PRETENDER

[MATEO]

En estos días que llevo conociéndola, jamás la había visto así de nerviosa. Ni siquiera anoche, cuando esos tipos se le acercaron, y ese sí era un verdadero motivo para alterarse.

—Tranquila —le susurro, mientras nos movemos a otra mesa y vemos acercarse a su ex. Tengo que admitir que parece sacado de una revista de moda, y viene acompañado por la que solía ser la mejor amiga de Julieta.

Él es alto, bastante fornido, rubio y de ojos grises. Ella, de casi su misma altura, tiene el cabello castaño, ojos verdes y unas curvas pronunciadas. Por fuera, parecen hechos el uno para el otro, pero por dentro... dudo que sean buenas personas. No después de lo que le hicieron a Julieta.

—Julieta, qué casualidad —dice él al llegar frente a nosotros. La saluda con un beso en la mejilla y luego me mira directamente—. Gracias por la invitación...

—Mateo Montenegro —me presento, estrechando su mano con firmeza.

—Marco D’Amico, y ella es mi prometida, Zoe Salvatierra —responde, y trato de no mirar a Julieta, que seguramente está impactada con lo que este imbécil acaba de soltar.

—Felicidades —digo, pasando mi brazo por la cintura de Julieta para acercarla más a mí—. Creo que nuestra mesa está lista, ¿nos sentamos? —propongo, y él asiente.

Al llegar a la mesa, aparto la silla para que ella se siente y, aprovechando que estoy detrás de ella, me inclino hacia su oído.

—No dejes que este imbécil te arruine la noche. Ahora soy el hombre que tú quieras que sea, te sigo el juego —le digo al oído, dejando un beso tímido en su cuello, casi imperceptible—. Hueles exquisito, amor —añado, lo suficientemente alto para que Marco escuche.

—¿Son pareja? —pregunta él, mientras tomo asiento junto a ella. La miro, dándole espacio para responder.

Julieta fija sus ojos marrones en ellos y sonríe con elegancia.

—Sí, es mi novio —dice con firmeza.

Debajo de la mesa, llevo mi mano hacia la suya y la aprieto suavemente, como aprobando cada palabra.

—Ohhh... te juro que pensé que era uno de tus clientes. Siempre los traes aquí, ya sabes, por lo buena que es la comida —dice Marco, y por dentro no puedo evitar reír. Claramente vino solo para verla... y hacerla sentir mal.

—No, ¿cómo crees? Yo no necesito anfitrionas ejecutivas ni nada de eso —miento con una sonrisa que sé que le va a molestar.

—¿Por casualidad eres Mateo Montenegro? ¿El dueño de Montenegro Enterprises? —interviene Zoe, y sonrío, sabiendo hacia dónde va esto.

—El mismo —respondo sin dudar.

—Vi una entrevista tuya en la revista Fortune... Eres uno de los hombres más influyentes y ricos de Nueva York —dice con asombro apenas disimulado.

—Eso dicen —me limito a responder, y juro que quisiera fotografiar la cara de Marco en este instante.

—¿Y cómo se conocieron? —pregunta él, buscando retomar el control de la conversación.

—Aquí en Las Vegas —respondo, y la miro—. La vi caminando por uno de los casinos y no pude evitar acercarme para preguntarle su nombre. A partir de ahí… el resto es historia. Pero ¿y ustedes? ¿Se conocen desde hace mucho? ¿Son amigos? —pregunto con toda la intención de incomodarlos. Y lo logro.

—Algo así —responde Marco con evasivas. Justo entonces llega el camarero con los platos que habían pedido en su mesa. Marco la mira—. Julieta y yo...

—Él es de quien te hablé cuando me preguntaste sobre mi última relación, ¿recuerdas? —lo interrumpe Julieta con naturalidad. Por dentro, sonrío como un campeón.

«¡Así se hace!» pienso.

—Ahhh… con que eras tú… ya veo —digo como si fuera algo irrelevante, y luego miro a Julieta—. Menos mal que ya no están juntos. Hoy no estarías conmigo —añado, y me acerco a su rostro. Por un instante pienso en besarla, pero desvío a último segundo y dejo un beso cerca de sus labios.

