4: Adiós, Renata

Esta noticia iba a ser demasiado fuerte para Renata, no sabía cómo decirlo sin herirla. Pero tenía dos cosas de las que estaba seguro.

La primera era que no podía seguir a su lado y la segunda es que debía ser cuidadoso al decirle esto.

—Señor Greco —el jefe de seguridad llegó donde estábamos —el doctor ya restableció a la señorita Renata, ella se encuentra en una de las habitaciones y se encuentra preguntando por este.

—Está bien, Nayib, pero por favor no te dirijas a Luziano de esa manera. Cuando yo parta de este mundo, él va a ser tu jefe.

—Ya oíste, gatito —resoplé enfadado —respeta a tus superiores.

—Aún no he partido de este mundo, Luziano —el señor Greco me miró con severidad —ahora ve a ver a Renata, no la hagas esperar.

No quería ir, tenía miedo de que Renata pudiera despreciarme de alguna manera. Increíblemente ella era la única persona que me causaba horror de que me rechazara.

—¿Te vas a quedar ahí como un cobarde o vas a ir a ver a esa muchacha? Porque si decides escoger la primera opción, me temo que seré yo quien le diga que va a quedar estéril solo por salvarte.

—No tiene el derecho de hacer algo así —mis ojos se convirtieron en dos dagas al ver a este hombre —así que ni se le ocurra acercarse a Renata.

—Entonces deja de estar de pie como un idiota y ve a ver a esa muchacha que se encuentra preguntando por ti.

Tuve que hacerlo, tenía que ser yo la persona que le dijera a Renata lo que pensaba hacer. Al llegar a la habitación, ella se encontraba cómoda en la camilla, a pesar de esto había una angustia en su mirada que me calaba profundo.

—Luziano —sus ojos se iluminaron en el momento en que me miró —ven aquí, toma mi mano.

Me acerqué a ella, pero me negué a tomar su mano. Su tacto siempre había sido un tanto insoportable para mí, pero no en el mal aspecto.

Renata tenía tanta luz y yo era oscuridad, justo por eso su luminosidad era insoportable para mí, pero al mismo tiempo era algo que necesitaba.

Ella era mi dulce veneno.

—¿Qué sucede? —su ceño se frunció —¿Por qué te encuentras tan distante de mí?

—Necesito decirte algo, estoy seguro de que me vas a odiar por lo que te ha pasado.

—Jamás te podría odiar, así que no tengas miedo y dime lo que sea que tengas que decirme. Prefiero darme cuenta por tu boca, que por la boca de alguien más.

Me acerqué a pesar de que al inicio no quería hacerlo, mi dedo se deslizó sobre su mano y repasaba lo que tenía que decir.

—Lo mejor es que… Cada quien tome caminos separados… En serio que eso es lo que más conviene.

Me iba a ir, pero ella sostuvo con su mano el dedo con el que la acariciaba. En sus ojos podía ver súplica, no entendía nada.

—Por favor no hagas esto más difícil, entiende que si me encuentro lejos de ti vas a poder sobrevivir. Yo soy peligro, desde siempre he vivido en un ambiente demasiado hostil y lo sabes.

—No te vayas —ella dijo con voz trémula —te lo pido, no me abandones.

—Soy un desastre, por qué aún insistes tanto.

Una débil sonrisa se esbozó en los labios de Renata, a pesar de que se miraba destrozada, yo la seguía viendo como lo más hermoso que existiera en este plano terrenal e incluso me arriesgaba a pensar en que también en el plano espiritual.

—Toda rosa tiene sus espinas, tú muéstrame cuáles son las tuyas y yo te mostraré unas manos dispuestas a sangrar por ti.

—¿Por qué quieres complicar tanto las cosas? En serio que no entiendo tu actitud, te lo juro.

—En nuestra vida eso es lo que abunda, las complicaciones. A pesar de esto, hemos podido sobrevivir.

—Ha llegado el momento que supe que iba a llegar en algún punto de nuestras vidas y la decisión ya se encuentra tomada —tomé su mano y solté el agarre —ahora por favor no insistas en permanecer a mi lado porque es algo de lo que estoy muy seguro y no pienso cambiar de parecer.

