencias?
—No tengo nada en mente. Acepto sugerencias.
Mira la hora.
—Para empezar, iremos a desayunar. Hice una reserva en un restaurante del Caesars Palace —anuncia.
—Perfecto, vamos —respondo, acercándome a la puerta. Me adelanto y la abro para ella.
—Gracias —dice con una leve sonrisa al salir. La sigo.
—Un placer. Y dime... ¿dónde me llevarás hoy?
Me lanza una mirada curiosa.
—¿Te gusta el arte?
—Me encanta —respondo sin dudar. Es verdad.
—Entonces te encantará The Arts Factory. Es arte al estilo Las Vegas —explica con entusiasmo. Me gusta ver a Julieta así, más suelta. Tal vez ya me haya perdonado… o quizás simplemente está cumpliendo su rol.
—Quizás encuentre algo interesante para mi colección —comento mientras esperamos el ascensor.
—¿Coleccionas arte? —pregunta, interesada.
—Sí. Y si es de artistas locales o únicos, mucho mejor.
—Definitivamente te va a encantar este sitio.
—Hasta ahora, no tengo quejas con mi anfitriona ejecutiva —bromeo.
Por fin, vuelve a reír.
—Qué bueno. Sé que a veces puede ser una tonta, pero tiene las mejores intenciones para que su cliente la pase bien.
—Y su cliente agradece que lo haya perdonado por ser tan imbécil anoche... Lo estaban pasando tan bien, y él arruinó todo —murmuro mientras entramos al ascensor.
—Siempre se puede resarcir el daño —responde en tono misterioso.
—¿Y eso sería…?
—Una nueva fiesta. Sin preguntas incómodas ni confesiones del pasado —propone.
Río suavemente.
—¿Hay una buena fiesta esta noche?
—Sí. No tan elegante como la de anoche, pero divertida.
—Acepto la invitación. Te la debo.
—Nos inscribiré en la lista entonces...
—¿Vaya, con lista y todo?
—Para que veas. Yo también tengo mis amigos —dice entre risas. Tal vez sí me perdonó del todo. Por alguna razón, eso me hace feliz.
—Ya tengo curiosidad.
—Haces bien. La pasarás increíble.
—No lo dudo.
Y ahí, simplemente nos quedamos mirándonos.
¿Qué es lo que tiene ella que me hace ser así? No reconozco a este Mateo…


