VERDADES Y ENCUENTROS

[JULIETA]

(Al día siguiente)

6:45 a.m.

La alarma de mi celular suena con insistencia, arrancándome de un sueño profundo. No quiero abrir los ojos, el cansancio me pesa en todo el cuerpo… y con razón: apenas dormí unas horas, me acosté a las 3:00 a.m. Extiendo el brazo a tientas, tomo el celular y la apago. Entre dormida, miro la pantalla.

Un mensaje. Es de Mateo.

«¿No se suponía que no usaría el celular?», pienso, algo desconcertada.

//Por hoy cambiaremos el horario. Nos vemos al mediodía. Haz una reserva en algún restaurante italiano que te guste.//

Sonrío ligeramente. Le contesto de inmediato:

//Perfecto, nos vemos.//

Cambio la alarma para las 10:00 a.m. y, con ese gustito de saber que aún puedo dormir un poco más, me abrazo a mi almohada y me dejo llevar de nuevo por el sueño.

[…]

(Unas horas más tarde)

Dormir esas horas extra fue lo mejor que pude hacer. Me siento más lúcida, de mejor humor y con ganas de encarar este nuevo día. Salgo de la ducha y me envuelvo en una toalla. Camino hasta la maleta y escojo con rapidez un conjunto de ropa interior delicada que combine con mi vestido azul Francia —elegante pero fresco, perfecto para un almuerzo casual.

Me visto, regreso al baño para maquillarme con cuidado y luego me peino. Me miro una última vez en el espejo, satisfecha, y salgo de la habitación cinco minutos antes del mediodía.

Camino por el pasillo hasta llegar a la suite 4715. Golpeo suavemente y espero. Cuando la puerta se abre, Mateo aparece frente a mí, vestido con jeans, zapatos negros y una camiseta... azul Francia. Exactamente igual al color de mi vestido.

—Buenos días —dice él, sonriendo al notar la coincidencia—. Parece que nos pusimos de acuerdo con el color, ¿no?

—Buenos días... eso parece —respondo entre risas—. ¿No se suponía que no usarías el celular?

Su sonrisa se transforma en una risa suave.

—Lo encendí solo para enviarte el mensaje, y lo apagué de inmediato. Ni siquiera miré las cientos de notificaciones.

—Parece que te extrañan en Nueva York...

—Puede ser, pero sinceramente no me importa. Las cosas importantes están en manos de gente en la que confío plenamente. Ahora solo quiero estar presente aquí. —Hace una pausa y luego pregunta—: ¿Hiciste la reserva?

Asiento.

—Sí, en el restaurante Lombardi, en el hotel Venetian. Tiene mesas en una terraza con vistas al Strip. Creo que te va a gustar.

—Perfecto. Y si no te molesta... hoy me gustaría que fuera un día tranquilo.

Cierra la puerta detrás de él y comenzamos a caminar hacia los ascensores.

—¿Qué te gustaría hacer después? —le pregunto con tono suave, intentando seguir ese deseo de calma que expresó.

—Honestamente, me gustaría quedarme en el casino. Mañana, si quieres, podemos hacer uno de esos tours de los que me hablaste.

Su actitud me resulta extraña. No es su estilo ser tan... reservado.

¿Estará cansado?

—¿Te pasaron factura las dos noches de fiesta? —le pregunto mientras el ascensor nos lleva hacia abajo.

—No, no es eso… —responde, mirando el suelo del ascensor—. Solo que... creo que hoy necesito un día tranquilo.

—Te entiendo perfectamente —digo sin presionarlo. Y el silencio entre nosotros se mantiene hasta que llegamos al nivel del casino.

[…]

El trayecto en auto hasta el Venetian transcurre en absoluto silencio. No sé qué le pasa a Mateo, pero tampoco me atrevo a preguntar. Tal vez es algo muy personal, y no quiere compartirlo aún.

—Por aquí —digo al entrar al hotel, guiándolo por los pasillos decorados con detalles venecianos hasta el restaurante.

