ESTA NECESIDAD

[MATEO]

—¿Podemos ir a tomar algo? —me pregunta después de no sé cuántas canciones. Su voz es suave, pero logra imponerse entre los golpes del bajo que retumban en el pecho.

—Claro, ven… —le indico, y nuestras manos se encuentran casi por instinto. Es un contacto breve, cálido, natural… pero lo suficientemente fuerte como para que mi piel recuerde la suya durante el trayecto.

Caminamos entre cuerpos sudorosos, luces estroboscópicas y perfumes caros. Al llegar a la barra, la suelto con cierta reticencia y me acomodo junto a ella, protegiendo su espacio sin invadirlo.

—¿Qué quieres tomar ahora? —pregunto, sonriendo al recordar la escena del almuerzo en la piscina, cuando probó el licor sin saber que era más fuerte que el trago promedio.

—Champagne —responde, ladeando una sonrisa encantadora, como si eligiera el cielo antes que cualquier bebida.

—Perfecto, va con el ambiente —respondo, sin perder el tono cómplice.

Me giro hacia el bartender.

—Two glasses of champagne, please —le pido, y el tipo asiente con rapidez mecánica.

—Voy al tocador, ya regreso, ¿sí? —dice Julieta, tocándome apenas el brazo. Asiento sin decir palabra, pero mis ojos ya la están siguiendo cuando se aleja.

Hay algo en su andar que no es solo sensualidad. Es una seguridad que corta el aire, que hace que cada paso suene distinto en el suelo de mármol. Me apoyo en la barra, intentando ignorar el vacío incómodo que deja su ausencia… hasta que los veo.

Los mismos dos imbéciles que nos observaban mientras bailábamos, caminando en la misma dirección que ella.

Mi cuerpo se tensa. Algo dentro de mí se activa como un resorte viejo, oxidado pero fuerte. Hago una seña rápida al bartender.

—I’ll be right back —digo, y me meto entre la multitud hasta el pasillo que lleva a los baños.

Allí están: plantados contra la pared como hienas a la espera de que la leona baje la guardia. Y cuando ella finalmente sale del baño, me detengo en seco. Miro la escena como en cámara lenta.

—Hola hermosa… ¿por qué no dejas al tipo ese y te vienes a divertir con nosotros? —dice uno, acercándose con una sonrisa sobreactuada.

—¿No quieres dar una vuelta en mi Ferrari? —remata el otro, como si las llaves del auto fueran una extensión de su ego.

—No, gracias —responde Julieta con calma, intentando alejarse con elegancia. Pero uno de ellos la agarra del brazo, y esa imagen me atraviesa como una descarga eléctrica.

—Vamos nena… no seas tan aburrida…

—¡Suéltame! —su voz se vuelve firme, ya no amable.

Y ahí es cuando dejo de pensar.

Camino hacia ellos, con pasos calculados y rabia contenida, pero letal.

—Creo que mi novia fue clara, ¿no? —mi voz suena como un golpe seco contra el mármol—. Te dijo que no. Y si te vuelvo a ver cerca de ella a ti o a alguno de tus amiguitos, créeme que haré que los saquen de aquí como perros mojados.

Sujeto a Julieta por el brazo, con cuidado, y la coloco detrás de mí, como una joya que estoy protegiendo del polvo del mundo.

—Amor… —dice ella con una sonrisa que es solo para mí, colocándome las manos en los hombros con una caricia disimulada. Su gesto no solo me calma, también le da un aire de control absoluto a la situación.

—No valen la pena —añade con voz tranquila, y eso me ayuda a regresar a la superficie.

—Vámonos de aquí —murmuro, todavía sintiendo la furia vibrar en mi pecho.

Una vez lejos del pasillo, la detengo y la miro a los ojos, buscando alguna señal de incomodidad.

—¿Te encuentras bien? ¿Te hicieron algo? —pregunto, observando sus brazos, su rostro, intentando leer cualquier gesto.

—Estoy bien. No me hicieron nada —dice, restándole importancia con esa entereza que cada vez admiro más—. Son solo idiotas con dinero y copas de más. No te preocupes.

—No siempre es solo eso, Julieta. —Mi tono es más grave de lo que pretendo. No lo digo por ellos. Lo digo por todo lo que he visto. Por todo lo que sé.

Ella se queda un segundo en silencio, como si entendiera algo más allá de mis palabras.

—Vamos a salir de aquí. No quiero que termines preso por romperle la nariz a alguien por mi culpa —bromea, intentando quitarle peso a lo que acaba de pasar.

—¿No te molesta si nos vamos?

Ella ríe.

—Mateo, tú eres quien manda aquí. Pero ven, vamos —dice, y esta vez es ella quien toma mi mano con decisión. La calidez de su palma es inesperadamente reconfortante.

Cuando salimos del club, el aire fresco de la noche nos golpea con fuerza. Por primera vez en horas, siento que respiro.

—¿Quieres ir al hotel o al casino? —pregunta, con una ligereza que me asombra.

—Necesito distraerme. Vamos al casino —respondo sin pensar.

—Lo imaginé —sonríe—. El de este hotel es uno de los mejores de Las Vegas a esta hora.

Subimos por las escaleras mecánicas, envueltos en ese tipo de silencio cómodo que solo se da cuando alguien realmente te cae bien. O cuando estás demasiado metido en tu cabeza como para romperlo.

—¿Cómo puedes estar tan tranquila?, hasta yo me tensé con esa situación —le digo al llegar al nivel del casino.

—Si tú no hubieras llegado, créeme que sabía cómo defenderme —responde, como quien guarda un as bajo la manga.

—¿Cómo así?

—Mi papá me rogó que tomara un curso de defensa personal antes de entrar a este mundo. Y le hice caso. ¿Tú crees que estaría aquí sin saber cómo defenderme? No soy estúpida —dice, como si hablara de cualquier curso de cocina.

No puedo evitar reír.

—Eres fuera de serie.

—Solo quiero evitar problemas, eso es todo —responde con humildad.

La tomo por la cintura, y la acerco a mi costado sin pensarlo demasiado. Ella no se aparta. Me mira de reojo y sonríe, como si ese gesto fuera algo que esperaba.

—Pocas veces una mujer me sorprende tanto en tan poco tiempo. Cada minuto que pasa, te admiro un poco más —le confieso, sin máscaras.

—Esas palabras… son muy bonitas —susurra, y hay algo distinto en su tono. Algo que me hace mirarla un poco más.

—Son la pura verdad. Así que dime, mi chica de la suerte… ¿ruleta, póker, blackjack o dados?

—Creía que no debía hablar mientras tú jugabas —bromea, empujándome levemente con el codo.

—La anfitriona no. Mi amiga sí —respondo, sabiendo perfectamente lo que acabo de decir.

—Me gusta mucho el blackjack —dice. Sus ojos brillan como si guardaran una historia secreta detrás de esa elección.

—Vamos entonces… —miro alrededor—. ¿Dónde están las mesas de límite alto?

—Por allá —dice, señalando hacia el fondo del salón—. Ven, yo te guío.

Y la sigo. Por el casino, por la noche, por donde quiera que me lleve.

Capítulo anterior
Siguiente capítulo