CONFESIONES

[MATEO]

(Horas después)

Aún tengo la sensación de que estamos bailando juntos, que el sol calienta nuestra piel, que la risa de Julieta se mezcla con la música de fondo. Ha sido, sin exagerar, una de las mejores tardes que he tenido en mucho tiempo. Julieta tiene esa capacidad de desarmarme sin esfuerzo, de hacer que me olvide de todo lo demás, incluso de mí mismo. Su energía es contagiosa, brillante… incluso cuando sus ojos, a veces, revelan un dejo de tristeza que sé que viene de su pasado, de la historia con ese exnovio que todavía le pesa.

Almorzar con ella fue una odisea. Con ese traje de baño y el vestido de playa, parecía sacada de un anuncio de revista. A veces creo que ella no tiene la menor idea de lo que provoca a su alrededor. Los hombres la miraban, la deseaban, algunos incluso se acercaron con excusas torpes, pero se detuvieron cuando me vieron a su lado. Me pregunto si esto le pasa siempre… o si soy yo quien ve demasiado, por esa forma analítica que tengo de observarlo todo.

Miro el reloj: las 9:00 p. m. No suelo salir tanto, no me gusta saltar de fiesta en fiesta, pero habíamos quedado en ir a ese club después de cenar. Y si hay algo que no me gusta, es cambiar los planes a última hora.

Pantalón gris, camisa negra, el cabello perfectamente peinado, el perfume justo. Ya estoy listo. Solo falta ella.

El golpe en la puerta llega puntual. Abro, y ahí está. Julieta. Deslumbrante. Luce un vestido negro corto con transparencias sutiles, ubicadas estratégicamente para no mostrar demasiado, pero lo suficiente como para hacerte imaginar lo que hay detrás.

—Vaya… estamos combinados —comenta con una sonrisa pícara, bajando la mirada para ver mi ropa.

—Eso parece… Te ves increíble —respondo, sin disimular la forma en la que la estoy mirando.

—Gracias. No será un vestido de Gucci, pero es de marca —bromea, dándome un guiño.

—Pero te queda como si lo fuera. Y eso es lo que importa —le aseguro, con convicción. Se sonríe bajando un poco la cabeza, quizás para esconder ese rubor que asoma en sus mejillas.

—Hice la reserva en TAO. Así después de cenar ya nos quedamos en el nightclub —dice, retomando el plan con naturalidad.

—Perfecto. Vamos entonces —digo, tomando mis llaves y cerrando la puerta tras de mí.

Esta noche una limusina nos lleva hasta el Venetian. Al bajarme, le ofrezco la mano con elegancia para ayudarla a salir. Ella la toma, y ese pequeño contacto me provoca más de lo que debería. Caminamos hacia TAO, y la acompaño con la palma de mi mano en la parte baja de su espalda.

—¿Te gusta la comida asiática? —pregunto, mientras cruzamos el vestíbulo del hotel, iluminado con luces doradas que reflejan los brillos de su vestido.

—Sí, bastante. A ti supongo que también, ¿no?

—Por supuesto —respondo de inmediato, y la observo de reojo—. ¿Puedo preguntarte en qué zona de Las Vegas vives? Supongo que no vives en un hotel… —añado, en tono de broma, y ella ríe.

—Vivo a unas pocas calles del Strip, en un departamento. —responde mientras abro la puerta del restaurante.

—¿Tu familia vive aquí también?

—No, ellos están en Miami.

—Qué bien. ¿Y vas seguido a verlos?

Ella me mira, alzando una ceja con una sonrisa traviesa.

—Cuánta curiosidad...

—Solo intento conocerte —me justifico, levantando las manos en señal de inocencia.

—¿Y para qué quieres conocerme? Después de tu estadía aquí, no nos volveremos a ver —dice, con una neutralidad que intenta ocultar una nota de tristeza.

Sin embargo, entra como si nada y le da los datos de la reservación al host. Sé que tiene razón. Que no debería querer saber más de ella. Pero… lo quiero. No sé por qué. Quizás porque saber que no nos veremos de nuevo hace que todo esto tenga un valor distinto. Más puro. Más intenso.

—Por aquí, por favor —dice una empleada, y la seguimos hasta una mesa algo apartada, con iluminación tenue y cierto aire de privacidad.

