EL PASADO DE JULIETA

[MATEO]

Después de las compras, decidimos tomarnos la tarde libre. Lo necesitábamos. Ella para descansar. Yo… para evitar tentaciones.

No abrí el correo. No encendí el celular. Me prometí desconectarme y lo estoy intentando, porque sé que por ahí empiezan los problemas. Hoy, más que nunca, me aferro a esa regla.

Ya son las nueve en punto, la hora acordada para encontrarnos y cenar antes de la fiesta en el club de Dante. Me miro al espejo, acomodo las mangas de mi camisa blanca y dejo que mi reflejo me juzgue un momento.

«No te conviertas en una más de mi lista de impuntuales», pienso con ironía, aunque sé que debería relajarme un poco. Pero es más fuerte que yo. El empresario siempre gana… incluso en lo social.

Entonces, escucho los golpes en la puerta. Sonrío. Me coloco el saco negro que había dejado sobre la cama y abro.

—¡No llegué tarde! —dice antes de que siquiera pueda verla del todo.

—Y te lo agradezco —respondo… pero las palabras se quedan ahí, suspendidas, cuando la tengo frente a mí.

Sí, ya le había visto ese vestido. Vi cómo dejaba su espalda al descubierto y cómo su figura resaltaba cada costura. Pero ahora es diferente. Su cabello está semi recogido, dejando ver la armonía perfecta de su rostro. El maquillaje, sutil. El dorado del vestido capta la luz de forma precisa, haciéndola brillar... como si hubiese sido diseñada para llevarlo.

Julieta Montiel no solo es una compañía agradable. Puede convertirse, sin esfuerzo, en una tentación peligrosa.

—¿Vamos? Nuestra reserva es a las 9:30 —señala mientras revisa la hora en su teléfono.

Asiento. —Vamos.

[…]

Podría decir que fue la ladrona de miradas de la noche en el restaurante enclavado en la Torre Eiffel del hotel Paris Las Vegas. Podría suponer que fui, sin quererlo, la envidia de más de un hombre que creyó que ella era mi pareja. Y no voy a negar que… me gustó que pensaran eso.

Julieta no es solo un rostro hermoso ni un cuerpo que desafía la lógica. Lo que realmente la hace resaltar es la forma en la que habla. Con pasión. Con inteligencia. Con ese brillo en los ojos que solo tiene quien de verdad ama aprender.

Durante la cena, hablamos de todo. De culturas, religiones, creencias. Me contó historias de personas que conoció, de cómo se empapó de otras costumbres, y de su sueño de recorrer el mundo. Y ahí estaba yo, un tipo que ha viajado a casi todos los rincones del planeta, sintiéndome ignorante frente a alguien que ha vivido experiencias más profundas sin haber salido tanto.

Si fuera por mí, la noche se habría detenido en esa mesa. Hubiera seguido escuchándola por horas, bajo las luces de la ciudad. Pero le había prometido a Dante que pasaría por su club. Y yo, a diferencia de muchos, cumplo mis promesas.

—¿Cómo es que te invitaron a esta fiesta? —me pregunta mientras nos acercamos al exclusivo acceso—. Es solo para los mejores amigos del dueño…

—Dante Michelli es uno de mis mejores amigos —respondo sin ocultar la satisfacción.

—¿Conoces a Dante? ¿De dónde? —pregunta con un tono más juguetón que curioso.

—Fuimos a la universidad juntos. ¿Y tú? ¿Lo conoces?

—Claro. Es quien me ayuda a sorprender a los clientes que buscan una buena noche en la ciudad —explica. Por alguna razón, su respuesta me alivia.

Al entrar, escucho la voz de Dante tronando entre la música.

—¡Mi Julieta!

—Dante, buenas noches —responde ella con familiaridad. Él se acerca sin dudar y la abraza como si fueran de toda la vida.

—Hola, ¿no? —le digo, recordándole que estoy aquí. Solo entonces se gira hacia mí y me saluda.

—¡Amigo! Lo siento… pero ya sabes, primero las damas —bromea, y después de un apretón de manos nos observa a ambos con cierta intriga.

—¿Se conocen? —pregunta, visiblemente confundido.

—Trabajo... ya sabes —responde ella con naturalidad—. Voy al tocador un momento, ya vuelvo.

Nos deja solos. Y Dante, sin perder el ritmo, lanza su comentario al aire:

—Guapa, ¿no?

—Y muy inteligente —respondo sin pensarlo.

—Una mezcla peligrosa en una mujer —dice con una media sonrisa—. Pero no pierdas tu tiempo ahí.

Lo miro, frunciendo el ceño.

—¿A qué te refieres?

—No te hará caso. Hace un año, su novio —cinco años juntos— la dejó para irse a vivir a Italia. Cuando ella le dijo que iría con él si quería, él respondió que no… porque se iba con su mejor amiga. Llevaban engañándola dos años —explica con una naturalidad brutal.

La sorpresa me deja mudo.

—¿Y cómo sabes todo eso?

—Intenté ir un poco más allá con ella. Me dijo que no. Que no cree en los hombres. Y menos en los hombres con dinero. Aparentemente el ex era un tipo con mucho… como tú. Entre insistencias, terminó contándome lo que pasó.

—Wow… —es lo único que logro decir.

—Sí… lo sé. Pero ven, vamos por un trago —me dice, dándome una palmada en la espalda.

Y mientras caminamos hacia la barra, no puedo dejar de pensar en lo que acabo de escuchar.

No sé por qué, pero algo dentro de mí se revuelve.

Julieta no es solo una tentación.

Es una mujer que no se deja atrapar fácilmente.

Una que se ha roto… y que aún no está lista para volver a confiar.

Y, aun así, no puedo evitar querer conocerla más.

Capítulo anterior
Siguiente capítulo