Capítulo 4 C4
Pero un día Anna, se dio de lleno con esas dificultades. Estaba sentada en una silla ante la pequeña mesita de la cocina y sobre ella todas las cuentas que debía pagar. Ordenadas y acomodadas ocupaban toda la superficie beige de la tabla.
Era un desastre, cada día se juntaban más y más. Con su trabajo en la cafetería, no podía pagar todo eso. La mayor parte de su salario se iba solo en la renta.
Porque estudiaba; le encantaba estudiar. Quería ser profesora; ese era su pequeño sueño y luchaba a diario para conseguirlo, pero la realidad de su situación la estaba haciendo tambalear.
—Estoy cansada de pasarla tan mal, Lali —. la voz triste de Anna le partió el corazón a su amiga.
Anna se puso las manos en la cabeza y se agachó, estaba a punto de largarse a llorar. Cada día que pasaba, se sentía más derrotada.
—Lo sé, Anna —. murmuró Lali, intentando mantener la voz firme, aunque también sentía que el mundo se desmoronaba—, pero tú sola no puedes. Mira cómo estás. No quiero insistir siempre con lo mismo, amiga, pero debes dejarlo. No puedes seguir manteniéndolo —estaba a punto de llorar ella también—. Ya debería dejar atrás esa idea de querer ser artista y ponerse a trabajar.
Anna puso una sonrisa melancólica en su rostro y la miró.
—Tendré que dejar de estudiar y conseguir un empleo a tiempo completo —las lágrimas ya rodaban por sus mejillas.
La derrota llamaba a su puerta cada día, cuando ni siquiera había suficiente dinero para cubrir los gastos básicos. Lali veía cómo perdía peso con el correr de los meses y se desesperaba. Cuántas veces le había ofrecido ayuda económica, pero Anna siempre se negaba. Tenía esa idea incrustada en la cabeza de que ella sola podía. Y luego, cuando abría la alacena y se encontraba que debía comer lo mismo que la noche anterior, entre llantos de impotencia se decía a sí misma que había personas que ni eso podrían comer esa noche.
—¡No! Debes decirle que busque trabajo. Tocando el violín en el metro no conseguirá nada, y además te está arrastrando con él —Lali estaba indignada, le dolía la testarudez de su amiga y verla siempre contando los centavos.
Pero Anna quería seguir creyendo en él, no era un mal hombre, solo era frágil y sensible; tenía alma de artista y vivía para eso. Negó con la cabeza.
—¡Por Dios, qué terca eres! No sabes cuánto me duele verte así.
—Lo siento, sé que siempre te cuento las peores cosas, pero eres la única que me escucha.
Anna se estaba deteriorando rápidamente. Había sido una joven brillante, inteligente y optimista que llegó a la ciudad una primavera cargada de esperanzas y sueños. Y ahora se veía cada vez peor, cada vez más encogida. Y todo por haberse enamorado de ese cazador de ilusiones.
—No dejes la universidad, déjame hablar con mi primo. Le pediré que te dé trabajo en su empresa, estoy segura de que algo conseguirás allí —era el último recurso que se le ocurría para darle una mano.
—Tu primo no me aceptará, ya pasamos por eso. Llevé mi hoja de vida dos veces y nunca me llamaron. No lo molestes, pero gracias, igual —y fue todo, el llanto se hizo más grande.
Una angustia terrible la acosaba cada día, la misma que sienten aquellos que quieren y desean, pero no pueden. Los salarios se habían estancado y el costo de la vida había subido; apenas le alcanzaba para cubrir la renta, y luego de la segunda quincena debían vivir de lo que él sacaba tocando en el metro.
Muchas noches discutían por eso, porque Anna sentía el cuerpo exhausto y el corazón apretujado por las dificultades.
Pero su amiga, cansada de las constantes negativas, decidió tomar cartas en el asunto. Si luego Anna se enojaba pues ¡mala suerte! Lo que Lali ni sospechaba era que, no solo ayudaría a su amiga a mejorar un poco, sino que la pondría en el camino que cambiaría su vida.
Lali no podía seguir viéndola de esa manera ¡Testaruda Anna! Sencillamente, era algo que no aceptaba. No le entraba cómo era posible que se hubiera dejado convencer por ese tipo tan inútil. Si Anna era inteligente, tenía buenos promedios en la universidad, siempre estaba para ella; no se merecía lo que estaba viviendo.
—No —la respuesta de Owen fue cortante.
—¡Owen, por favor! ¡No seas así!
—Te dije varias veces que la compañía no es un refugio de desamparados, Lali. La última 'amiga' que recomendaste armó un lío enorme en la sección de programación. No quiero más mujeres como ella en el trabajo —el recuerdo de aquel caos todavía lo enfurecía.
—No es lo mismo, Anna no es así. De verdad, de verdad, necesita trabajar; si no, va a terminar abandonando los estudios. No puedo creer que seas tan frío, primo —lo miró con esos ojitos que siempre lograban ablandarlo, como si fuera una niña.
Más que primos, eran hermanos. Ambos hijos únicos, Owen y Lali se adoraban a pesar de los años que se llevaban. Él siempre la había visto como una pequeña dulce y revoltosa y ella, como el hombre más bueno del mundo; a pesar de su carácter “especial” y de sus modos todavía “más especiales”.
—Está bien, Lali. Que se presente mañana en la compañía. Hablaré con el jefe de personal para ver si hay algo disponible. Pero te lo advierto: esta es la última vez que hago algo así. —Lali estalló de alegría, abrazándolo con fuerza y dándole un beso en la mejilla.
—¡Gracias, primito! Anna es la mejor, ella no te hará quedar mal, te lo prometo. Es muy trabajadora y cumplidora. ¡No te vas a arrepentir!
A decir verdad, a Walker le daba lo mismo; Lali tenía esos caprichos extraños, y a nada le costaba complacérselos. Algún día dejaría esa manía de rescatar personas como si fueran mascotas. Pero en realidad sentía una admiración peculiar por ella, no era como las demás muchachas de su generación.
Sí, le encantaba la ropa y el maquillaje y se podía poner insoportable cuando se encaprichaba, pero además de eso era una persona en extremo empática y voluntariosa. No era exactamente brillante, pero lo compensaba con su habilidad para iluminar cualquier lugar cuando entraba. Tenía facilidad para hacer amigos y un corazón enorme.
Se sentía orgulloso de la persona en la que Lali se había convertido, y junto a Eva, era su mayor debilidad. Los Walker eran una familia más del montón, solo se diferenciaban por la jerarquía económica que poseían; pero puertas adentro eran unidos los unos con los otros. Quizá por eso Lali era como era.
También la envidiaba un poco. Él tenía un lado oscuro del que no podía desprenderse, simplemente porque le ayudaba a acallar sus demonios. Pero Lali no había experimentado la decepción y el dolor como él, y deseaba que nunca tuviese que hacerlo. Que siempre permaneciera así: feliz y amorosa. Lo miraba con esos ojos llenos de esperanza y fe en las personas. Quizás, en el fondo, él también quería creer que la gente podía cambiar, que alguien como Anna merecía una segunda oportunidad.





































