Capítulo 4 ENGAÑO

Capítulo 4

Abrí los ojos con la luz del amanecer golpeandome en la cara.

Estaba desnuda, aún con el cuerpo adolorido, pero era un dolor suave, que se volvía insignificante en comparación al placer que me dio.

Lo miré a mi lado, dormido, con el torso descubierto, respirando lento.

Me acerqué y lo besé en el hombro. Luego en el pecho. Sentí su calor, su aroma.

Bajé lentamente, sin pensarlo mucho. Le di un beso sobre el abdomen y seguí bajando. Estaba medio dormido, pero en cuanto me metí su verga en la boca, soltó un suspiro.

—Mmm... sigue… —murmuró, con los ojos aún cerrados—. No pares, preciosa…

Su mano se puso de nuevo sobre mi cabeza. Empecé a chuparlo saboreándolo, sintiéndolo endurecer en mi boca. Él jadeaba, cada vez más despierto y más encendido en placer.

De pronto me apartó con firmeza.

—Arrodíllate… —me ordenó, con la voz ronca—. Abre la boca.

Me arrodillé al borde de la cama, con la boca abierta, sin dejar de mirarlo. Él se sentó frente a mí, empezó a masturbarse lentamente mientras me miraba a los ojos.

—Así… mírame mientras me corro en tu boca.

Su respiración se volvió pesada. Su mano se movía rápido. De pronto soltó un gemido fuerte y me bañó la boca, suspiré tragándomelo sin asco. Me relamí, lamiendo lo que quedó en mis labios.

—Joder… —susurró—. Eres todo lo que soñé. La mujer perfecta, Mi mujer.

Me besó en el cuello, en la frente, me abrazó con fuerza.

—Quiero que seas mía para siempre, Afrodita, no quiero soltarte.

Lo miré a los ojos, sentí que hablaba en serio. No solo era deseo, nosotros sentíamos una conexión especial.

—Nunca me sentí así con nadie —le dije, acariciándole la cara—. Me liberaste.

Fui al baño. Me duché tranquila, dejando que el agua me limpiara el sudor pero no el deseo. Porque seguía ahí. Sonreí sola. Algo se había despertado en mi, después de hoy, ya no sería la misma.

Escuché el sonido del jacuzzi llenándose. Cuando salí, él me estaba esperando con una toalla envuelta en la cintura. Me dió la mano.

—Ven.

Nos metimos juntos. El agua caliente, las burbujas, el olor a jazmín. Me senté sobre él, con sus manos guiándome.

—Cabálgame —susurró—. Despacio, Quiero que aprendas a dominarme.

Empecé a moverme sobre él, sintiéndolo dentro, sintiéndome poderosa.

Sus manos en mi cintura guiaban el ritmo, sus labios no se apartaron de mis pezones. Me hablaba sucio, me decía que era suya, que nadie me haría acabar como él.

—Así, mi putita linda… muévete como anoche… rebota sobre mi verga, sin miedo…

Yo jadeaba, lo montaba con más fuerza, los muslos me temblaban.

—Me voy a venir… —gemí.

—Hazlo... Quiero ver tu cada mientras te vienes… mojame todo…

Y me vine.

Con un grito, con un squirt que se mezclo con el agua que nos rodeaba, pero lo sentí, esa presión que me liberaba del placer.

Ese fin de semana fue como vivir en otro universo.

Tuvimos sexo en todas partes. En la playa, sobre una manta mientras las olas sonaban alrededor. Me comió ahí, con la lengua adentro mientras yo gritaba que no parara.

En la cocina, me subió al mesón, me abrió las piernas y me cogió sin sacarme la ropa, solo corriéndo la tanga a un lado.

En la habitación, me ató las muñecas con una corbata de seda y me dominó como si me quisiera demostrar que el era mi dueño.

La última tarde, lo hacíamos otra vez en la playa. Yo estaba sobre él, montándolo con el vestido subido, sin ropa interior. Entonces lo vi.

