Furia:

Umara:

Cítiê saltó de su asiento cuando el Emperador se recostó en su trono dorado. Me ha tomado de la mano y me ha sacado del Gran Salón por donde entramos. Las doncellas de su séquito nos siguen en tropel. No entiendo por qué la pequeña mujer corre tan aterrorizada, parece que los perros del infierno nos persiguen.

Hemos llegado al pabellón, Cítiê ha despedido a las doncellas del séquito y ha reunido a las otras esposas. Les ha contado lo sucedido y ahora todas están reunidas a mi alrededor.

—¡Está loca! —grita Burya.

—¿De verdad hizo eso? —pregunta Sarab, admirada.

—¿En medio del Mayilis? —pregunta Zai.

—Es increíble… —Mem me mira boquiabierta.

Cítiê camina de un lado a otro del pabellón. Está molesta, enojada y francamente desesperada.

—¿Tienes la menor idea de lo que has hecho? —Se acerca a mí y me sacude, agarrándome por los hombros—. Si tienes tantas ganas de morir, toma un puñal y córtate el cuello, pero no sigas con tu desobediencia. ¡Si sigues así, todas moriremos por tu culpa!

Se da la vuelta y se aleja.

Estoy completamente perdida, desorientada y confundida. Me siento en un sofá y abrazo mis piernas mientras lloro, escondiendo mi rostro contra mis rodillas. Realmente no tengo idea de por qué estoy llorando, no sé si lloro de vergüenza… por la fuerte reprimenda de Cítiê, de alegría… por la festividad que mi gente podrá disfrutar.

—Tranquila, tranquila —me consuela Sarab—. Todas alguna vez mostramos nuestra rebeldía cuando nos trajeron aquí. Yo misma he cometido más ataques contra ese asno que nadie.

Sollozo, limpiando mis lágrimas con la manga gruesa y larga de mi vestido. Las chicas se han sentado en el sofá junto a mí o cerca, en el suelo.

—En serio, nadie se había atrevido a levantarse en presencia del Emperador durante el Mayilis, en mucho, mucho tiempo… —susurra Burya sentada en el suelo. Mem le da un codazo disimulado—. Pero parece que nuestro amado no lo ha tomado como una ofensa.

Dejo de sorber mis lágrimas.

—¿Por qué dices eso? —le pregunto a Burya.

Ella sonríe ampliamente. Parece el gato que ha bebido toda la leche y ha robado un par de gallinas también.

—Nuestro amado te ha dado un collar de perlas —dice tocando el absurdo y pesado collar que llevo—. También te ha reconocido como su esposa en público y nada más y nada menos que durante el Mayilis, cuando todos los nobles de la corte y todos los embajadores de las diferentes regiones que componen el Imperio están presentes —explica Burya, agrandando aún más los ojos.

—¿Y qué tiene de especial eso? —pregunto.

Todas resoplan exasperadas.

—Es especial e importante… —dice Sarab—… que tendrás los mismos honores y derechos que Cassandra.

Me siento a la sombra de un manzano, mientras mordisqueo a regañadientes uno de sus frutos. Me he quitado el velo, porque hace demasiado calor para mantenerlo puesto. El aire aquí afuera es más fresco y las chicas se han sentado cerca. Algunas comen manzanas, otras han preferido uvas o dátiles. Las sirvientas han regresado y han montado la majestuosa mesa de buffet a unos pasos de donde estamos. Mem está acostada de espaldas en el césped, su cabeza de cabellos blancos descansando en las rodillas de Burya, quien está sentada con las piernas cruzadas y se divierte tejiendo flores para la corona que coloca en el cabello de hielo.

—Está bien —comienza Sarab—. Primero que nada… debes saber que aunque somos distinguidas y pertenecemos a familias reales en otros países, incluso teniendo el título de “esposas”, aquí se nos considera poco más que concubinas.

Concluye, clavando un trozo de queso que queda en el platillo dorado que le han traído. Me pregunto si imagina que ese trozo de queso es el Emperador.

—Sí —protesta Burya—. Nos tratan bien, nos alimentan y nos visten, pero… Lady Cassandra siempre tendrá mayores honores que el resto de nosotras. No solo porque fue la primera esposa, sino porque nuestro amado la reconoció públicamente como tal.

Comprimí mis labios.

—¿Quieres decir… que según las leyes de Kurani un hombre será responsable de una mujer desde el momento en que posea su cuerpo? Si la reconoce públicamente como tal, ¿será considerada su esposa… si no, será tratada como su concubina?

—Exactamente —asiente Mem.

En un par de horas me han dado un resumen de las principales leyes que rigen el orden familiar en el Imperio Kurani. Un hombre siempre será responsable de la mujer que tome para sí. Si fue solo una vez, por lujuria o pasión, y en contra de los deseos de la dama, debe esperar el tiempo necesario para verificar que el acto no produjo consecuencias y debe pagar cien monedas de oro a los padres de la parte agraviada. Después de esto, la mujer será suya, y podrá tratarla como le plazca. Sin embargo, la ley estipula que no puede matarla, venderla como esclava u ofrecerla en prostitución, esto es castigado con la muerte del hombre y la devolución de la mujer a sus padres.

En el caso de las esposas del Emperador, todas son tratadas como "Lady", que es un título honorífico. Pero hasta hoy, la única reconocida públicamente como esposa y por lo tanto considerada reina, ha sido Cassandra. Ni siquiera Citié tiene esa distinción.

—Lo que significa… que si a partir de ahora disfrutaré de los mismos privilegios que ella, me he convertido en la enemiga número uno de Lady Cassandra —susurro.

Todas dejan lo que están haciendo para darme miradas de lástima.

Un alboroto irrumpe en nuestra tranquila tarde. Podemos escuchar la voz agitada de una mujer gritando y rápidamente todas nos incorporamos y nos asomamos para ver qué está pasando. Lady Cassandra se acerca tan rápido que parece que está corriendo. Su rostro está completamente rojo de furia y grita como una banshee.

—¡¿Dónde está?! ¡¿Dónde escondieron a esa ramera del desierto?!

Oh no. Esto no pinta nada bien...

Las intenciones de Lady Cassandra no son nada buenas, pero no hay forma de evitarlo, así que respiro hondo y, ya que la "ramera del desierto" no puede ser otra que yo, salgo a su encuentro.

—Estoy aquí. ¿Qué quieres de mí? —pregunto.

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