

Matrimonio por beneficio
Ismael Islas · Completado · 119.6k Palabras
Introducción
Capítulo 1
El viento fresco de la tarde acariciaba el rostro de Megan mientras se deslizaba por la puerta trasera de la casa, con el corazón latiendo con fuerza en el pecho. Sabía que si su madre la descubría, el caos sería inevitable. Pero no podía evitarlo, necesitaba verlo, necesitaba sentir el calor de los brazos de Mark.
Mark la esperaba en su lugar habitual, bajo el gran roble que se erguía al borde del campo, lejos de las miradas curiosas y, más importante, lejos del control de su madre. Cuando lo vio, una sonrisa se dibujó en su rostro. Él estaba de pie, con las manos en los bolsillos, su ropa sencilla contrastaba con el lujo al que Megan estaba acostumbrada. Sin embargo, en sus ojos, Mark era todo lo que ella quería.
—Pensé que no llegarías —dijo él con una sonrisa cálida, abriendo los brazos para recibirla.
Megan corrió hacia él, rodeándolo con sus brazos y enterrando su rostro en su pecho. Ese simple gesto era suficiente para olvidar por un momento las tensiones en su vida.
—No podía quedarme sin verte —susurró ella—. Pero cada vez se hace más difícil. Mamá está controlando cada movimiento que hago.
Mark la sostuvo con fuerza, sintiendo el peso de sus palabras. Sabía muy bien lo que su madre pensaba de él, de su relación, y eso lo carcomía por dentro. Pero su amor por Megan era más fuerte que cualquier prejuicio.
—No deberías tener que esconderte —dijo él, acariciando su cabello—. No es justo que tengamos que vernos así.
Megan lo miró a los ojos, susurrando con tristeza.
—Lo sé, pero no quiero perderte. Mamá nunca lo entendería... Ella piensa que no eres suficiente, que no encajas en su mundo.
Mark bajó la mirada, un nudo formándose en su garganta.
—Tal vez tenga razón —murmuró con dolor—. No puedo ofrecerte lo que ella quiere para ti. No soy como los chicos con los que ella quiere que salgas.
—No digas eso —interrumpió Megan, tomando su rostro entre sus manos—. No me importa lo que piense mi madre. Tú eres suficiente para mí, y eso es lo único que importa.
Mark sonrió débilmente, pero el conflicto en su interior era evidente. A pesar de sus palabras, sabía que su amor estaba atrapado en un mundo que no los aceptaba.
—No quiero que sigas sufriendo por mi culpa, Megan —dijo, con la voz cargada de culpa—. Tal vez deberíamos dejar esto... no quiero hacerte más daño.
Megan sintió un golpe en el estómago al escuchar esas palabras. La sola idea de perderlo la aterraba.
—No me digas eso, Mark. No quiero estar sin ti.
Las lágrimas comenzaron a llenar sus ojos, pero antes de que pudieran derramarse, Mark la abrazó con fuerza, como si con ese gesto pudiera protegerla de todo.
—Lo siento, no quise decir eso —murmuró él—. Solo quiero lo mejor para ti.
—Tú eres lo mejor para mí —replicó Megan, aferrándose a él.
El tiempo pareció detenerse mientras se abrazaban bajo el roble, conscientes de que su amor era un desafío, pero no uno que estaban dispuestos a abandonar. Aunque su madre nunca aceptaría la relación, Megan sabía que su amor por Mark era real y profundo, y mientras estuvieran juntos, todo valdría la pena.
La noticia de la muerte de su padre llegó como un golpe seco al pecho de Marcus. El aire en la oficina parecía haberse vuelto denso, irrespirable. Se encontraba en la sala de juntas de la empresa familiar, con las manos temblando mientras leía el testamento de su padre, el hombre que había construido un imperio desde cero.
El abogado carraspeó antes de continuar con la lectura, consciente de que lo que estaba a punto de decir cambiaría la vida de Marcus.
—Según las últimas voluntades de su padre, si usted, Marcus, no contrae matrimonio en un plazo de seis meses, la empresa pasará a manos de su tío Harold —dijo el abogado con tono formal, sin levantar la vista de los papeles.
Marcus sintió que el suelo se movía bajo sus pies. Su tío Harold... el hombre que siempre había deseado tomar el control de la empresa, alguien en quien Marcus nunca había confiado. Y ahora, su futuro estaba en manos de una condición absurda: casarse o perder el legado familiar.
—¿Casarme? —repitió Marcus, incrédulo—. ¿Qué clase de cláusula es esa?
El abogado, un hombre de edad avanzada que había sido amigo cercano de su padre, levantó la mirada con una expresión solemne.
—Su padre creía firmemente en la estabilidad familiar como base de su empresa. Pensaba que, al formar una familia, usted estaría más comprometido con la compañía y con los valores que él defendía. Esta cláusula era su forma de asegurar que alguien de confianza continuara su legado.
Marcus apretó los puños, conteniendo la frustración. No tenía intención de casarse, al menos no por obligación. Hasta ese momento, su vida había sido una constante libertad, centrada en su carrera, sus viajes y una independencia que valoraba sobre todo. La idea de verse obligado a encontrar una esposa en tan poco tiempo lo aterraba.