—Luziano, en serio que si te vas en este momento y me dejas sola… Yo… Yo… Yo te voy a odiar con toda mi alma.

Su voz estaba quebrada, sabía bien que en el corazón de Renata era imposible que existiera el odio. Aunque siendo sincero prefería que me odiara por abandonarla, a que me amara por quedarme a su lado.

—Entonces ódiame, no me importa en absoluto.

Dicho esto, salí de la habitación de Renata y me fui. Pensé que iba a gritar o a lanzar maldiciones en mi contra, pero no fue así, el silencio era tan grande que podía sentir incluso el sonido del viento.

—Ódiame tú, porque yo no te puedo odiar —susurré débilmente —por mucho que lo intente, es algo imposible.

Fui donde el señor Greco, él al verme simplemente lanzó una sonrisa burlona que me dió rabia. Pese a esto no hice y tampoco dije nada.

—Muy bien, ahora vas a venir conmigo. Has tomado una buena decisión, muchacho, en nuestro mundo no hay cabida para el amor, esto solamente daña a la persona y la vuelve tonta.

—No diga nada más, quiero que se limite a enseñarme lo del negocio y nada más. Mi vida personal está muy por separado de esto.

—Muy bien, ven conmigo. No te preocupes por tu noviecita, ya todos los gastos se encuentran cubiertos y si acaso hay algún cargo extra me van a hacer saber.

—Muy bien, has hecho tu trabajo. Ahora hay que irse de aquí, no me gustan los hospitales a partir de este maldito día.

Me fui con este anciano, ahora tenía todo lo que un día quise tener. Pero ya Renata no se encontraba a mi lado y esto era mi más grande castigo, sin embargo me sentía contento porque a partir de este punto bien sabía que ella de alguna manera iba a estar a salvo.

Llegamos a una mansión, la entrada no era nada impresionante. Unos cuantos escalones y a los lados habían unas columnas. En la parte superior estaba un balcón que daba a la ciudad.

—Bienvenido a mi mansión —el señor Greco anunció con su pecho hacia afuera y con orgullo —esta es una de muchas, espero que te guste.

No dije nada, simplemente entré a la casa y cuando lo hice pude ver la amplia sala. En el techo se encontraba un mural de ángeles y querubines, a los lados habían dos escaleras que conducían a la parte superior.

—Quiero pedir algo —miré al anciano —deseo que a Renata se le entregue una mensualidad muy generosa para sus gastos, no la quiero dejar sola.

—Está bien, las cosas se van a hacer tal como lo estás pidiendo. Pero espero que seas lo suficientemente responsable para cumplir con tus obligaciones.

—Mientras se cumpla lo que estoy pidiendo, haré todo lo que diga que tengo que hacer. Si me doy cuenta de que no está cumpliendo, me voy a ir de aquí y entre las patas me llevaré al que se me cruce.

—Está bien, no soy un hombre que incumple su palabra. Ahora ven que tengo que mostrarte el funcionamiento de los negocios.

Aquel hombre me llevó a una oficina, encendió una computadora y después de colocar la contraseña, todos los archivos salieron en poco tiempo.

—Muy bien, no creo que seas tan tonto como para no sarte cuenta de los manejos.

Aquel hombre comenzó a explicar cada cosa con total detalle, por suerte no era nada complicado, así que al final supe todo el manejo de los negocios.

Era mucho dinero, más del que podía ver en toda mi vida. Había hecho demasiados sacrificios para llegar a este punto y el más doloroso era Renata.

—Tengo que ir a descansar, te sugiero que te quedes estudiando, porque necesitarás esos conocimientos una vez que todo mi poder llegue a tus manos.

Aquel hombre se fue y me quedé estudiando. El final había llegado después de varias semanas, pude ver como la vida del señor Greco se consumía en aquella cama lujosa y llena de los hombres que consideraba su familia e incluso me llegó a llamar en medio de su lecho de muerte…

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