Uno de sus empleados, parado a lo lejos. Nos miraba fijo. No hizo ningún gesto. Solo se bajó el cierre del pantalón y empezó a tocarse, mirándome. Se masturbaba con la vista clavada en mí.

—¿Lo ves? —me pregunto Mr Smith —¿Te gusta que te mire?

Asentí

El le hizo un gesto para que se acercara y el empleado obedeció, estaba tan cerca de mi, mientras el le decía que podía disfrutar del espectáculo.

Lejos de molestarme, me excitó. Saber que alguien más me deseaba, que me veía rebotar sobre el hombre al que ya le pertenecía, me miraba con un deseo que me hizo sentir una diosa, quise ayudarlo a masturbarse, pero Mr Smith me lo impidió

—Eres mia... De nadie más.

Gemí aún más fuerte. Y me vine otra vez, estaba muy mojada, jadeando, siendo suya… y sabiendo que alguien más me deseaba sin poder tenerme.

Volvimos a la ciudad después de eso, teniamos que regresar a la realidad aunque no queríamos.

Tenía la cabeza apoyada en su hombro. Él me acariciaba el muslo, suave, parecía que no queria soltarme.

Cuando aterrizamos, me entregó un sobre cerrado. Lo abrí con una sonrisa nerviosa, Era la confirmación de la transferencia, cien mil dólares, el cumplió su palabra.

—No quiero que vuelvas a esa agencia —me dijo—. Hoy compré un penthouse para ti. Vamos a recoger tus cosas y luego te llevo, desde hoy eres mi mujer.

Yo asentí, lo bese, no tenía dudas. Me sentía suya, y sabía que lo estaba amando desde el primer beso.

El chofer nos llevó a la ciudad, nos detuvimos frente al edificio donde el había comprado el penthouse para mí, salió un momento del auto para hacer una llamada a su asistente y que nos dieran la llave, Yo me quedé dentro, mirando por la ventana.

Quise escribirle a Luisa. Contarle todo, Que estaba bien, que estaba feliz, que quería verla.

Busqué mi teléfono, y vi que había uno empotrado en el panel. Lo tomé, justo en ese momento sonó.

Me asusté. Dudé en contestar, pero lo hice.

—¿Sí?

La voz de una mujer respondió bastante molesta.

—¿Está el señor? Dígale a mi esposo que los empresarios ya llegaron a la reunión. Y recuérdele que su hijo llega esta tarde del viaje.

No dije nada, se me helo el cuerpo.

—¿Hola? ¿Me escucha?

Colgué.

Sentí un nudo en el estómago, era casado, fui una imbécil, el era un hombre casado y yo era la aventura del momento.

Me bajé del coche de inmediato, sin pensar, Crucé la calle y tomé el primer taxi que encontré.

—Arranque, por favor.

Llegué a casa de Luisa muy alterada, Ella abrió la puerta, sorprendida. Estaba en pijama, me miró con el ceño fruncido.

—¿Qué te pasó?

Me lancé a sus brazos y lloré.

—Es casado, Luisa. Tiene esposa. Y un hijo.

Ella me abrazó, siempre estaba ahí para mí, para darme su apoyo

—Te lo dije —murmuró se veía muy molesta conmigo.

Me alejé, me limpie las lágrimas al ver el malestar de mi amiga.

—¿Estás enojada?

—No sé si enojada… o decepcionada de ti, tu no eres así, eres virginal y pura ¿Que esperabas que un hombre como esos te hiciera su esposa?

—Lo hice por amor, yo de verdad siento una conexión con el ¿No puedes entenderlo?

Luisa apretó los labios.

—¿Y ahora qué?

—Quiero irme lejos. Empezar de cero, Tengo dinero. Podemos mudarnos las dos.

Me miró

y sonrió, creo que le gustó que la hubiese incluido en mi plan de escape

—Sí. Vamos. Vámonos antes de que te vuelva a encontrar, vámonos lejos de el.

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