Capítulo 1 Capitulo 1

Capítulo 1

Había tenido un día agotador, ni siquiera había alcanzado a almorzar correctamente. Dayanna tenía tan solo veinticuatro años y ya tenía tres niños. James, el mayor de tan solo seis años, Lilly de tan solo cuatro años y su pequeño Albert de solo un año y medio. No le molestaba ser madre, en lo absoluto, amaba a su pequeños hijos con locura. Dedicaba su vida prácticamente a ellos y a su esposo, quién por cierto cada día se tornaba más y más distante.

Habían días que eran más agotadores que otros y este era justamente uno de esos días. Su esposo Daniel, trabaja arduamente, pero desde hace algún tiempo tiende a llegar cada vez más tarde a casa. La ausencia de su esposo la hace sentirse inmensamente sola y la carga del hogar se torna mucho más pesada.

Ya era de noche, había terminado de ayudar a sus dos hijos más grandes con su baño para luego darles de cenar y mandarlos a la cama. Los pequeños diablillos ya se habían dormido profundamente, sin embargo, Albert no. Le estaban brotando los primeros dientes y lloraba constantemente buscando consuelo en su madre. Dayanna estaba agotada, era una mujer joven, de estatura pequeña, contextura menudita, piel blanca, tan blanca como la nieve, sus hermosos ojos color miel y su largo cabello rubio, la hacían lucir angelical, a pesar de cómo se había descuidado a sí misma.

El teléfono comenzó a sonar cuando Dayanna, después de dejar a sus dos hijos acostados, bajaba las escaleras. Maldijo entre dientes, se coloco sobre la cadera al pequeño Albert y bajo los últimos escalones para descolgar el teléfono del recibidor. Se detuvo paralizada al verse reflejada en el espejo que había sobre la mesita del teléfono.

"¡Dios mío, estoy hecha un desastre!", Se dijo con desconsuelo. El pelo de un rubio opaco y despeinado, estaba húmedo y le caía sobre la frente. Tenía las mejillas coloradas y la blusa azul mojada en varios sitios, allí en donde sus tres hijos, a los que acababa de bañar, le habían salpicado. Albert empeoraba el aspecto de su madre todavía tirando más de los botones de su camisa, esforzándose por descubrir uno de sus pezones. Si ya normalmente era un niño inquieto, en esos momentos estaba, además, de cansado e impaciente a causa del crecimiento de sus dientes.

ㅡNo, Al. —Le dijo Dayanna con dulzura, aún así su voz sonó con firmeza quitando la mano del pequeño de su blusa. ㅡEspera. ㅡBesó su cabecita y descolgó el teléfono, sin dejar de fruncir el ceño ante la deplorable imagen que dejó en el espejo.

ㅡ¿Diga? —Dijo distraídamente, sin darse cuenta de la pequeña pausa que hizo la otra persona antes de responder.

ㅡ¿Dayanna? Soy yo, Charlotte.

ㅡ ¡Hola, Charlotte! Hace bastante que no tenía noticias tuyas. —Una cansada sonrisa se plasmó en su rostro.

Dayanna hizo un gesto de sorpresa y se relajó al escuchar a su amiga y al hacerlo, se dio cuenta de que, hasta ese momento había estado muy tensa, lo que hizo que volviera a ponerse tensa de nuevo. En los últimos meses la tensión era un sentimiento demasiado frecuente en su vida. Ya no recordaba la última vez que se había sentido relajada.

ㅡ¡Al, por favor! ¡Espera! —Le hace una seña al pequeño para que se quede quieto.

El niño gruñó y ella en broma le devolvió otro gruñido. En sus ojos miel se reflejaba todo el amor y la alegría que sentía por su pequeño hijo. Era el más exigente de sus tres hijos y el de peor carácter, pero lo quería tanto como a los dos mayores. ¿Cómo no iba a quererlo si tenía los mismos ojos verdes de su padre?

