Capítulo 3 C3
Él era fuerte, pero no lo suficiente.
No se resignaba al destino que se presentaba delante de él, no lo haría nunca. Así que se secaba los ojos, respiraba profundo y se ponía de pie para volver a su cuarto. Se acostaba junto a una mujer que ya no lo buscaba, no lo miraba con deseo, ni siquiera lo abrazaba. Pero Owen sí lo hacía, solo para que Elena no se sintiera abandonada. Se acercaba apenas y le envolvía la cintura con su brazo. Y eso era todo, cerraba los ojos y comenzaba de nuevo con su lucha a la mañana siguiente.
Sin embargo, el destino le jugó sucio. Si no se resignaba a sus designios lo haría pedazos y es que al destino no le gusta perder. Como no daba el brazo a torcer y aceptaba la vida como era, le puso delante la prueba de que estaba equivocado, de que él no se había ganado la posibilidad de la felicidad completa. En un solo día le arrebató todo eso por lo que Owen había estado peleando incansablemente, dejándolo solo, lastimado y rabioso.
Owen Walker, el Director General de Plaza&Milne, el padre de Eva, estaba por convertirse en lo que era ahora. No lo sabía y de haberlo sabido, difícilmente podría haber cambiado algo. Hizo que su alma se congelara en el tiempo, que perdiera la confianza, que se escondiera dentro de una corteza y se alejara de la vida común y mundana. Todo lo que le quedaría sería un perpetuo sabor amargo en la boca y un corazón que apenas latiría de nuevo.
—Son todas iguales, Bob —. comenzó esa noche entre tragos —Todo lo que quieren es que te conviertas en un estúpido, les des todo el dinero y las joyas que desean y luego se largan con un tipo asqueroso.
Estaba muy ebrio y Bob, casi. Pero lo escuchaba y asentía, dándole la razón aunque no la tuviera.
—¡Te dije que era una perra! Pero ¿me escuchaste? ¡Claro que no! ¡Tú no escuchas a nadie! ¡Eres un idiota!
—No me engañarán otra vez… No lo harán.
—Al menos tienes a tu hija. Eva es tan hermosa… —le dijo su amigo con voz de soñador. Era su sobrina postiza y, por supuesto que era la niña más bella del mundo.
—¡La más hermosa! Mi niña —. la voz quebrada —No sé cómo lo haré solo con Eva, tengo miedo —. le confesó.
—¡¿Qué diablos?! ¡Vienes haciéndolo solo desde que nació! Que esa bruja esté o no, no modificará la vida de Eva… Solo la tuya… Eres idiota, pero eres el mejor padre que conozco. Lo harás genial.
Le había dado unas palmadas abiertas en la espalda, haciendo que Owen derramara su bebida sobre la mesa.
Así comenzó su cambio. El hombre tierno, soñador y enamoradizo que una vez fue, fue mutando con los años. Le ganaron la tristeza y la desconfianza, la frialdad. El cinismo de ver a todas las mujeres bajo el mismo cristal que a Elena lo terminó llevando a desarrollar un modo bastante sórdido que lo ayudaba a canalizar su enojo. Una mancha de la que nadie, a excepción de Bob, sabía.
En cambio, la 'mancha' de Anna era bien visible: se llamaba Alex, tenía veintiocho años y ningún deseo de progresar.
Anna había conocido la lucha y el sacrificio desde temprana edad. Trabajaba incansablemente, asumiendo múltiples trabajos para poder salir adelante. Su vida no fue fácil, pero su fortaleza radicaba en su capacidad para mantenerse alegre y dedicada a pesar de las adversidades.
Amable, compasiva con una ética de trabajo inquebrantable, pero a pesar de su buen corazón, Anna había cometido el error de mantenerse en una relación con un hombre que ya no amaba.
No solo era una carga emocional, sino también económica. Alex era su carga, la mancha que no podía borrar. Lo había conocido cinco años atrás, un día, con su violín, entró a la cafetería donde Anna trabajaba. En esa época tenía un trabajo estable y solo tocaba cuando el tiempo le sobraba. Comenzó a ir todos los días a esperarla cuando su turno terminaba y la acompañaba hasta la boca del metro.
Le hablaba de teorías maravillosas sobre el universo, el karma, las vidas pasadas y cómo todo estaba interconectado. Ella se enamoró de su sonrisa soñadora y del empuje de sus palabras. Hasta que decidió renunciar a su trabajo y dedicarse por entero a la música. El problema era que su mediocridad no le permitía ver más allá de sus narices.
Anna le ofreció irse a vivir con ella mientras encontraba otro empleo. Y ya llevaba cuatro años 'sin buscarlo'. Pero una filosofía de vida que consiste en solo lanzar deseos al universo no ponía comida en la mesa ni pagaba las deudas.
Le decía que necesitaba tiempo, que estaba en un proceso de búsqueda personal. Las utopías son eso: utopías; la realidad era ahora.
—Encerrado en una oficina ocho horas al día, no tendría el tiempo necesario para explorar mi yo interno, para encontrar mis verdades, mi esencia. La vida es más que solo trabajar, Anna —solía decirle.
Y ella sentía que no podía solo correrlo de su casa a la calle, que tenía una responsabilidad con él; aunque la intimidad ya estaba muerta, aunque las noches de conversaciones y risas habían pasado, Anna no podía simplemente deshacerse de Alex como si fuese una cosa. Así que respiraba profundo y seguía.
El pequeño apartamento donde vivían una vez había sido acogedor y cálido, pero ahora era un espacio oscuro que se sentía frío. Recordaba los primeros tiempos, cuando recién se había mudado sola. Con mucho esfuerzo y trabajo, ella misma había pintado, arreglado, y decorado aquel lugar al que llamaba “Mi refugio feliz”.
Ya no lo era, ni un refugio, ni feliz. Se le estaba cayendo a pedazos. Siempre había una cuenta que pagar, así que su lista de reparaciones quedaba olvidada.
Eso la frustraba; con veintiséis años, sentía que tenía que enfrentar la vida con una mano atada. De alguna manera, quizá mágica, ella no se detenía. Sacudía la cabeza cuando la tristeza estaba por vencerla y se ponía de pie, encendía el pequeño equipo de música y escuchaba sus canciones favoritas mientras ordenaba o limpiaba su apartamento. Se recargaba de una energía invisible y salía a la calle con la esperanza renovada.
A lo mejor se estaba haciendo la ciega, sorda y muda. No quería ver las dificultades, aunque le pegaran en la cara. No quería oír los consejos de su amiga porque le decían la verdad, y no quería expresar lo que pensaba, porque saldría de su interior como un grito que la desgarraría.
Anna era demasiado ingenua; creía que los demás actuaban y pensaban como ella, siempre dispuestos a ayudar, cuando en realidad ese hombre la estaba utilizando. No trabajaba, no estudiaba, no hacía más que tocar el violín; no se molestaba por nada más que por su “sueño”.
¿Quién podría adivinar que su camino estaba trazado en otra dirección? Ni ella lo sabía, ni lo hubiese soñado. En ocasiones, a las personas que no se rinden les llega su recompensa, aunque a simple vista no lo parezca.





































