Capítulo 4 : No había marcha atrás.
La mujer rebuscó un poco más en el fondo de su armario y entonces lo vio. Un pequeño paquete aún sin abrir, regalo de cumpleaños de Valeria. Lo rasgó con manos temblorosas.Era lencería de satén rosa pálido. Un sujetador diminuto con bordados en forma de rosas que apenas cubrían lo necesario a juego con una braguita mínima con lazos en los costados.Lo sostuvo en sus dedos como si quemara.
—Estás loca, Valeria… —susurró, pero lo dejó sobre la cama—pero yo estoy mucho más loca ahora mismo.
Encima de las prendas lanzó un vestido dorado que su amiga había olvidado hacía un año. Un trozo de tela escandaloso: espalda abierta, hombros descubiertos, falda tan corta que apenas rozaba sus muslos.
Se lo puso frente al espejo. El satén la abrazó como un pecado. Se vio distinta, transformada: ya no la estudiante quebrada, sino una mujer peligrosa, provocativa, dispuesta a vender su alma.
Decidió usar solo la braguita. Se calzó los únicos tacones negros que tenía, gastados, pero aún firmes. Peinó su cabello de modo que pudiera tener la libertad de moverse aldedero.Delineó sus ojos, pintó sus labios con un rojo atrevido que hacía años no usaba y aunque el reflejo le devolvió la imagen de alguien que no reconocía, y ese reflejo la excitó y asustó al mismo tiempo. Respiró hondo, tomó el bolso, guardó las llaves y el móvil, y salió.
La tarde la recibió con un aire fresco que le acarició las piernas desnudas. Cada paso en los tacones resonaba como una sentencia.Caminó hasta la parada del autobús, convencida de que todos la miraban, aunque nadie parecía prestarle atención. El cielo se teñía de naranja y violeta, la ciudad vibraba con la promesa del fin de semana, mientras ella iba con un millón de dudas dentro de su cabeza a encontrarse con un extraño, guapo pero extraño al fin de cuentas.
El autobús avanzó desde su barrio pobre, con edificios ruinosos y calles sucias, hasta el corazón brillante de la ciudad. Los kilómetros parecían transformarla. El reflejo en la ventana le mostraba otra mujer: labios pintados, mirada ansiosa, cuerpo envuelto en un vestido dorado que gritaba tentación.
Cuando bajó frente al Paladine Hotel, el aire le faltó. El edificio se alzaba como un templo del lujo, con luces doradas y automóviles de alto nivel entrando y saliendo. Caminó hasta la entrada, con los tacones temblando bajo sus pies. Los guardias la observaron, pero no dijeron nada. Ella sintió que podían ver a través de su piel sus verdaderas intenciones en aquel lugar y eso le avergonzaba un poco pero estaba demasiado nerviosa como para tomarlo en cuenta.
Las puertas de cristal se abrieron. El vestíbulo la envolvió con su aire perfumado. Mármol brillante, lámparas de cristal, alfombras gruesas que amortiguaban cada paso.Camila se detuvo en el centro, mirando a su alrededor como si hubiera entrado en otro mundo. Todo era demasiado elegante, demasiado caro. Ella no pertenecía ahí.
Podía dar la vuelta, regresar a casa, llorar bajo la ducha. Podía fingir que nunca había hecho esa llamada. Pero sus pies avanzaron hacia el mostrador. El reflejo en el cristal le mostró una vez más a la mujer desconocida, pero ella simplemente siguió en su nuevo papel de presa que sabía lo que estaba a punto de entregar.
Pero entonces lo entendió, esa noche, su vida iba a cambiar para siempre. Las puertas del ascensor se abrieron con un sonido suave. Camila entró con el corazón desbocado. Pulsó el número de la planta que le habían indicado y cuando las puertas se cerraron, supo que ya no había marcha atrás.









