ㅡ¿Todavía no has acostado a esos mocosos? —Dijo Charlotte con un suspiro, manifestando claramente cuan fastidiada se sentía.

Charlotte no se molestaba en ocultar que para ella los niños eran desagradables. Aunque era el modelo de mujer triunfadora, no tenía tiempo para los niños, no se imaginaba esclavizada a una casa y a un montón de niños como su amiga Dayanna. Charlotte era una mujer bajita y pelinegra, pero con unas curvas de infarto que le abrieron más de una puerta en su exitosa carrera cómo panelista de televisión. Su vida transcurría a un nivel muy diferente que la de Dayanna, siempre consideró que el único talento de su amiga era abrir las piernas para parir niños. Charlotte era la sofisticada chica de un mundo exitoso mientras que Dayanna era la abnegada "ama de casa" y "madre" de familia.

Pero Charlotte era la mejor amiga de Dayanna y la única que le quedaba. En realidad, era la única amiga que Dayanna había logrado hacer desde los tiempos del instituto. La única que vivía en Londres, como su esposo Daniel y ella. Los demás, por lo que ella sabía, Pamela vivía en New York y Brian en Italia.

—Ya dos están en la cama y uno está a punto de irse a dormir. ㅡDijo Dayanna ㅡAl tiene hambre y está impaciente. Aunque no creo que me hayas llamado para saber si los niños se durmieron o no.

ㅡ¿Y Daniel? ¿Todavía no ha llegado? —El tono de voz intrigante que Charlotte empleó puso los pelos de Dayanna de punta.

Dayanna detectó el tono de desaprobación de su amiga y sonrió. A Charlotte no le gustaba Daniel. Saltaban chispas entre ellos cada vez que se veían. Su amiga siempre se interpuso en la relación de ambos, siempre busco aconsejarla, diciendo cosas como "mereces a alguien mejor", "Daniel no es para ti", "a este tipo solo le interesa preñarte para mantenerte atada en casa". Ya no le extrañaba escuchar a su mejor amiga hablar peste de su esposo y tenía claro que el sentimiento era recíproco. Daniel tampoco la toleraba.

ㅡ No, ㅡrespondió Dayanna, y su voz salió con cierta tristeza ㅡasí que puedes meterte con él cuanto quieras, que no te va a oír. ㅡEn realidad, era una vieja broma entre las dos amigas. Una risa seca y sin gracia escapó de los labios de la joven, mientras apretaba contra su oído el auricular del teléfono.

Dayanna nunca se había molestado porque Charlotte manifestara su opinión acerca de Daniel. Siempre había permitido que le dijera a ella lo que no se atrevía a decirle a Daniel a la cara. Pero aquella vez, un extraño silencio siguió su comentario, cosa que comenzó a inquietarle más de la cuenta.

ㅡ¿Ocurrió algo? —Le pregunto a su amiga Charlotte, quién en respuesta respiró pesadamente.

ㅡMaldita sea. ㅡDijo Charlotte entre dientes. ㅡSi, la verdad es que si. Escúchame, Dayanna. Me siento muy mal por hacer esto, pero tienes derecho a...

Justo en aquel momento un diablillo en pijama apareció en el alto de la escalera y bajó a toda velocidad, convertido en piloto de caza y disparando la ametralladora de su avión. —Necesitamos agua ㅡdió aquella escueta información a su madre, desapareciendo por el pasillo en dirección a la cocina.

ㅡMira ... ㅡDijo Charlotte con impaciencia y evidente molestia ㅡya veo que estas ocupada. Te llamo después ... O quizás mañana. Yo...

ㅡ¡No! —Intervino Dayanna de repente ㅡ¡No cuelgues! —Estaba distraída con su hijo, pero no lo suficiente como para no darse cuenta de que Charlotte quería decirle algo importante. ㅡNo cuelgues, por favor... Espera un momento que voy a ocuparme de estos mocositos hermosos y regreso. —Dejó el auricular sobre la mesa y fue a buscar a su hijo mayor a la cocina.

