Capítulo 2 C2
Los ojos enormes y límpidos de Anna le estaban perforando el alma. Por un momento, se sintió expuesto, vulnerable.
Ante la duda de su imbécil amigo, Bob decidió dar un paso al frente.
—¡Elena! ¡Elena, querida! ¡Muchas gracias por haberme invitado! Quería saludarte antes, pero estás siempre rodeada de gente. ¡Mira qué hermosa estás después de tanto tiempo! ¡Una locura! —la saludó exageradamente, elevando un poco la voz, queriendo meter el cuerpo entre ellos.
Anna le dio una leve sonrisa y apretó un poco más la mano sobre su hombro y Owen liberó la cintura de Elena. Se dio la vuelta y la siguió fuera de la pista. Elena quiso dar unos pasos hacía él, pero Bob se le plantó adelante.
—No te atrevas, perra —le dijo simulando una enorme sonrisa y susurrando.
—Bob, Bob —y meneó la cabeza—. ¿De verdad crees que una mujer así es competencia para mí? ¡Vamos!
—No lo sé, no me importa. Lárgate de nuevo a tu madriguera, vete y no regreses. Déjalo en paz.
¿Irse? ¿Ahora que sabía de primera mano que todavía ejercía poder sobre él? ¿Ahora que era el Director General? ¡Tenía que ser broma! Claro que no se iría, apenas estaba comenzando.
Anna se pasó el resto de la noche intentado detener a Owen cuando parecía que quería volver a sumergirse en la órbita de su exesposa. Le hablaba, le preguntaba cosas, le pedía bebidas y hasta le arreglaba el pañuelo del saco. Estaba segura que los ojos muertos de esa mujer estarían buscándolo. Owen solo la observaba, sin decir nada. Le respondía cortante y con pocas palabras y, sin embargo; así como Elena lo atraía, Anna lo zanjaba.
Finalmente, decidió irse, y Bob soltó todo el aire que venía conteniendo. Salieron los tres y Owen le abrió la puerta del coche a Anna.
—No sé de dónde la sacaste, Owen, pero te salvó el pellejo esta noche —le dijo Bob acercándose un poco.
—Es la muchacha que hace el aseo en la compañía de noche —respondió ausente.
—¿¡Qué!?
—Es amiga de Lali…
—¡Tengo que pedirle a Lali que me presente a sus amigas! ¡Mierda, Owen!
—No seas ridículo.
—Bueno, al menos dale un aumento a Anna —bromeó su amigo.
—¿Aumento? ¿Crees que vino por amistad? Vino por dinero, como todas —su voz sonaba como la de siempre, la cínica.
Bob se le paró enfrente y le puso la mano en un hombro.
—Mira, Owen, sé cómo te sientes y cómo piensas. Pero lo que esa muchacha hizo por ti esta noche, nadie lo hace por dinero… Solo, no te equivoques de nuevo.
Palmeó un par de veces a Owen y se marchó. Él subió al coche, todavía debía llevar a Anna a su piso para que se cambiara de ropa y de vuelta a su apartamento.
El cinismo de Owen tenía fundamentos, o al menos, eso era lo que él creía.
Sexy…
De ojos grises…
De cabello castaño salpicado de gris…
Así era Owen Walker. A sus cuarenta y tres años ya ocupaba el sillón de la Dirección General de Plaza & Milne I.T. una de las empresas más grande de servicios tecnológicos del país. Un hombre exitoso en los negocios, un guerrero incansable para las ideas revolucionarias y para generar dinero. Su tío lo puso al frente de ese monstruo mercantil sin dudarlo y no se equivocó: sobre la pared de su oficina colgaban todas las tapas de revistas especializadas que lo mostraban como “el artífice de la próxima era digital”.
Brillante, aguerrido, con un temperamento volátil y extremadamente ambicioso siempre daba la impresión de estar enojado. Su cara impasible y la mirada fría, como si estuviese muerto, generaban respeto y miedo entre quienes lo rodeaban. Pero detrás de esa fachada dura y plagada de éxitos, se escondía un hombre profundamente herido.
Una herida que lo marcó y derrumbó todos sus sueños. Owen no siempre había sido así. No, él se había enamorado hasta los huesos de una mujer hermosa, se había enloquecido por ella. Le había prometido el mundo entero y un futuro juntos. No quiso escuchar a nadie. Ni a sus amigos, quienes la conocían y le advirtieron, ni a su propia cabeza que disparaba alarmas sin cesar.
Se casó con ella, con Elena, cegado de amor. Y cuando le dijo que estaba esperando un hijo, Owen se convirtió en la persona más feliz y orgullosa. Soñaba despierto con cómo se vería su hijo y en las cosas que le enseñaría. La vida le estaba dando todo lo que uno puede anhelar. Luego llegó la noticia de que su hijo sería en realidad una hija; no podía caberle tanta ternura en el pecho. ¡Una niña! ¡Una niña hermosa y tierna! Una niña con dos moños y vestidos rosas que lo miraría para llamarlo: “Papá”.
Pero luego del nacimiento de Eva, su hija, las cosas se fueron en picada. Su esposa no mostraba interés por la pequeña y Owen se desesperó. Los médicos le informaron que eso que Elena estaba padeciendo era depresión postparto y él hizo todo lo que le recomendaron para encontrar una solución. Los primeros meses habían sido una tortura; se veía desbordado por la situación: los llantos incontrolables de su hija llamando a su madre y la indiferencia de Elena. Sin embargo, Owen no desistió.
Se levantaba varias veces durante la noche a atender a su bebé y dejaba que Elena durmiera; no la acosaba con cuestionamientos ni reproches, porque sabía que ella lo estaba pasando mal. De pronto ya no era solo el Director de una empresa, un esposo y un padre; se había convertido en el único sostén de su familia, en el único apoyo. A menudo, ponía a su hija en una silla y la llevaba con él a la oficina. Muchos otros, la dejaba al cuidado de su madre mientras él trabajaba.
La vida se había complicado. Eva pasó los primeros 6 meses entre las oficinas de Plaza&Milne, entre secretarias y amigos de Owen que trabajaban con él. Su prima Lali solía aparecer de repente para llevarse a Eva por unas horas. Y él estaba agradecido con todos por el amor que le daban a su niña, el amor que no recibía de su madre.
Por las noches llegaba y la encontraba todavía en la cama, casi no le hablaba, apenas lo miraba. Y cuando le acercaba a la bebé, ella se cubría la cabeza con la sabana o se giraba.
—No me siento bien —se justificaba Elena.
Cada vez el corazón de ese padre perdía un pedazo ¿Qué iba a hacer? Seguir. Continuar sin detenerse hasta que el amor de su vida pudiese volver a ponerse de pie, hasta recuperarla y, finalmente, poder tener la familia que siempre había soñado.
Pero en ocasiones se quebraba. En ocasiones, observaba a Eva mientras dormía, luego bajaba a la cocina y se encerraba allí para largarse a llorar como un niño. El llanto que produce el dolor en el alma, el miedo y la desesperación. Se tapaba la cara con las manos y se sentaba en el piso a liberar la frustración. Su mente le devolvía constantemente la cara roja y llorosa de su pequeña bebé y la mirada distante de Elena.





































