Capítulo 5 C5

Lali era la única, después de su hija, que rompía su severidad con una sonrisa. Solo tenía esa manía de meterlo en situaciones complicadas, y Owen siempre terminaba involucrado sin dudarlo demasiado. Como cuando le pidió empleo por otra de sus amigas y él la puso a trabajar en la parte programática de Plaza&Milne; Solo para que armara un revuelo terrible entre sus empleados.

La muchacha no había sabido aprovechar la oportunidad, un puesto en ese lugar podía darle la posibilidad de conseguir en el futuro una mejor posición. Pero no, ella había ido con la idea de conseguir un esposo que estuviera más que feliz de mantenerla. Pensó que, con los buenos salarios que se pagaban allí, seguramente encontraría lo que buscaba: un hombre bien pagado, con un buen cheque a fin de mes que le ahorrara la molestia de trabajar.

Y como no podía decidir con cuál de todos quedarse, probó un poco de cada uno. Al final de esa primera quincena, Owen enfrentaba una crisis informática en cada rincón de la compañía. Los clientes lo inundaron con quejas y reclamos; muchos se sintieron traicionados y abandonaron sus participaciones.

La discusión con el jefe del sector le reveló el verdadero motivo de la catástrofe. Gritó y ordenó que expulsaran a esa mujer de su puesto. Pero cuando quiso reprocharle a su prima la clase de 'amiga' que tenía, se encontró con una Lali llorando y arrepentida; su padre ya le había contado las consecuencias de su capricho.

¿Qué iba a decirle? Si Lali se deshacía en disculpas, si lloraba con la nariz roja y los ojos enormes. Fingió estar un poco enojado, solo para darle una lección, y luego la abrazó, consolándola y diciéndole que todo había pasado, que él arreglaría la situación y que tuviera más cuidado con las personas con las que se involucraba.

De todas maneras, cuando ella volvió a rogarle y a pedirle por otra de sus amigas, por Anna, Owen no pudo negarse. Con suerte esta vez no se armaría ningún lío. A veces sentía que tenía dos hijas, no una. Ella lo manipulaba igual que lo hacía Eva, y él siempre cedía.

Lali salió corriendo a llamar a su amiga para darle las buenas noticias; estaba segura de que un nuevo comienzo le haría abrir los ojos. No concebía que se dejara manipular de esa manera por ese tipo; lo detestaba, no solo por cómo ignoraba las necesidades de Anna, sino porque en varias ocasiones había intentado insinuársele.

—¡Anna, tengo una gran noticia para darte! —exclamó Lali, su voz llena de emoción. Podía imaginarse la expresión de sorpresa y alivio en el rostro de Anna al escucharla.

—¿Qué pasó, Lali? —preguntó Anna, con la voz aún cargada de tristeza y agotamiento.

—¡Owen accedió a darte un trabajo en su compañía! —anunció Lali, casi sin poder contenerse—. Hablará con el jefe de personal, y es seguro, segurísimo, que va a emplearte.

Hubo un silencio del otro lado de la línea, y por un momento, Lali temió que Anna se enfadara. Pero entonces, escuchó un suave sollozo seguido de un suspiro de alivio.

—¿En serio? —preguntó Anna con la voz temblorosa—. No puedo creerlo, Lali… no sé cómo agradecerte.

—¡No tienes que agradecerme nada! —dijo Lali rápidamente—. Solo quiero que aproveches esta oportunidad, Anna. Mereces que te ocurran cosas lindas…

El corazón cálido de un querido amigo puede ser el combustible que el motor del cambio necesita.

A la mañana siguiente Owen llegó a la empresa como siempre lo hacía: en traje, con lentes oscuros, bajándose de uno de sus tantos coches negros (porque todos los que tenía eran de ese color). Al cruzar la puerta del lobby, todos los empleados se quedaban inmóviles viéndolo pasar; él no saludaba y se dirigía directamente al ascensor.

El ritual era siempre el mismo: su secretaria lo esperaba junto a los elevadores, con un anotador en la mano. El hombre intimidaba a todos, pero a ella especialmente. La mujer se apresuró a tocar el botón apenas lo vio cruzar; a Walker no le gustaba esperar. Subían solos, y ella aprovechaba para darle las novedades y recordarle las reuniones del día.

El ambiente dentro de esos pocos metros cuadrados era opresivo. Se paraba en la parte de atrás y la miraba de arriba abajo mientras ella hablaba. Le fascinaba ver cómo el cuerpo de ella apenas temblaba por su sola presencia, mientras una media sonrisa perturbadora se dibujaba en su cara. Ese era el poder que tenía y que ejercía sin consecuencias porque era el Jefe.

—Comunícame con Recursos Humanos cuando lleguemos —le dijo.

La mujer asintió.

Las puertas se abrieron en el último piso y ella salió para pararse a un costado, esperando que él pasara. Owen no terminó de llegar a su puerta cuando se volteó a mirarla.

—Esta noche, a las 9 —era una orden.

El anotador casi se le cayó de las manos. La secretaria del Director General sintió un frío correrle la espalda. Llevaba 7 meses asistiéndolo, de los cuales 6 lo hacía también en su cama. Eso era lo que no se sabía del intachable y exitoso hombre de negocios: él no usaba romanticismos, ni palabras bonitas y seductoras para obtener lo que quería, solo lo tomaba. Esa era su sombra.

Todos creían que el rotativo de secretarias que trabajaban para él se debía a que era un tipo exigente y demasiado duro; pero en realidad, el puesto venía con otros “deberes”. Cuando esos deberes lo aburrían, llamaba al gerente de Recursos Humanos y le decía que la dama en el puesto ya no estaba cumpliendo bien su trabajo y que la enviara a otra sucursal, a otro apartamento de la empresa o, si ella lo prefería, la liquidara.

La herida que su exesposa le había dejado fue tan profunda que nunca más volvió a enamorarse. Terminó desarrollando ese apetito a manera de defensa: solo tomar y marcharse. La primera de sus secretarias que inició el juego simplemente se lanzó a sus brazos. Él lo continuó hasta que se dio cuenta de que la situación era perfecta: una secretaria que atendiese sus necesidades en la empresa y en la cama. Siempre las despachaba con dinero, y ellas se iban sin quejarse; era lo único que les interesaba, todas iguales.

Nunca había sido ese hombre retorcido hasta esa tarde en que, en medio de una junta, recibió la llamada de la guardería de su hija. La niña tenía fiebre y no podían comunicarse con la madre. Owen no volvió a entrar a la sala; no le importaron los gerentes, los jefes de sección, ni los accionistas. Simplemente se fue; y eso que todavía no ocupaba la Dirección General; era un empleado más, solo respaldado por ser el sobrino del dueño.

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