Capítulo 3 El peso de la sangre

El silbido de la tetera era el único sonido en mi diminuta cocina, un ruido agudo y solitario que se enredaba con el eco de la voz de Kael. “Tu olor es un imán para el conflicto.” Sus palabras se habían instalado en mi mente, reptando en cada rincón silencioso. ¿Qué quería decir? Usaba un jabón barato de lavanda. Eso era todo.

El billete de cien dólares yacía sobre la mesa de formica, un pedazo de papel verde que me quemaba con su mera presencia. No lo toqué. Aceptarlo habría sido ceder un centímetro de mi autonomía, y en ese momento, mi autonomía era la única trinchera que tenía.

El señor Henderson me había despedido. "Demasiado nerviosa para los clientes", había dicho, pero sus ojos habían bajado hasta el billete en mi bandeja antes de pronunciar la sentencia. Kael, sin quererlo, me había arrebatado mi ancla a la normalidad. La rabia que sentía hacia él era un fuego cálido y reconfortante, mucho más manejable que el frío terror que me invadía cuando pensaba en sus ojos dorados.

Una llamada a la puerta, brusca e inesperada, me hizo saltar. El corazón se me encogió. ¿Era él? ¿Había venido a comprobar si había obedecido sus órdenes como un perro bien entrenado?

Me acerqué a la puerta con cautela, mirando por la mirilla. No era Kael. Era un hombre más joven, de aspecto desgarbado, con una chaqueta de cuero y una sonrisa que no llegaba a sus ojos azules, demasiado claros.

—¿Elara Vance? —preguntó. Su voz era áspera.

—¿Quién pregunta? —respondí, sin abrir.

—Temas de la universidad. Beca Blackwood —dijo, mostrando una carpeta de aspecto oficial—. Necesitamos confirmar unos datos. Es rápido.

Una punzada de pánico, diferente a la que sentía con Kael, me atravesó. Mi beca. Mi vida. Abrí la puerta, solo lo suficiente para hablar, manteniendo la cadena de seguridad puesta.

El hombre deslizó la carpeta por la rendija. Al cogerla, nuestros dedos no llegaron a tocarse, pero una corriente fría me recorrió el brazo. Abrí la carpeta. Los documentos parecían legítimos, formularios de renovación de beca. Pero algo no encajaba. En la esquina superior derecha, donde debía ir el logotipo de la universidad, había una marca de agua casi imperceptible: la silueta de un lobo aullando dentro de un círculo.

Miré al hombre. Su sonrisa se había desvanecido. Sus ojos azules me escudriñaban con una intensidad que no era burocrática.

—Han surgido… complicaciones con su expediente, señorita Vance —dijo, su voz ahora un hilo sedoso—. Cuestiones sobre sus orígenes. Su historial en el sistema de acogida es… fragmentado.

—Mis orígenes no tienen nada que ver con mis notas —repliqué, apretando la carpeta. El miedo empezaba a trepar por mi garganta, mezclado con una ira antigua. Siempre era lo mismo. Mi pasado, como una mancha que nunca se iba.

—Oh, pero sí que importan —él se inclinó hacia la puerta, y su aroma me llegó: a hierbas amargas y a tierra fría. Un contraste violento con el de Kael—. La sangre siempre importa. Su madre… fue una mujer muy especial. Problemática, pero especial.

El mundo se detuvo. Mi madre. Una sombra borrosa en mi memoria, un susurro de perfume dulce y lágrimas. Nadie, nadie, había hablado de ella en años.

—¿Qué sabe usted de mi madre? —pregunté, y mi voz era apenas un susurro.

—Lo suficiente —respondió él—. Y sé que usted, Elara, huele exactamente igual que ella. Y eso atrae… atención no deseada.

Tu olor. Las palabras de Kael resonaron de nuevo, pero ahora con un significado nuevo y aterrador. No era mi jabón. Era yo. Mi sangre.

El hombre de ojos azules miró por encima de mi hombro, hacia el interior del apartamento, y su nariz se frunció levemente, como un animal olfateando el aire.

—Parece que ya ha recibido la visita de los Thorne —murmuró, y en su tono había un deje de desprecio—. Kael siempre fue rápido marcando su territorio. Pero su oferta es una insensatez. Quedarse aquí, bajo nuestra protección, es su única opción.

—¿Protección? —soltó una risa amarga—. ¿Esto es protección? ¿Amenazarme con mi beca? ¿Acosarme en mi casa?

—Esto es una advertencia, niña —su voz perdió toda su falsa cordialidad—. Los Thorne quieren eliminarte porque eres una anomalía. Nosotros… vemos tu potencial. Pero debes elegir. El bando correcto. El tren de las tres no es una salida. Es una sentencia de muerte. Kael no te llevará a un lugar seguro. Te llevará a tu tumba.

Dejó caer sus palabras, pesadas y venenosas, en el silencio de mi salón. Luego, dio un paso atrás.

—Piense en ello, Elara Vance. Su sangre lo exige. Lo sentirá pronto, el llamado. Y cuando lo sienta, busque el símbolo del Lobo Plateado. Es su única salvación.

Se dio la vuelta y se marchó, descendiendo las escaleras con una tranquilidad aterradora.

Me quedé temblando, con la carpeta apretada contra el pecho. Mi mente era un torbellino. Kael. Thorne. Lobo Plateado. Mi madre. Mi olor. Mi sangre.

Cerré la puerta y me deslicé al suelo, la espalda contra la madera. Las lágrimas, esta vez, no vinieron. En su lugar, una fría y clara comprensión comenzó a formarse. Esto no era una pesadilla pasajera. Esto era una guerra. Una guerra entre facciones de… ¿hombres lobo? La palabra, tan absurda, tan de ficción, ahora parecía la única explicación posible para los ojos de Kael, para su fuerza, para su obsesión con mi olor.

Y yo, sin quererlo, era el botín. O la pieza a eliminar.

Miré el billete de Kael sobre la mesa. Luego miré la carpeta con el lobo aullando. Dos opciones. Dos jaulas diferentes.

Una oleada de calor repentino me recorrió el cuerpo, empezando en el centro de mi pecho y expandiéndose como un reguero de pólvora. No era fiebre. Era algo más profundo, más visceral. Una inquietud en mi propia sangre, un hormigueo bajo mi piel que me resultaba a la vez ajeno y extrañamente familiar. Como si algo durmiente en mí se estuviera agitando, respondiendo a un llamado que solo yo podía sentir.

El hombre de ojos azules tenía razón. Lo estaba sintiendo.

Y en ese momento, mirando la cicatriz plateada en mi brazo que ya no podía ser una casualidad, supe que la pregunta ya no era si debía elegir un bando.

La pregunta era, cuando el llamado en mi sangre se hiciera insoportable, ¿a qué monstruo correría para salvarme del otro?

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