Le aparto la silla, y cuando se sienta, tomo asiento frente a ella.

—¿Te encuentras bien? —me pregunta, con el ceño apenas fruncido. Supongo que notó mi silencio.

—Sí, estoy bien —respondo, aunque por dentro mi mente da vueltas.

—Discúlpame si fui un poco brusca… —comienza, bajando la voz—. Es solo que no sé muy bien cómo manejar todo esto. Nunca tuve que convivir tantos días seguidos con un cliente. Y no quiero que esto se vuelva raro… No es que no quiera ser tu amiga, pero me da miedo mezclar las cosas, ¿sabes?

La entiendo perfectamente. De hecho, me sorprende su honestidad.

—Te entiendo. Pero creo que deberíamos dejar que las cosas fluyan. Sin forzarlas ni detenerlas. Después de todo… ¿por qué no podrías ser amiga de un cliente?

Ella encoge los hombros, como si no tuviera una respuesta clara.

—No lo sé… simplemente no estoy segura de que sea lo correcto.

—Lo es. No lo pienses tanto —le sugiero, mirándola con suavidad.

Julieta baja la mirada hacia la mesa, traza figuras invisibles con la yema del dedo y murmura:

—Tengo que decirte algo.

—¿Qué cosa?

—El otro día, cuando no querías aceptar que trabajara contigo… te mentí.

—¿Cómo que me mentiste?

—Te dije que, si no me aceptabas, me echarían. Pero no es del todo cierto… —hace una pausa—. La verdad es que de mi trabajo contigo depende un ascenso.

—¿Un ascenso? —repito, sorprendido.

—Sí. Es una oportunidad que he estado esperando mucho tiempo… y por eso hice lo que hice.

La escucho sin interrumpirla. Debería molestarme, tal vez. Pero no puedo.

—Te entiendo. No te preocupes. No pienso arruinar tu futuro laboral —le aseguro con sinceridad.

—Una de las reglas del trabajo es no hacerse amigo de los clientes… —añade, sin mirarme.

—¿Crees que le iré a decir a tu jefe que rompiste una regla? —bromeo, y consigo que sonría un poco.

—No lo sé…

Justo en ese momento, el camarero se acerca y toma nuestra orden. Luego, retomamos la conversación donde la habíamos dejado.

—Como te decía… no se lo diré a nadie. Y para que sepas, acepté que trabajaras conmigo por ti. No por el señor Castillo.

Ella sonríe, ahora con más alivio.

—Gracias por entenderme. La verdad es que me costó mucho llegar hasta aquí, y no quiero que nada lo arruine. Mi vida no está tan resuelta como la tuya.

—No tienes por qué disculparte. Lo entiendo. Y aunque apenas nos conocemos, hay algo en ti que… no sé, me hace sentir bien. No quiero perder eso. Y no creas que mi vida está tan resuelta, ¿sabes por qué estoy aquí?

—Solo sé que querías divertirte —responde, algo irónica.

—En parte sí. Pero la verdad es que hace poco terminé una relación. Un año juntos. Ella quería casarse, y yo no podía verla como mi esposa. Le expliqué, fui honesto… pero no sirvió de nada.

Después de eso… se obsesionó. Iba a mi oficina, entraba a mi casa sin permiso, llegó a esperarme en mi cama. Se volvió… preocupante. Así que decidí tomar distancia.

—Estaba loca por ti… —dice en voz baja.

—Y por los millones. Su familia estaba en problemas, y casarse conmigo también era un negocio.

—Ufff… —dice, llevándose una mano al pecho con exageración, pero luego sonríe.

—Solo quiero que sepas que no quiero perjudicarte, Julieta. Al contrario. Me encantaría conocerte más. No con segundas intenciones. Solo… como tú eres.

—Por mí encantada. Pero nadie puede saberlo —responde tímidamente.

—Nadie sabrá que rompimos las reglas —le digo, guiñándole un ojo, y ambos reímos.

—Gracias… y gracias también por la paciencia.

—No hay nada que agradecer. Eres una mujer muy interesante, y muy divertida. Tal vez por eso quiero ser tu amigo.

—Tú también eres interesante, Mateo —responde, y justo en ese instante el camarero regresa con nuestras bebidas.

Brindamos. Y aunque la conversación se interrumpe un momento, ambos sabemos que apenas está comenzando lo más importante.

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