Capítulo 2 Capitulo 2
Dayanna ilusamente creía que habían solucionado el problema con Daniel. Pensaba que, desde hacia un par de semanas, desde que Al dormía sin despertarse en toda la noche y ella estaba más descansada, todo había vuelto a la normalidad. Al parecer no era de ese modo, nada había vuelto a la normalidad. Pensar de pronto que solo habían pasado unas noches desde que hicieron el amor con tanta ternura que Daniel se había estremecido entre sus brazos al despertar. ¡Dios! ¡De pronto se sintió tan jodidamente asqueada!
ㅡ Dayanna... ㅡ¡No! ¡Ya no podía seguir escuchando a su amiga! ㅡTengo que colgar, —dijo con voz grave. ㅡTengo que dar de comer a Albert. —En aquel momento, recordó algo mucho más doloroso que el mal humor de Daniel..
Recordó de pronto el delicado aroma de un perfume caro que una mañana descubrió en una de las camisas de su marido al recogerla para echarla a la lavadora. Estaba impregnado en el algodón de la camisa. En el cuello, en los hombros, en la pechera. El mismo aroma que Dayanna había detectado sin reconocerlo desde hacia algunas noches, cada vez que su marido volvía a casa tarde y la saludaba con un beso desganado. En la mejilla, en el cuello, en el pelo, en todas partes estaba impregnado ese maldito aroma... ¡Qué estúpida había sido!
A veces, sospechaba de que su esposo andaba en algo raro, pero rápidamente terminaba disipando esas ideas. Cada vez que percibía ese aroma impregnado en su piel, Daniel se ponía nervioso y se apartaba de ella como si su sola presencia le quemara. Fue ciega, demasiado ciega para no lograr sumar uno más uno, pero si era sincera consigo misma, más que ciega, fue estúpida... Tenía tanto miedo de interpretar aquellas claras y evidentes señales.
ㅡ No, Dayanna , por favor, espera... —La desesperación era palpable en la voz de su amiga, pero en ese momento poco le importaba como se sintiera la pelinegra.
Colgó bruscamente y el auricular se le cayó de las manos, golpeó sonoramente sobre sus piernas y sobre el suelo y quedo sobre los pies de la escalera. De pronto cerró los ojos e imaginó a Daniel. Lo imaginó con una mujer de cuerpo despampanante y sin rostro, teniendo una aventura con ella, haciéndole el amor, ahogándose en suspiros mientras está entre sus brazos... Le dieron náuseas y se cubrió la boca con una mano, apretando el puño contra sus fríos y temblorosos labios.
Sin soltar a su pequeño hijo levantó el auricular del teléfono del piso y lo acomodó. El teléfono sonó otra vez y sintió escalofríos. Poseída de una extraña calma, que no era más que una manifestación del profundo choque que acababa de sufrir, lo agarró, lo dejó descolgado y se dirigió a la cocina par dar de cenar a su pequeño hijo, quién la observaba con un gesto de clara confusión al ver los ojos miel de su madre nublado por las lágrimas que ella tanto luchaba por contener.
Nada más terminar su cena, el pequeño Al se durmió. Se tumbó boca abajo, hecho un ovillo, abrazado a un gatito de peluche que su padre le regaló en su primer cumpleaños. Dayanna se quedó mirándolo un buen rato, aunque sin verlo realmente, sin ver nada en absoluto. Se le había quedado la mente en blanco y el corazón completamente deshecho. Echó un vistazo a las habitaciones de los dos niños, recargando su frágil silueta con desgano contra el umbral de la puerta.
James estaba dormido, con las sábanas arrugadas a los pies de la cama, como siempre, y los brazos cruzados sobre la almohada. Se acercó, le dió un beso y lo tapó. De sus hijos, James era el que más se parecía a su padre, pálido y con una barbilla prominente, señal de su carácter decidido, como el de su padre. Era alto y fuerte, igual que Daniel a la misma edad, tal y como había visto fotos del álbum de su suegra.
Luego fue a ver a su hija, Lily era muy diferente a su hermano mayor. La niña era parlanchina, hablaba hasta por lo codos, siempre ingeniosa, inventando historias fantásticas, sin lugar a dudas era la luz de los ojos de Daniel. Lily tenía el pelo sedoso y pelirrojo, esparcido sobre la almohada, tenía un gran parecido con su suegra. Era el ojito derecho de Daniel, que no ocultaba su adoración por su princesa de ojos verdes. Y la pequeña lo sabía y explotaba la situación al máximo.
¿Cómo podría Daniel hacer algo que le podría doler a su hija? ¿Cómo podría hacer algo que podría rebajarlo a los ojos de su hijo mayor? ¿Podías ponerlo todo en peligro solo por el sexo? ¿Sexo? Le dieron escalofríos de pensar en el porqué de la infidelidad de su esposo. Tal vez era algo más que sexo, tal vez era amor, un amor verdadero. La clase de amor por la que un hombre lo traiciona todo, inclusive a sus propios hijos.
Pero, tal vez, todo fuera una mentira. Una mentira sucia y estúpida, y Dayanna estaba cometiendo con su esposo la mayor de las indignidades con tan solo suponerlo capaz de algo así. Pero recordó el perfume, y muchas noches que había pasado fuera, echándole la culpas al contrato de Dick tecnologic. ¡Maldito y estúpido contrato!
Se tambaleo y salió de la habitación de Lily para dirigirse a su cuarto, donde, la semana anterior, se encontraron de nuevo y habían hecho el amor de una manera muy tierna por primera vez en muchos meses. Sin poder contener más las lágrimas se puso a llorar, dejándose caer en la cama con notable desgano. Se aferró a la almohada de Daniel y hundió su rostro en esta, dejando salir todo el dolor que comenzaba a albergar en su pecho.
La semana anterior. ¿Qué había pasado la semana anterior para que su esposo volviera a ella de nuevo? Dayanna había hecho un esfuerzo, eso es lo que había ocurrido. Ella había estado muy preocupada por cómo iba su matrimonio y había hecho un esfuerzo. Había dejado a los niños con su madre y había cocinado el plato favorito de Daniel. Se había puesto un conjunto de seda negro y habían cenado con velas.
Sin embargo, grabó en su memoria la tensión en el rostro de Daniel al estar desnudos en la cama, una tensión que su esposo echaba la culpa a menudo al estrés, y sintió un escalofrío de solo recordarlo. La indignación y frustración se apoderaron de su sistema, por lo que se levantó de la cama, secó sus lágrimas y abandonó la habitación, cerró la puerta y se dirigió al cuarto de estar. Se dio cuenta de muchas cosas, cosas que por su estúpida ceguera no había visto hasta entonces.



