No sé qué me pasa, pero de verdad tengo ganas de besarla.

Aunque sé que... esto no puede pasar. No de verdad.

Nuestras miradas se cruzan por un instante. Tiene demasiadas preguntas en los ojos. El tiempo parece detenerse hasta que Marco, con una tos falsa, rompe el momento.

—¿Y ustedes qué hacen aquí? ¿Por qué no están en Italia? —pregunta, y puedo imaginar lo difícil que debe ser para ella enfrentarlos así.

Zoe y Marco se miran entre sí antes de responder.

—Nos casamos el próximo sábado —dice finalmente Zoe.

—Bueno... felicidades —responde Julieta. Sé que por dentro está hecha un caos y no sé qué decir para aliviarle el alma.

—Nos gustaría invitarte a la boda —añade Zoe con total descaro—. Y a ti también, por supuesto —me dice, con una sonrisa hipócrita.

—Si ella quiere ir, por mí no hay problema —respondo sin dudar. Lo único que puedo hacer ahora es estar de su lado en medio de toda esta mierda.

Julieta me mira, como si quisiera saber si realmente estoy dispuesto.

—¿Puedes ir? —pregunta con voz suave. Sé que en realidad quiere decir“¿harías esto por mí?”

—Por supuesto. Sabes que liberé mi agenda dos semanas solo para ti —le recuerdo. Ella sonríe, una sonrisa que parece natural pero que sé qué esconde su incomodidad.

—Entonces sí, ¿por qué no iría? —dice, fingiendo entereza.

La cara de Marco lo dice todo: sorpresa, incomodidad, y quizá una pizca de arrepentimiento. Me atrevería a decir que la idea no fue suya, sino de Zoe, que parece estar jugando a algo mucho más retorcido. ¿Quién invita a la ex de su prometido y a su ex mejor amiga a su boda… sabiendo lo que pasó entre ellos? ¿Se puede ser peor persona?

—¡Perfecto! Nos casamos en el Wynn. Te haré llegar la invitación por un cadete, ¿sigues viviendo en el mismo lugar? —pregunta Marco.

—Por ahora estamos en la Mandarin Suite del Hotel Mandarin Oriental. Hazla llegar ahí —intervengo, mirando fijamente a Zoe.

—Wow… una de las mejores de Las Vegas —comenta Marco.

—Ella no merece menos —respondo sin pensarlo, acariciando la mano de Julieta por encima de la mesa.

—En todo caso, se las llevaré personalmente —dice Zoe. Estoy empezando a pensar que esta mujer es sencillamente insoportable.

—Como gustes.

—¿Estarán allí esta noche? —pregunta, y miro a Julieta.

—¿Tenemos planes esta noche, amor? —le pregunto con tono cómplice.

—Íbamos a ir al casino…

—Bueno, podemos cenar en la suite con ellos y luego ir al casino, ¿no? —propongo, sabiendo que ella me va a matar mentalmente por esto.

—Si ellos quieren… no veo por qué no —responde finalmente, forzando una sonrisa. Y yo también sonrío.

—¿Les parece? —pregunto a los otros dos, como si esto fuera lo más casual del mundo.

—Claro, nos vemos esta noche entonces.

—A las 9 p. m. —digo tras revisar la hora—. Si no les molesta, ahora debemos irnos. Tenemos un compromiso que atender. —Ambos asienten.

—Dejamos nuestra parte de la cuenta aquí. Y el champagne corre por mi cuenta —digo, sacando $300 de mi billetera y dejándolos sobre la mesa, mientras los observo. —¿Vamos, cariño? —le pregunto, y ella asiente.

—Nos vemos —digo, y nos levantamos de la mesa, caminando tomados de la mano.

Cuando estamos a una distancia prudente, ella finalmente me suelta y pregunta:

—¿Qué fue eso?

Sonrío con total tranquilidad.

—Lo que esos idiotas se merecen —respondo, seguro de que me está odiando un poco por haberla expuesto así… pero también sé que, en el fondo, la parte de ella que quiere justicia está agradecida.

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