Capítulo 3 Tres

Erick

Arqueo una ceja, fijando mis ojos en su rostro. Es bonita, demasiado... Y ese pelo... ¿Cómo se vería de espaldas mientras las puntas rozan su cuello empapado? ¿Quién dice que un cabello corto no se puede jalar mientras...? Se me ocurren mil maneras de que parezca lo más sensual del mundo.

—Bienvenida, señorita Gil. Mi nombre es Erick Rosewood, tu jefe.

—Gracias. Si necesita algo, lo que sea, me dice. Ah, por cierto, su asistente me envió anoche su agenda, ya la he actualizado y programé las citas de hoy para pasado mañana por su viaje de esta noche. Si desea hacer algún cambio lo hago de inmediato.

Vaya vaya, muy competente y organizada. Me gusta.

—Todo está bien, por ahora.

Despego las manos de su mesa y, antes de irme, me planteo pedirle algo táctico. No pienso entrar a mi oficina sin verla de pie.

—¿Podrías, por favor, buscar a mi asistente? Le he pedido un café hace una hora y no ha regresado —miento y no duda en levantarse—, está en segunda planta, en la cafetería. Dile que se apresure, la migraña me está matando.

—Bien, no tardo.

Sale a toda prisa en su búsqueda y yo me quedo en el mismo lugar mientras mis ojos se han ido pegados en su culo. Cuando regrese que me los devuelva.

¡Qué mujerón!

Tiene unas curvas infinitas, sexys. Lleva una falda larga hasta sus rodillas, tan ajustada que marca cada maldito pedazo de piel bajo la tela, color rojo como su pelo. Su cintura es tan delgada, que no creo que sea natural, y esos pechos redondos bajo la blusa blanca me dan la impresión que son perfectos. Siempre he tenido debilidad por las piernas bonitas, y las de ella, sin dudas, son espectaculares.

—Está buenísima tu nueva secretaria —las palabras de Sebastián me bajan de la nube, y no tardo ni un segundo en mandarlo a la mierda.

—Cállate y ve a trabajar.

No sé en que momento salió de su oficina. Es el orientador y planificador de la empresa, pero como mismo es útil también resulta ser un grano en el culo cuando se lo propone.

—Cuando regrese le pediré su número —me molesta nuevamente y esta vez sí me giro, le doy un golpe en su hombro al pasar por su lado y abro mi despacho.

—Yo la vi primero, no te atrevas, o te despido.

Sus carcajadas resuenan en burla, como siempre, él sabe que me importa un comino deshacerme de él, como también lo imposible que me sería despedirlo cuando es la única persona en mi vida que me soporta.

—No tienes huevos para eso, pero tranquilo, solo la invitaré a mi casa y luego de eso te paso su número y... ¡gilipollas! —alcanzo a oír luego de lanzarle mi bolígrafo por un ojo y cerrar la puerta tras de mí, se lo merecía por imbécil.


Bicky

Durante el retorno de la empresa, no dejo de pensar en el día de hoy, por primera vez en mucho tiempo sentí una mirada que no juzgó mi cuerpo. Sí, hablo de mi nuevo jefe. No sé si mira así a todas sus empleadas, ni tampoco quiero pensar que le gusto o algo por el estilo, me acaba de conocer. Simplemente esos ojos suyos, recorriéndome de arriba a bajo siempre que nos cruzábamos en el pasillo, me hizo plantearme muchas cosas. Ed siempre decía algo en contra de mi forma de vestir, de actuar, de pensar. Mi cuerpo cada mes tenía algo distinto: que si estaba muy flaca, que si necesitaba ir al gimnasio, que si mis tetas eran muy grandes (en realidad no lo son tanto, pero sus estúpidos celos le hacían creer que sí) en fin, a su lado no podía sentirme bien con mi físico porque siempre tenía un defecto. ¿Qué pensará mi jefe sobre mí?

Dios, no sé que hago pensando en esas cosas, definitivamente la ruptura me ha dejado un mal sabor que costará aliviarse.

El apartamento que me asignó la empresa es pequeño, pero suficiente. Tiene una sola habitación, una sala diminuta que también hace de comedor, una cocina angosta que huele a pintura fresca y un baño donde apenas cabe el espejo frente al lavamanos. No es un lugar de lujo, ni mucho menos, pero me da la sensación de libertad. Y eso vale más que cualquier cosa.

Camino descalza sobre el piso frío mientras observo las paredes blancas, todavía desnudas. Tal vez más adelante las decore con cuadros o fotografías, pero por ahora me basta con saber que este espacio es mío. No hay rastro de Ed, de sus manías, de sus críticas silenciosas ni de esa sensación de estar atrapada en una rutina que nunca pedí.

Tomo el celular de la mesa y lo aprieto con fuerza antes de marcar. La llamada a mis padres no será fácil, lo sé. Suspiro profundamente, me siento en el sofá y me arropo con la manta que traje de casa. Es mi manera de recordarme que, aunque todo cambie, aún tengo un pedacito de calor cerca.

—¿Aló? —la voz de mamá suena cálida, como siempre.

—Mamá —respondo, y de pronto me tiemblan los labios.

—¡Hija! ¿Cómo estás? ¿Llegaste bien?

—Sí, ya estoy instalada… bueno, en lo que cabe. El apartamento es pequeño, pero cómodo.

Se escucha un silencio breve, ese que anuncia que ella sabe que hay algo más que quiero decir. Y entonces lo suelto, sin más rodeos.

—Mamá, rechacé la propuesta de Ed. No voy a casarme con él.

Al otro lado de la línea escucho cómo ella aspira aire, como si tratara de contener una reacción inmediata. Papá debe estar cerca, porque distingo su voz preguntando qué pasa.

—Te paso a tu padre —dice ella con suavidad.

—Hija —la voz de papá es grave, firme, como cada vez que mamá le pasa el teléfono, eso solo significa que algo me pasa.

—Papá… simplemente no podía seguir con él, ya sabes, Ed. No era feliz, y casarme hubiese sido condenarme a seguir igual el resto de mi vida. Yo… ya no lo amo.

La confesión se queda flotando en el aire. Me duele reconocerlo en voz alta, pero también siento un extraño alivio.

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