Capítulo 2 : Cincuenta dolares por un beso

Valeria asintió con resignación, señalando discretamente al hombre del Mercedes.

—Adrián Montenegro. Es mi hermano mayor, mi infierno personal desde que nací siendo una mujer.—dijo Valeria resoplando con resignación, señalando discretamente al hombre del Mercedes.

Sabía que Valeria odiaba a ese hermano que no dejaba de llamarla o regañarla cuando se quedaba fuera de casa o estaban en algún lugar, pero no imaginó que fuera tan…tan….La mujer no conocía palabra para describirlo pero antes de que pudiera reaccionar, Camila ya caminaba tras ella hacia el coche. Valeria, con una sonrisa tensa, hizo las presentaciones.

—Adrián, esta es mi amiga Camila—dijo sin más—le dije que podrías darle un aventón hasta su casa, asi que vamonos, porque vive lejos.

Valeria subio al auto despues de decir eso mientras Camila se quedó frente a frente con aquel hombre. Él extendió la mano. Camila la estrechó, sintiendo que le temblaban los dedos. El apretón fue firme, seguro, y un escalofrío le recorrió el estómago. El hombre era peligrosamente atractivo.

—Un…gusto, mi hermana dice que eres la mejor del campus—su voz era grabe,s ensual—sin duda me alegra que tenga una amiga asi.

—Bueno no es tan…no soy la me…—la chica tartamudeo—ella tambien habla mucho de usted y si deberíamos irnos.

La chica que se sintió como una tonta ante aquel hombre simplemente subio al auto y despues de unos diez minutos de viaje.Camila se arrepintió, sentada en el asiento trasero continuaba sintiéndose una intrusa. Valeria y Adrián discutían sin cesar, lanzándose reproches que ella apenas comprendía. Finalmente, Valeria explotó cuando el auto se detuvo en un semáforo.

—Métete en tus asuntos y cuida de tu empresa —espetó, dando un portazo antes de desaparecer—o mejor, vete a hacerle un infierno la vida a otras, a mi déjame en paz Adrián.

El silencio que quedó fue tan incómodo que Camila pensó en inventar cualquier excusa para bajarse. Entonces, la voz grave de Adrián rompió el aire, haciéndole imposible continuar pensando en una excusa para huir.

—¿Por qué no te sientas delante? —Dijo el hombre—ya que mi hermana me pidió llevarte a casa puedo hacerlo.

Ella se removió, incómoda, no quería seguir en silencio en el auto del hombre que había discutido con su hamiga un hombre guapo que no conocía.

—Yo… creo que será mejor que me baje aquí y tome el bus—dijo con prisas pero él negó con calma, sin apartar la vista del retrovisor.

—Valeria me dijo que vives en la calle 64. No es un lugar seguro. Solo siéntate delante y te llevaré a casa.

El tono no admitía réplica. Adrián abrió la puerta del copiloto y esperó, paciente. Camila mordió su labio antes de obedecer, acomodándose nerviosa en el asiento. Ajustó el cinturón, estiró la falda morada con diminutas bolas blancas y sintió cómo la mirada de él se deslizaba fugazmente por sus piernas antes de apartarse hacia el volante.

¿Por qué no le molestaba?

Se preguntó la chica mientras el cosquilleo en su interior crecía mientras el coche avanzó por calles cada vez más deterioradas, La vergüenza afloró cuando los edificios viejos anunciaron la cercanía de su barrio. Camila tragó saliva, odiando que él viera dónde vivía.

—¿Dónde exactamente? —preguntó de pronto—Ella dio un salto en el asiento, señalando hacia la derecha.

—Recto, hasta el fondo—masculló—no…no hay mucho más por aquí.

El no dijo nada, pero cinco minutos después se detuvieron frente al edificio desvencijado donde vivía. Camila intentó liberarse del cinturón, pero sus dedos torpes no respondieron.

Adrián se inclinó hacia ella y, con un gesto rápido, soltó el seguro. El roce de su reloj contra su brazo desnudo le erizó la piel. Estaba tan cerca que podía distinguir las diminutas motas claras en sus ojos y aspirar la colonia embriagadora que lo envolvía. El cinturón se liberó con un clic. Pero él no se apartó. Sus labios se curvaron apenas cuando habló.

—Te doy cincuenta dólares por un beso.

Camila lo miró con el ceño fruncido, convencida de haber escuchado mal.

—¿Qué?

—Cien, si me dejas acariciar un poco tu pierna mientras te beso.

El mundo se detuvo. El atrevimiento, la desfachatez, la forma en que lo dijo, como si hablara de un contrato más que de una ofensa, la sacudieron de inmediato. La furia explotó antes de que pudiera contenerse. Su mano aterrizó con fuerza en la mejilla de él.

—¡Idiota! —exclamó mientras forcejeaba con la puerta.

Finalmente logró salir, pero Adrián alcanzó a sujetarle la mano, apretándola con calma.

—Si cambias de opinión, llámame. Podría ofrecerte un buen pago.

Depositó algo en su palma y la soltó. El motor rugió y las ventanas se elevaron mientras el Mercedes desaparecía en la calle oscura.

Camila miró la tarjeta que apretaba con rabia en la mano. El nombre y un número brillaban bajo la luz amarillenta de la farola.

—¿Quién demonios se cree que es? —murmuró, entrando al edificio con el corazón acelerado, mientras eco de sus propios pasos fue la única respuesta.

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