—Estás muy callado… no eres así —comento con cierta preocupación.

Él suspira, y en sus ojos noto algo que no había visto antes: tristeza.

—Estoy bien, de verdad. Solo que… hoy es un día difícil para mí.

Antes de que pueda preguntar algo más, llegamos al restaurante. Me dirijo al host y le indico la reserva. En pocos minutos estamos sentados en una mesa exterior, con vista panorámica al Strip.

—Muy buena elección —dice Mateo, forzando una pequeña sonrisa que no le llega a los ojos. Abre el menú sin decir más.

Decido no insistir. Tomo el mío y repasamos juntos las opciones hasta que llega el camarero. Pedimos bebidas y platos, todo de una sola vez.

—Gracias —le digo al camarero cuando se retira. Luego miro a Mateo—. Me estoy empezando a preocupar.

Él deja el menú a un lado y me mira directamente.

—Hoy se cumplen dos años desde que murió mi hermana. Y sí… es un día complicado para mí.

Me quedo en silencio, sin palabras.

—Oh... lo siento. No sé ni qué decirte.

Él asiente, como si esperara esa reacción.

—¿Recuerdas que anoche me preguntaste qué era lo que me había pasado? Que te dije que hoy te lo contaría...

—Sí, claro que lo recuerdo.

Mateo baja ligeramente la mirada, como reuniendo fuerzas.

—Mi hermana, Ainhoa, fue asesinada por su exnovio. Terminaron y él no lo soportó. Era un hombre enfermo, controlador, con poder y dinero… y creyó que eso le daba derecho a todo, incluso a quitarle la vida.

Hace una pausa, su voz tiembla levemente.

—Desde entonces… no soporto a los hombres que acosan, que invaden, que dominan. Me es imposible quedarme callado. Siento que, si hubiera estado más presente, si la hubiera protegido más, ella seguiría viva.

Mi garganta se cierra.

—Mateo… no sé qué decir. De verdad lo siento mucho. Estoy segura de que tú la cuidabas…

Él niega con la cabeza, con dolor.

—No lo suficiente. Ainhoa era mi hermana y también mi mejor amiga. Ella me entendía como nadie. Y yo... no pude hacer nada.

—¿Y qué pasó con él? —pregunto, con un nudo en el estómago.

—Está en prisión. Pero eso no cambia nada. Ella no va a volver.

Asiento en silencio.

—Ahora entiendo mucho más de ti, de cómo reaccionas ante ciertas cosas.

—Siento si a veces parezco insoportable —dice en un tono más suave—. Es solo que… es más fuerte que yo.

—No te preocupes. La verdad, creo que deberían existir más hombres como tú.

—¿Así de insoportables? —bromea con una media sonrisa que logra arrancarme una risa.

—No. Especiales —respondo con sinceridad.

—Gracias por el cumplido… tú también eres especial —me dice, justo en el momento en que el camarero regresa con una botella de champagne.

—Esta botella se la envía aquel señor —dice el camarero, señalando discretamente hacia una mesa cercana.

Volteo... y no doy crédito.

Mi exnovio. Acompañado de mi exmejor amiga.

No sé qué hacen aquí. Se suponía que estaban en Italia.

—Dígale que no la queremos. No aceptaré nada que venga de él —digo en seco.

Mateo me mira, confundido.

—¿Quién es?

—Mi ex... y mi exmejor amiga. No tengo idea de qué hacen acá.

Mateo vuelve a mirar hacia la mesa y luego le habla al camarero:

—¿Podría cambiarnos a esa mesa para cuatro y decirles que los invitamos a almorzar con nosotros?

Yo me lo quedo mirando, en estado de shock.

—¿¡Qué estás haciendo!? —le pregunto, casi en pánico.

—Ahora tu ex verá que estás almorzando con tu actual pareja. Solo tenemos que jugar su juego... por unas horas —responde con calma, pero en sus ojos hay una chispa desafiante.

Y por un instante, no sé si está loco... o si simplemente es brillante.

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