NO DEBE SUCEDER

[MATEO]

Son las dos y media de la madrugada y estoy parado frente a la puerta de su suite, esperando que Julieta la abra. Llevo en las manos algunas de las bolsas con sus cosas, las que trajimos de mi habitación a la suya después de todo lo que pasó esta noche.

La puerta se entreabre.

—Pasa —dice con suavidad, y al abrir un poco más me deja ver esa expresión cansada, pero amable, que me cuesta ignorar.

Entro, dejando las bolsas sobre la pequeña mesa junto a la entrada.

—No está nada mal —comento mientras echo un vistazo general a la suite. Es la primera vez que entro.

—En absoluto —responde con una media sonrisa—. No es tan inmensa como la que tú tienes, pero no está nada mal tampoco.

Asiente, como restándole importancia, y luego, con un tono más ligero, dice:

—Oye… de verdad, gracias por lo de hoy. Al menos no me sentí tan imbécil con ellos —bromea, y se ríe de su propio comentario.

—Fue un placer —respondo con sinceridad—. Aunque aún nos queda la boda el sábado…

Ella hace un gesto gracioso, una mueca entre divertida y nerviosa, y no puedo evitar sonreír.

—Sí… eso va a ser interesante—dice finalmente, y respira hondo, como si intentara relajarse.

Nos quedamos en silencio. Uno de esos silencios cargados. No sé si es que ninguno sabe qué decir, o si ambos estamos evitando decir demasiado.

—Yo… —decimos los dos al mismo tiempo, y soltamos una risa inevitable.

—Dime —le ofrezco.

—No, empieza tú —responde con una sonrisa tímida.

—Bueno… para que no terminemos como en esas películas en las que todos hablan encima del otro sin entender nada —bromeo.

Ella se ríe apenas, y eso me anima a seguir.

—Solo quería disculparme si en algún momento te incomodé esta noche. No era mi intención, de verdad.

—No me incomodaste, no te preocupes —dice enseguida—. Yo también quería disculparme. Quizás dije o hice algo fuera de lugar… y realmente no era mi intención.

—Está todo bien —respondo con sinceridad—. De verdad.

Vuelve a quedarse en silencio. Pero esta vez, la noto… dudando. Como si estuviera tomando impulso para decir algo importante.

—Mateo, yo no quiero tener problemas contigo… ni con mi trabajo —confiesa al fin.

La miro, un tanto confundido.

—¿A qué te refieres?

—A que… aunque tú y yo nos estemos llevando bien y todo eso, no dejas de ser un cliente. Y si alguien de mi trabajo llega a vernos en una situación como la de hoy… podría meterme en un lío. No solo perdería la oportunidad del ascenso, sino que podría perder el trabajo, y no me puedo permitir eso ahora —explica con calma, pero con un tono que deja ver lo mucho que le preocupa.

Y entonces lo entiendo. O empiezo a entender.

—¿Tan bien te pagan aquí que tienes miedo de perder el puesto? —pregunto en tono suave, más por curiosidad que por sarcasmo.

Ella niega, y baja un poco la mirada.

—No es por eso. Realmente necesito este trabajo. No quiero darte todos los detalles, pero tengo temas familiares... cosas que hacen que muchas personas dependan de mí. Entiéndeme, por favor.

—Está bien, no voy a preguntarte nada. Pero… —doy un paso más hacia la conversación real— ¿por qué me tienes tanto miedo?

Ella niega con la cabeza.

—No es miedo. Es solo… que no quiero qué nos confundamos. Lo de hoy estuvo bien, fue útil, incluso divertido. Pero fue solo un teatro. Creo que los dos lo sabemos… ¿no?

¿Un teatro?

Por un segundo, quiero decirle que no estoy tan seguro. Que hubo momentos esta noche en los que me sentí tan real que ni siquiera podía pensar con claridad.

Pero… tiene razón. Y ambos lo sabemos.

—Claro —me limito a responder.

Nos miramos en silencio unos segundos más. Ella parece más tranquila, como si al decirlo hubiese aliviado un peso.

—Bueno… ¿mañana a las ocho? —pregunta, retomando el tono amable.

—¿Qué te parece un paseo en globo? ¿O el vértigo te lo impediría? —pregunto con una sonrisa.

—¿Quieres que me muera allá arriba o qué? —bromea entre risas.

—No, pero tenía ganas de hacer alguna excursión. Algo cerca del Gran Cañón. Kayak, canoa, algo así.

—¿Te gusta el kayak? —pregunta, y me mira con un brillo distinto en los ojos.

—Me encanta —respondo con entusiasmo.

—Perfecto —dice con una sonrisa que ya me deja intrigado—. Mañana a las nueve salimos en helicóptero rumbo a una zona cerca del Gran Cañón. De ahí, vamos en kayak a Emerald Cove. Te va a encantar.

—No conozco ese lugar.

—Qué bien. Por fin podré enseñarte algo yo —dice en tono burlón, y ambos reímos.

—Entonces a las 8:00 paso por ti, y a las 9:00 despega el helicóptero —confirma, como quien ya lo tiene todo calculado.

—Perfecto. Bueno… entonces me voy a descansar —digo, aunque no quiero irme. Ni dejar de mirarla. Pero no sé cómo despedirme.

—Nos vemos —responde simplemente.

Nos quedamos ahí. Solo mirándonos. Por un segundo, me tienta acercarme, rozarle la mano, decirle algo más. Pero no lo hago. Solo le sonrío y doy media vuelta para salir de la habitación.

La puerta se cierra suave a mi espalda y camino por el pasillo sintiéndome… extraño.

Como un adolescente. Sin saber cómo actuar frente a alguien que no esperaba que me moviera el piso así.

No me reconozco.

¿Qué fue esto? ¿Atracción? ¿Un juego peligroso? ¿Algo más?

No vine a Las Vegas buscando sentir nada. Vine a escapar. A desconectar. Y ahora…

—Bueno, Mateo… estás en problemas —me digo en voz baja.

Y lo peor es que ni siquiera sé qué clase de problema es este. Pero lo que sí sé… es que tiene nombre. Y se llama Julieta.

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