AQUÍ VAMOS
[MATEO]
La mesa está servida como si estuviéramos en el restaurante más exclusivo del hotel. Todo impecable: cristalería reluciente, velas encendidas, aroma tenue de sándalo flotando en el ambiente. La vista desde los ventanales es simplemente perfecta, pero aun así… lo más impactante de esta escena es ella.
Julieta.
Ese vestido rojo le queda tan bien que podría hacer perder la cabeza al hombre más centrado. Se mueve con una elegancia tan natural que parece no estar al tanto del efecto que provoca. Y eso, claro, la hace aún más peligrosa.
Un golpe en la puerta rompe la burbuja.
Nuestros "invitados" han llegado. Camino hacia la entrada y abro la puerta con una sonrisa medida.
No somos los únicos que se han esmerado.
Zoe aparece con un vestido corto negro, ceñido, cubierto de destellos metálicos. El escote es lo suficientemente revelador como para no dejar lugar a dudas sobre sus intenciones. Marco, por su parte, lleva camisa negra, pantalón gris perfectamente planchado y zapatos brillantes. La pareja perfecta… en apariencia.
—Bienvenidos —digo con amabilidad mientras abro un poco más la puerta para dejarles pasar.
—Muchas gracias —responde Zoe con una sonrisa algo tensa. En cuanto entra, Julieta la recibe con esa cordialidad que se reserva para los eventos sociales donde nada es real.
—Bienvenidos —dice ella, suave pero firme.
Marco se acerca y la saluda con un beso en la mejilla. No me pierdo la forma en que la mira. A kilómetros se nota qué aún se siente atraído por ella, y probablemente no sepa cómo manejarlo.
Si todavía la desea tanto, ¿por qué la engañó? ¿por qué la cambió por Zoe? Esa es una de esas preguntas que no tienen una respuesta lógica. Solo estupidez masculina, tal vez.
—Todo se ve increíble —comenta Zoe, escaneando con los ojos la suite y deteniéndose en la mesa, como si buscara alguna falla.
—Gracias, pedimos la cena en el mejor restaurante del hotel. Espero que les guste lo que seleccionamos —explica Julieta con tono profesional. Intenta tomar asiento, pero me adelanto.
—Permíteme, amor —digo, y retiro su silla con delicadeza.
Ella gira un poco el rostro y me lanza esa sonrisa contenida que solo nosotros dos entendemos.
Marco, por no quedar mal, hace lo mismo por Zoe. Me cuesta no sonreír al ver el esfuerzo que hace por parecer caballeroso. No le sale natural.
Una vez sentados, descorcho la botella de vino tinto que elegí con cuidado —no demasiado caro, pero sí lo suficientemente bueno como para impresionar— y comienzo a servir las copas.
—¿Y hace cuánto tiempo están juntos? —pregunta Zoe, haciéndose la interesada. Sabíamos que esa pregunta llegaría.
—Cuatro meses —respondo sin dudarlo. Un tiempo suficiente para justificar la cercanía, pero lo bastante reciente como para que aún estemos en la “fase pasional”.
—Oh… wow —dice Marco, como si el cálculo lo tomara por sorpresa.
Puedo imaginar lo que está pensando: ¿Así de rápido me reemplazó? ¿Tan fácil fue?
—Pero tú vives en Nueva York, ¿no? —continúa Zoe, sin perder el hilo.
—Sí, pero como tengo avión privado, es fácil venir los fines de semana… o que ella venga a verme. Nos organizamos bien.
—Qué bien… —murmura Marco, y gira hacia Julieta—. ¿Ya te resulta más fácil volar en avión privado? ¿O sigues con ese miedo?
Ese es un dato nuevo para mí. ¿Miedo a volar?
—Se llama aerofobia —responde ella sin titubear—, aunque tú sabes que es parte de mi claustrofobia. Pero en el avión de Mateo todo es distinto… es amplio, cómodo, no siento que voy a morir encerrada.
Habla con calma, como si realmente lo hubiera vivido muchas veces. Me maravilla la facilidad que tiene para mentir sin perder la compostura.
Marco asiente, pero se le escapa un tono sarcástico.
—Claro, con avión privado todo se hace más fácil…
Y ahí es cuando decido que es hora de empezar a jugar.
—¿Y ustedes? ¿Cómo fue eso de estar dos años juntos? —pregunto con falsa inocencia.
Zoe casi se atraganta con el vino, tosiendo ligeramente. Intento disimular mi sonrisa.
—Perdón —digo con voz neutra, aunque por dentro me divierto como un niño.
Marco la mira con incomodidad.
—Baby, se te cayó vino en el vestido —dice él, intentando ayudarla.
—Hay un quitamanchas muy bueno en el baño —intervengo, como quien quiere ser útil—. Está sobre la encimera. ¿Quieres acompañarla? Es mejor que actúe rápido.
Debajo de la mesa, deslizo mi mano hasta la rodilla de Julieta. Solo un leve contacto. Un recordatorio: Todo está bajo control.
—Gracias —dice Marco, ayudando a Zoe a levantarse.
—Déjenme los guío —me ofrezco, poniéndome de pie y caminando hacia la habitación.
Enciendo la luz y me adelanto hasta la cama, fingiendo incomodidad.
—Perdón por el desorden —digo mientras acomodo el camisón de Julieta que había quedado a la vista.
Abro el armario y me topo con un sujetador rojo encaje. No sé cómo llegó ahí, pero me arranca una sonrisa. Justo cuando lo acomodo, noto también los condones que dejé sobre la mesita de noche.
La cara de Marco lo dice todo.
—Por allí —les indico con una sonrisa amable—. Tómense su tiempo.
Salgo de la habitación antes de que puedan reaccionar. Al volver a la mesa, Julieta me espera con los ojos brillando de diversión.
—Eres muy peligroso como enemigo… —murmura con una risa suave.
—Para que veas —respondo, acercándome a ella.
Me siento y me inclino un poco hacia ella.
—Oye… abrí el guardarropa y encontré un sujetador tuyo. Lo guardé con el camisón… —le digo con la expresión de quien ha hecho una travesura.
Sus mejillas se tiñen de rosa.
—Perdón, me cambié rápido y lo metí todo sin pensar… —se excusa bajito.
—No te preocupes —respondo, encogiéndome de hombros—. No es la primera vez que veo lencería femenina —bromeo.
Su risa es baja, ligera, como una canción que se queda en la cabeza.
—No sé cómo voy a agradecerte todo esto… —dice, mirándome con una mezcla de dulzura y culpa.
—No tienes por qué —respondo con honestidad—. No está tan mal fingir ser tu pareja…
Y en ese momento, me mira.
No como parte del juego. No como aliada en esta farsa.
Me mira… de verdad. Y algo en mí se tambalea.
¿Qué es esto que me está pasando contigo, Julieta?
No, Mateo. No empieces. No te enredes.
Esto es un juego. Solo eso. Pero por dentro… algo ya empezó a cambiar. Y no sé si voy a poder detenerlo.