Dayanna no era alta, pero era esbelta y tenía una bonita figura, cada cosa en su sitio y las proporciones necesarias para su porte y contextura. A los ojos de otros era una mujer sorprendentemente bonita, teniendo en cuenta que había dado a luz a tres niños. Sin embargo, no era del todo extraño porque antes de tener su último hijo iba siempre al gimnasio local, donde nadaba, hacia aerobic y bailaba danza árabe.

ㅡ¡Te encontré con las manos en la masa! —Dijo sorprendiendo a su hijo James con las manos en la caja de galletas. Lo miró con severidad y el niño se puso colorado. ㅡEstá bien, pero llévale unas a Lily. Y no quiero ver ni una migaja en la cama ㅡdijo viéndolo salir corriendo, con una sonrisa triunfal por si su mami cambiaba de opinión.

Con Al aun en brazos Dayanna regresó y tomó el teléfono de nuevo. ㅡ¡A que estas casada con un sinvergüenza! —Exclamó Charlotte. ㅡ¡Maldita sea , Dayanna, te está tomando el pelo! ¡No está trabajando, está saliendo con una zorra oportunista que es abogada! ㅡ Aquellas palabras golpearon como látigo a Dayanna.

ㅡ¿Qué? ¿Esta noche? ㅡSe oyó decir, sintiéndose como una estúpida. La voz le temblaba y sentía que el corazón se le saldría del pecho.

ㅡNo, no esta noche en particular. ㅡRespondió Charlotte con pesar. ㅡ Algunas noches, no sé si muchas o pocas. Lo único que sé es que tiene una aventura. ¡Y todo Londres lo sabe menos tú! ¡Te está viendo la cara de imbécil y tú ni por aludida! —Se hizo un incómodo silencio. A Dayanna se le heló la sangre y el aire en los pulmones, como si le clavaran alfileres en el pecho. Dolía, está cruda confesión la lastimaba tan profundamente que deseaba largarse a llorar ahí mismo.

ㅡPerdóname, Dayanna ... ㅡDijo Charlotte con voz grave, tratando de hablar con suavidad. ㅡNo creas que me gusta esto, no importa que... —Charlotte iba a decir que poco le gustaba Daniel y cuanto le gustaría verlo caer, pero se contuvo. No era ningún secreto que no se gustaban mutuamente, y solo se soportaban por Dayanna. ㅡY no creas que te digo esto sin estar segura ㅡ añadió ㅡlos han visto en varios lugares. En algún restaurante costoso, bares... Ya sabes, demasiada intimidad para que finjas que es una reunión de negocios. Pero lo peor es lo que he visto con mis propios ojos. Mi último novio vive en el mismo sector que Clarissa Campbell, los he visto salir y entrar muchas veces del departamento de ella...

Dayanna había dejado de escuchar. No dejaba de recordar ciertas cosas, indicios que convertían lo que Charlotte decía en algo demasiado probable como para ser tomado como una simple habladuría. Detalles en los que debería de haber reparado hace varias semanas. Pero había estado demasiado ocupada, demasiado absorta en sus propios asuntos como para darse cuenta. Nunca había desconfiado del hombre cuyo amor por ella y por sus hijos no había puesto en duda jamás.

En esos momentos, se dio cuenta de muchas cosas. El frecuente mal humor de Daniel, su irritación con ella y con los niños, las veces frecuentes en las que se había perdido en su estudio en vez de acostarse con ella, el poco interés por parte del hombre a la hora de intimar y su constante indiferencia. Se estremeció de la cabeza a los pies. Cerró los ojos y recordó que, otras veces anteriores, antes de que él cambiara, Daniel había querido hacer el amor y ella le había respondido que estaba demasiado cansada. Un sollozo ahogado escapó de sus labios y se aferró al pequeño niño que cargaba en sus brazos, sintiéndose de pronto tan culpable y desolada...

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