—Y si no lo hago... —murmuró, casi temiendo la respuesta.
—Si no contrae matrimonio en seis meses, la empresa pasará directamente a manos de su tío Harold —repitió el abogado con calma—. Él será el nuevo CEO y tendrá control absoluto sobre la compañía.
Marcus se pasó una mano por el cabello, tratando de procesar lo que acababa de escuchar. Sabía que su tío siempre había envidiado el éxito de su padre, y con el control de la empresa, seguramente la llevaría en una dirección que traicionaría los principios con los que su padre la había construido.
No podía permitirlo.
Pero tampoco podía imaginarse en una boda forzada, atado a una persona solo para cumplir con una cláusula legal. Sabía que el matrimonio era un compromiso serio, y hacerlo solo por la empresa iba en contra de todo lo que él creía.
—¿Y si me niego? —preguntó con los dientes apretados.
—Harold ya está al tanto de esta cláusula —respondió el abogado, inclinándose un poco hacia Marcus—. Él no perderá tiempo en tomar las riendas si usted no cumple con el testamento. Pero tenga en cuenta, Marcus, que su padre confió en usted para continuar su legado. Esta decisión no fue tomada a la ligera.
El silencio se apoderó de la sala mientras Marcus asimilaba la información. Sabía que debía tomar una decisión pronto. Seis meses no eran nada en comparación con la magnitud del desafío que enfrentaba.
Hana cerró la puerta de su casa con un suspiro, agotada después de un largo día. Pero algo en el ambiente estaba mal. El usual bullicio de su hogar estaba ausente, y en su lugar, el silencio la envolvía. Al avanzar por el pasillo, escuchó voces apagadas provenientes del salón. Sus padres estaban allí, sus rostros tensos y preocupados, y al verla entrar, la conversación se detuvo abruptamente.
—¿Qué está pasando? —preguntó Hana, sintiendo que algo no andaba bien.
Su madre intercambió una mirada con su padre antes de hablar, con un tono más suave de lo habitual.
—Hana, necesitamos hablar contigo. Hay algo importante que debes saber.
Hana frunció el ceño, acercándose con cautela. Su madre nunca usaba ese tono a menos que fuera algo realmente serio. Su padre, que solía ser la calma en medio de cualquier tormenta, tenía una expresión oscura.
—La situación financiera de la familia ha empeorado mucho más de lo que pensábamos —dijo su padre con voz grave—. Estamos en quiebra.
Las palabras resonaron en los oídos de Hana como una campana de advertencia. Su mundo, hasta entonces estable, comenzó a tambalearse. No podía creer lo que estaba escuchando.
—¿Quiebra? ¿Cómo pasó esto? —preguntó, su voz temblando con incredulidad.
—Hemos estado teniendo problemas durante años —respondió su madre—. La empresa de tu padre está al borde del colapso, y las deudas se han acumulado más de lo que imaginábamos. Ya no tenemos otra opción. Hemos agotado todas las soluciones.
Hana sintió que el aire se volvía pesado en la habitación. Siempre había pensado que su familia estaba bien, que los problemas económicos estaban bajo control. Pero la realidad era mucho más oscura de lo que ella había imaginado.
—¿Qué... qué vamos a hacer? —susurró.
Su padre tragó saliva, como si las palabras que estaba a punto de pronunciar fueran las más difíciles que había dicho.
—Hemos hablado con los D'Monte. La familia de Marcus.
El nombre de Marcus D'Monte hizo que Hana retrocediera un paso, su corazón palpitando de golpe. Sabía quién era Marcus, el heredero de la poderosa empresa D'Monte. Su padre había muerto recientemente, y ahora Marcus estaba en el centro de la atención empresarial. Pero lo que no entendía era por qué su familia lo mencionaba.
—Nos han propuesto una solución —continuó su madre—. Si te casas con Marcus, él podría ayudarnos a salvar la empresa. Es la única opción que nos queda.
Hana sintió que el mundo se le venía encima. La idea de casarse con Marcus, un hombre al que apenas conocía y por razones puramente económicas, era algo que no podía aceptar.
—¿Casarme con Marcus? —repitió, casi sin poder creer lo que oía—. No puedo hacerlo. No puedo casarme con alguien a quien no amo solo para salvar la empresa. ¡No es justo!
—Hana, entiende —dijo su padre, con una mezcla de desesperación y pesar—. Si no lo hacemos, perderemos todo. La casa, la empresa, el legado familiar. Esta es la única forma de evitarlo.
—¡Pero eso no es vida! —exclamó Hana, con lágrimas en los ojos—. No puedo sacrificar mi felicidad solo para salvar algo material. No es lo que quiero para mí.
Su madre se acercó y tomó sus manos, tratando de calmarla.
—Lo entendemos, cariño —dijo con ternura—, pero a veces hay sacrificios que debemos hacer por el bien de todos. No es lo que soñamos para ti, pero es nuestra única salida.
Hana se apartó, su mente luchando por encontrar una solución que no implicara sacrificar su libertad. Sabía que su familia estaba en una situación desesperada, pero no podía aceptar casarse con Marcus solo por obligación.
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