Elías
—¡Jesucristo!— La sensación de ardor llegó primero, como si me hubiera golpeado un enjambre enfurecido de avispas. Solté el ramo para cubrirme los ojos, pero el daño ya estaba hecho. —Mierda. Maldito Cristo.
Caí de rodillas, apretando los ojos para intentar aliviar el dolor. Ava gritaba improperios...
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